Tenía alrededor de ocho años de edad cuando fui a mi primera cobertura de una escena criminal. Me quedé tranquila en el asiento de atrás de la guagua Montero de mis padres, quienes me habían pedido que no me moviera, ni hablara con nadie. Pero nada evitaba que mirara por la ventana. Había cintas amarillas y muchos policías hablando por radio. Mi papá tenía una cámara grande a la que se refería como “Betacam” y mi mamá se paraba frente a ella. Con un micrófono en la mano, me parece que describía la escena. Yo jugaba a describirla desde el interior del carro, a ponerle voz a eso que no podía escuchar. No se supone que estuviera allí, pero, a veces, no había remedio. Mis padres eran periodistas que se dedicaban a cubrir los eventos noticiosos en Ponce y en el área sur de la Isla.

Algunas veces, el llamado era tan urgente, que tenían que ir directo conmigo o con alguno de mis hermanos. Así que, sin quererlo, empecé a aprender algunos aspectos de la cobertura de noticias. Tenía fascinación por los casetes enormes donde se almacenaban los videos que grababa mi papá y que luego llevábamos directamente a un canal de televisión en San Juan. Algunos nombres y eventos se me quedaron grabados, sin entender del todo a qué se referían: Rolandito, el Supertubo, el Instituto del SIDA. Y no es raro, entonces, que ahora busque entender y rescatar algunas de esas historias. Muchas de ellas, aún inconclusas.

El proyecto de “En qué quedó”, que comenzó como un podcast en agosto de 2020 y, recientemente, estrenó una versión televisiva en Telemundo, surgió del interés por retomar esas noticias a las que, con el paso del tiempo, les hemos perdido el rastro. Esto no se limita a las historias que ocurrieron hace muchos años. De hecho, les perdemos el rastro a las historias cada vez más rápido. Hoy, el ciclo de noticias es corto, cortísimo. Pasamos de un titular a otro en cuestión de minutos. La inmediatez con la que viaja la información en las redes sociales hace que un suceso que ocurrió la semana pasada, se sienta como algo que pasó hace meses o incluso años. Sobretodo aquí, en Puerto Rico, donde da la impresión de que cada día hay una nueva crisis o escándalo. Entonces, un año después, paramos y nos preguntamos: ¿Qué pasó con la compra fallida de pruebas de COVID-19?, ¿O con el caso de corrupción contra “x” o “y” político? Y no tenemos ni idea.

A través de mis redes sociales, constantemente recibo mensajes de personas que se quejan por la falta de seguimiento a las noticias. Dicen que los periodistas empezamos investigaciones, pero que luego las dejamos caer. Puede haber algo de verdad en eso, pero me atrevo a afirmar que casi nunca es por falta de voluntad de los que ejercemos este oficio. A los factores que ya mencioné, hay que sumarle la enorme carga laboral de los periodistas, debido en parte a la reducción de personal en las empresas de medios.

Sin duda, había un vacío, una necesidad de un espacio dedicado exclusivamente a la importante tarea de dar seguimiento. Más allá de la función de actualizar una información, o hasta del elemento de la nostalgia en los casos más antiguos, el seguimiento es crucial en el ejercicio del periodismo porque es un arma contra la impunidad. Es desafiar lo que, seguramente, creen muchos políticos: “Eso ya mismo se les olvida”. Es conocer nuestra historia, fortalecer nuestra memoria colectiva y defender nuestro derecho a saber.