Hace unas semanas, observaba la entrevista que la cantante Adele le concedió a Oprah con motivo de su regreso a la música. En ella se le preguntó sobre las opiniones que ha generado su pérdida de peso, particularmente de las mujeres que se identificaron con la forma de su cuerpo. La llamaban hipócrita por cambiar su imagen, a lo que Adele respondió: “No me sorprendió, porque mi cuerpo ha sido objeto de debate durante toda mi carrera”.

Paré en seco y retrocedí la entrevista para escuchar una vez más esa contestación que, en perfecto acento británico, me llevó a recordar momentos en que mis libras de más, incluso de menos, han sido balas de discusión. En ocasiones, intentando herirme y, en el peor de los casos, han sido utilizadas para hacer sentir mal a otras personas.

Me pregunté: ¿Quién puede opinar y debatir sobre el cuerpo de alguien? ¿A quién le corresponde emitir un juicio sobre la imagen de otros? Y ahí estaba yo, preguntándome cuántas veces lo he vivido, y cuántas veces he lanzado ese proyectil sobre otros.

Me quedé en silencio; Adele tenía razón. El prejuicio sobre la imagen de las personas nos impide ver la realidad individual. Nos cuesta entender el proceso que enfrentan los que desean iniciar algún cambio.

Este año, a través del segmento “Sin Excusas” en “Lo Sé Todo”, decidí compartir mi historia al perder 85 libras en un periodo de un año. Al abrir esa puerta, han sido muchas las bendiciones. Pero les mentiría si no les digo que aún recibo comentarios como: “rebaja, que te ves más gorda en televisión” y “engorda que te pusiste muy flaca”.

Pero los que realmente me impactan y motivan son otros como este: “Le dije a mi hija que coja tu ejemplo. Si tú pudiste rebajar, ella también puede. Que se ponga pa’ su número”.

Cada persona enfrenta sus propios miedos, inseguridades y culpas que le suman un peso más al que da la balanza. Si a eso le añadimos esa presión externa de rebajar a quien no lo ha decidido, el efecto puede ser contrario a esa “buena intención” que se tuvo. Mi lección este año fue entender que no puedo medir mi resultado, ni el de nadie, a base del esfuerzo de otros y viceversa.

Llevo 392 días hablándome bonito. Me miro con amor de adentro hacia afuera y más que hacer dieta (de esa que entra por la boca y va al estómago) comencé a practicar la abstinencia de lo que consumía emocionalmente. Desde pensamientos, palabras que me decía, hasta personas cuyos conflictos intentaron sabotearme.

Ese fue el verdadero “detox” que dio paso a un cambio que fue libre y voluntario. Yo puedo hablar de lo que me costó llegar hasta aquí, pero no puedo utilizarlo para comparar y, mucho menos, emitir un juicio sobre los demás. Mucho menos en lo que se comen. Repita después de mí: “lo que las personas se quieran comer, no es mi asunto”.

Antes de que se acabe el año y solo si te nace, siéntate contigo y escúchate. Desde las razones hasta las excusas para hacer o no eso que está en tu lista de pendientes. Pregúntate por qué y por quién quieres hacerlo. Si la respuesta es “POR MÍ” estás tomando la decisión por la persona más importante en tu vida: TÚ.