Pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum, pum. El sábado en la madrugada, cerca de las cuatro de la mañana me despertó este estruendoso ruido, que cuando interrumpe un largo silencio suele sacudir hasta las entrañas.

Fueron diez. No los conté en el momento, pero en mi mente se repitieron hasta que tuve que calcularlos. Como si uno no fuera suficiente. ¿Por qué lo haría? ¿Fueron al aire o apuntando hacia alguien? Empaticé con algunos, que en redes sociales han compartido en sus estados el desahogo del mismo susto, desde Miramar, Isla Verde, Arecibo y otros pueblos. Ya no se trata de eventos aislados o exclusivos de un área específica, se escuchan en cualquier lugar, de día, de noche o de madrugada.

Hay quien tiene un arma por si tiene que actuar en defensa propia, o para asustar a quien le amenaza, habrá quienes piensan que las necesitan. Pero las armas no traen otra cosa que no sea conflicto, guerra o muerte.

¿Qué es lo que hace que una persona se atreva a apretar el gatillo? Esta pregunta tendrá más de una respuesta y que sean serias y certeras para quién las tiene. Pero la pregunta es más profunda, arriesgarse a quitarle la vida a alguien o hacerlo premeditadamente son acciones que no deberían convertirse en una noticia tan repetida. Acciones, de las que aparentemente se desconocen los resultados nefastos que ocurren a quien las comete… en castigo y en conciencia.

Me hacía preguntas entre el espantado sueño y la rigidez del cuerpo, que no se quería mover de donde cayó. Se habla de valores, de hacer el bien, hasta de orar esperando milagros. Pero hace un tiempo que no escucho sobre el amor. Sobre las acciones que surgen del amor. A quien se le enseña el amor con acciones, ¿será capaz del odio? ¿Será capaz de obviar en segundos la vida y dignidad de una persona?

Obviamente no me volví a dormir, mientras miraba hacia donde nunca miro, percatándome de que no había polvo. Al sonido de los primeros tiros me lancé al suelo, creo que desperté en el camino, porque no recuerdo haber pensado en qué hacer. No me dolió y la frisa cayó conmigo. Esperé por si escuchaba el cristal de las ventanas romperse, pero no fue así.

Lo que se rompió fue el descanso, la seguridad -y si no me envalentono con firmeza- la esperanza de que esto pueda cambiar.

Con la luz de la madrugada regresé al presente, “hay que seguir” me dije en voz alta. Prefiero creer en el amor, en el perdón, en el arrepentimiento, en la rehabilitación, en vez de alimentar la malicia. Prefiero potenciar el amor a diario, salirme del medio cuando vengan las excusas, y creer que sí es posible que vivamos en paz, todos. Y para eso seguir trabajando en mí, y en todo el que quiera también superarse y caminar hacia andar livianos, sin odio, sin armas y con ganas de amar. Sin duda, un nuevo despertar, el piso de mi cuarto.