Tras 28 años de quehacer periodístico no dejo de sorprenderme de la ineficiencia con la que se trabajan ciertos asuntos en nuestra isla. Para ser específico, les puedo mencionar el manoseado tema de las gomas de automóviles.

Con más frecuencia de lo deseado, este tema se pasea por las portadas de los periódicos, telediarios y hasta en las discusiones de los paneles de comentaristas radiofónicos.

Siempre la misma queja. La acumulación desmedida. El fatídico proceso de recogido o incluso, su fallido proceso de reciclaje.

Tan temprano como en la década de 1990, hice varios programas y reportajes sobre este asunto. En aquel entonces, el presidente del Senado, Roberto Rexach Benítez, atendió el asunto mediante legislación. Intentaba sembrar la paz en un asunto que incluyó hasta casos de maleante’o, pues se dieron disputas entre grupos de recolectores que hasta “gomajacking” se hacían unos a otros. Sí, no exagero.

Se creó un fondo para reciclar neumáticos. Se promovió una política de reciclaje y hasta se le encomendó a la Autoridad de Desperdicios Sólidos que trabajara los reglamentos al tiempo que dictaba la pauta a seguir.

Hubo empresas que se crearon para reciclar el material. Una de ellas fue la desaparecida Comercial Recycling, que se estableció en Carolina propiedad del fallecido empresario Carlos Rodríguez Pardo. Allí se hacían unas especies de losas que se podían utilizar para patios de guarderías o escuelas. Proporcionaban una superficie suave, segura y resistente que resultaba adecuada para niños o adolescentes.

El material obtenido de las gomas se podía mezclar también con lo que se utiliza para elaborar las paredes aislantes de ruido, que se utilizan en autopistas para proteger urbanizaciones. De igual forma, el material se podía mezclar con asfalto para darle mayor durabilidad a las carreteras embreadas, lo que resultaba ser tanto en ese entonces como ahora, uno de los mayores atractivos pues todos sabemos del rápido deterioro de nuestras carreteras.

Lamentablemente nada ocurrió. Tanto ayer como hoy la fórmula no funcionó.

En aquel entonces, recuerdo que llegó a la Isla un empresario estadounidense con credenciales nebulosas. Su nombre era Harry Buck. De inmediato, recibió alfombra roja. Se hizo denuncia pública, pero nada ocurrió. Se levantó cuestionamientos por la asociación de este señor con el caso de una barcaza de material triturado de gomas, que tuvo un negligente final.

Como dije, nada ocurrió. Se le abrió la cartera al señor Buck y lo único que hizo su empresa fue triturar gomas y almacenarlas en una vieja edificación de una central azucarera desaparecida en la zona Sur y que se quemó en circunstancias extrañas. De ahí en adelante, el tema sólo ha tenido dilemas, controversias y excusas.

Debo decir que aquí existe una alta cuota de culpa por la falta de voluntad de todas las administraciones que han pasado por La Fortaleza.

Aquí entra una cantidad innecesaria de gomas usadas con una vida ridículamente corta, que uno se pregunta para qué diablos las trajeron. Siempre está la excusa de que no todo el mundo tiene dinero para unos neumáticos nuevos, pero mi hermano, tampoco podemos ser tan irresponsables de poner ese tipo de gomas en circulación que a los pocos meses termina o en un barranco o en el patio de alguna gomera almacenando agua para criar mosquitos.

Ahora les quiero agregar a su computadora craneal nerviosa los siguientes datos. La acumulación desmedida de neumáticos o gomas desechados en gomeras e instalaciones alrededor de Puerto Rico representa una crisis de salud y ambiental. Según cifras de la Autoridad de Desperdicios Sólidos de 2013, en Puerto Rico se desechan alrededor de 18,000 gomas diarias, lo que equivale a 4.7 millones de neumáticos al año. Ajá. 4.7 millones de gomas. No se reciclan en ninguna de las modalidades antes mencionadas o convertidas en combustible como diésel que, según me comentó el ex secretario de Recursos Naturales, Javier Vélez Arocho, se puede hacer.

No obstante, el recogido y disposición final de las gomas desechadas se encuentra prácticamente detenido y las actividades de los exportadores e instalaciones de uso final actualmente autorizadas por la Junta de Calidad Ambiental (JCA) han resultado insuficientes para atender la emergencia. Esta se limita únicamente a preparar unas pelotas inmensas que son exportadas hacia otros países que si le tienen un destino final.

El dinero es un detonante para trabajar eficientemente el asunto. Lo fue en la década de 1990, y lo fue ahora en la más reciente crisis. Trabajamos con parchos y no con una solución final. Mientras tanto, lidiamos con los riesgos y problemas.

Entre los riesgos constatables para la salud púbica, cabe destacar el peligro que representa la acumulación excesiva de gomas para la propagación de plagas y enfermedades, tales como el dengue.

También existen otros riesgos potenciales a la seguridad pública y al medio ambiente, tales como incendios, explosiones, derrames, descargas de material con olores objetables y atracción de plagas.

Mientras tanto, la vida en el trópico se nos va sin poder resolver este asunto. Crónicas de nuestra maltrecha colonia.