Los eventos que nos han impactado (tanto en lo individual como en la vida colectiva) han recargado a los cuidadores, asistentes y hasta a personas no designadas que se ocupan, a diario, de quienes necesitan de otros para gestionar su diario vivir. Es un impacto del que se ha hablado en múltiples foros, con diversas recomendaciones para que sus vidas y su salud integral tengan el respiro y el descanso necesarios.

En Puerto Rico, el sitio web de la Asociación Americana de Personas Retiradas (AARP) dedicada a su oficina local, incluye una página de recursos de apoyo para los cuidadores. No obstante, al revisar la literatura sobre el tema, la doctora Astrid Santiago-Orria, gerontóloga, trabajadora social y educadora en salud, confirmó que la población de cuidadores se ha transformado.

La transformación del cuidador

“Comenzó con los huracanes, pero, con la pandemia, ese perfil del cuidador cambió”, dijo, de entrada, Santiago-Orria. “De repente, éramos cuidadores de niños, de personas con diversidad funcional, y de los viejos… La gente como tú, como yo, que somos cuidadores; lo hacemos, pero con mucho sacrificio”, admitió.

Uno de los mayores retos que plantea la doctora se refiere a la sensibilidad para abordar los temas relacionados con el adulto mayor que, con su comportamiento, da señas muy claras de su situación.

“Particularmente, con la familia inmediata, el asunto es difícil porque hay personas que no pueden ver esa realidad. Si no están con ellos, como lo hace el cuidador, explicarles que su familiar se comporta de maneras ‘extrañas’ es bien difícil”, señaló.

“Creo que existe, y hay bastante literatura de investigación acerca de la fatiga por compasión”, explicó Santiago Orria. “Eso no es lo mismo que la quemazón (burnout), porque se trata de reconocer cómo se ha gastado esa energía compasiva, y cuánto nos cuesta recuperarla por el entorno de incertidumbre en que estamos viviendo”, explicó.

El testimonio de Luis

Luis Rodríguez (nombre ficticio) ha dedicado los últimos tres años de su vida a cuidar a su mamá, Alicia (nombre ficticio). Tiene dos hermanas –una mayor, que vive en Estados Unidos; y otra, que es dos años menor, y tiene un niño con diversidad funcional–, pero ha asumido la responsabilidad total del cuidado de doña Alicia, dejando de lado su trabajo como consultor de proyectos independientes.

“Yo sé que tienen sus razones [para no hacerlo], pero vamos a tener que tomar una decisión ya mismo porque ya no puedo”, expresó. Rodríguez, de 49 años, sabe que su nivel de estrés “se dispara” al hablar con sus hermanas para presentarles situaciones que ameritan una solución. Ha tenido que recurrir al uso de analgésicos y “una pastillita” para calmar la ansiedad.

“Es que es fuerte, bien, bien fuerte”, aseguró, respirando hondo. “Cuando mamá no quiere caminar, no la puedo sacar de la cama. Entonces, llamo a mis hermanas por [vídeo] para explicarles que esto ya requiere medidas, pero saltan todas las excusas”, dijo, molesto.

“Esto se supone que iba a ser ‘un tiempito’ y ya vamos por dos años y pico”, relató Rodríguez, visiblemente afectado, al admitir que “estuvo en depresión” por este asunto. “Mis hermanas hasta me han hecho dudar de mi cordura, si es que me queda”, bromeó, entre cansado y triste.

¿Qué hacer en estas circunstancias?

La doctora Santiago-Orria insistió en que la visibilidad de esta comunidad que atiende en estos tiempos es importante y necesaria, tanto como la de los profesionales de la salud clínica. “El problema [con Luis] es que, cuando se le acaba esa energía compasiva, no puede recuperarla porque el entorno también está afectado”, explicó la doctora.

Delegar. Es difícil, según la doctora, particularmente cuando todavía existe el postrauma del virus. “Por ejemplo, viene un familiar de Estados Unidos y se ofrece a sustituirme. Lo acepto, pero reconozco que hay un miedo terrible”, afirmó Santiago-Orria. En ese caso, recomendó la ayuda de un profesional de la salud.

Enfocarse. Santiago-Orria enfatizó en que mirar “el vaso medio lleno de posibilidades” nos aleja de la pesadumbre o del rencor, particularmente si no se ha podido resolver un asunto entre el cuidador y la persona a su cargo. “Ahí se activa un trauma que debe resolverse de dos maneras: educar a la persona que cuidas a que las disculpas [por hechos del pasado] se aceptan, y reconocer el perdón como algo que “se dice, se asume y se practica”.

Recrearse. Vivir el momento presente y sacar “pequeños momentos de felicidad” son dos ayudas muy efectivas, a juicio de la doctora. “Aunque sea ese momentito que sacas para tomarte el café o caminar descalzo por el patio, te ayuda a recargar. Hacerlo en dos o tres momentos del día, ayuda mucho. Eso sí, hay que establecer límites saludables para que ese pequeño espacio se convierta en una prioridad”, concluyó Santiago-Orria.