Lo recuerdo como hoy. Sentí la respiración acelerada y una sensación de pesadez y frío se apoderó de todo mi cuerpo. Quedé estupefacta frente a la pantalla del televisor mientras se transmitía esa escena horripilante en la que una conductora transitaba la Avenida Baldorioty en contra del tránsito mientras que, del otro lado, unos buenos samaritanos le gritaban que parara. El tiempo se detuvo mientras veía el recuento de la noticia… la conductora manejando… la pareja gritándole “señora, pareeeee, pareeee”.

Me mantuve con el alma en vilo hasta que la conductora se detuvo y varios héroes lograron cruzar la valla para ayudarla. ¡Bravos! Supongo que todo el que vio la escena debe haber sentido lo mismo. Ya son varias las víctimas fatales de accidentes que se producen cuando uno de los vehículos transita por alguna calle al revés.

Fácilmente, pude haber sido yo. O usted. O alguien de su familia o la mía. Ninguno de nosotros está exento de caer en la trampa mortal de manejar en la dirección equivocada. Nadie. En varias ocasiones he estado a puntito de meterme por el lado contrario, corriendo el riesgo de dejar mi vida en la brea o, lo que sería peor, lastimar la vida de alguien.

Es que este es un país pobremente iluminado y malamente rotulado y todos podemos ser víctimas fatales del engaño visual que produce la falta de alumbrado efectivo y adecuado en cualquier calle, avenida o recoveco. Y mire que hay recovecos... Algunas avenidas fueron diseñadas con las patas. Sorry, pero es la verdad. Parecen intestinos torcidos o laberintos que amenazan con mantenernos secuestrados y atrapados.

Ese emburujo al salir del Mall of San Juan, con curvas pa’ quí y curvas pa’llá… ese lío de calles trenzadas debajo del puente de la Avenida Kennedy… esas rotondas tan inexplicables, pero tan de moda… Cualquiera se equivoca y termina conduciendo por donde no es.

No sé si le habrá pasado, pero en los cruces de avenidas, con la escasez de luz, es fácil confundirse y entrar por la de ir en vez de por la de regresar. ¿Y qué me dice de las líneas que se supone que nos sirvan de guías o que marquen una división entre carril y carril? La mayoría están tan gastadas que, prácticamente, desaparecen. Las han ido cambiando por esos avechuchos que brillan, y que molestan a la vista cuando los ponen amontonados.

A esto se suma la falta de una rotulación que cumpla con las necesidades de todo el que guía, no importa la edad que se tenga. Bendito sea Dios. Letreros con letras gastadas, o pequeñas, sin un bombillo que les alumbre, otros tapados por ramas y, por supuesto, los inexistentes.

Y si en la ciudad es terrible, peor es en los campos. Los habitantes de nuestra montaña sobreviven con carreteras estrechitas por las que los carros van y vienen casi raspándose. Algunas oscuras y con cráteres, tramos como boca de lobo, vías al lado de riscos, incómodas y peligrosas.

Sí, es cierto que hay conductores irresponsables que se saltan las reglas de los límites de alcohol, que guían esmanda’os a velocidad, o pegados al teléfono y a los textos. Pero la mayoría no somos así. Conducir se ha convertido en un reto, bueno en uno de tantos retos que enfrentamos a diario. Es como una misión imposible con la musiquita de la película de Tom Cruise de fondo mientras sobrevivimos por pura chiripa, a oscuras y mal rotulados.