El trágico accidente del submarino Titán, en aguas del norte del Atlántico, mantuvo durante toda la semana al planeta en vilo. Por cuatro días no se hablaba de otra cosa que no fuera el horror por el que estarían pasando los tres turistas y dos tripulantes de la nave, cuando se presumían vivos.

Por otro lado, se generó una enorme curiosidad en torno al detalle de la peligrosa travesía. ¿Vale la pena hacer algo así? Y tú, ¿te atreverías?

Pues yo, definitivamente, no, ni aunque me regalaran el viaje. Sin embargo, puedo entender la fascinación por actividades extremas y la sensación de euforia que provoca lograr una hazaña que muy pocos seres humanos pueden siquiera soñar. Pero esa aventura tenía demasiados riesgos y ninguna garantía. Tan es así, que algunas de las expediciones no alcanzaban a ver los restos del Titanic.

Los tres turistas subacuáticos pagaron la cifra obscena de $250,000 para, tal vez, alcanzar a ver el legendario barco a través de una minúscula ventanilla, a bordo de una cápsula que no tenía certificación alguna en cuanto a su ejecución a esas profundidades, casi cuatro 4,000 metros.

Y me pregunto, ¿cuál es la utilidad de ese viajecito para sujetos que no son científicos ni investigadores? Pues supongo que presumir, contarles a todos que vieron el Titanic, porque lo pudieron pagar.

Así que ahora a la tragedia del legendario Titanic, que cobró la vida de 1,500 personas hace más de 100 años, hay que sumarle estos cinco, a quienes, como les ocurrió a muchos en el 1912, el dinero no pudo salvar.

Pero a esta historia hay que darle su justo contexto.

Ustedes habrán visto las comparaciones del operativo de búsqueda del Titán, en contraste con el rescate de los pocos sobrevivientes del naufragio en las costas de Grecia.

Esos no eran millonarios aventureros. Eran refugiados que abordaron esa embarcación huyendo de una vida insostenible, de la guerra y la miseria. Esos aceptaron una travesía tan peligrosa, pagando lo que no tenían, porque lo que les esperaba en su país era, quizás, la muerte.

Se ha dicho que ese barco tenía capacidad para 400 personas, pero en ella iban 750. Que llevaba días zozobrando, ya sin agua ni comida y por lo menos seis murieron aun antes de que se virara la nave.

El gobierno griego sabía de esa embarcación. Tan es así que hay fotografías de la misma mientras daba vueltas por el mar Mediterráneo. Se sabía que no llegarían a puerto seguro, pero no los pudieron salvar.

Para este rescate no se pusieron en fila los gobiernos para ayudar en la búsqueda de sobrevivientes. Peor aún, reportes periodísticos apuntan a que muchas horas antes del hundimiento fatal, varias embarcaciones se acercaron al bote que estaba en problemas. Ninguna pudo evitar la tragedia. Incluso, una embarcación de la Guardia Costera de Grecia, estuvo allí, pero su ejecución, que todavía no está clara, tampoco pudo evitar el naufragio.

Se comenta que los refugiados rehusaron el rescate porque querían llegar a Italia. Y, por supuesto, los barcos que se acercaron “respetaron” su voluntad. A fin de cuentas, era mejor para ellos; allá Italia que resuelva, si total el drama de los refugiados en Europa es cosa de todos los días.

A los próximos multimillonarios que sientan el deseo de una aventura extrema e insegura, si estuviera a mi alcance, les recomendaría que vayan a alguno de estos países que vive en crisis permanente, y de donde salen refugiados todos los días, y se gasten esos chavitos en una comunidad que necesite una mejor vida.

Los $250,000 no van a acabar con la guerra, ni con el hambre mundial. Pero para alguna pequeña comunidad en un lugar tan remoto como Paquistán o tan cerquita como Haití puede pagar por una mejor vida. Agua limpia, seguridad, salud, educación, por ejemplo. Algunos lugares en tierra firme pueden ser tan peligrosos como el fondo del océano, pero por lo menos habrá hecho algo que valga la pena para otro ser humano.