Y poco a poco fue cambiando todo. Los espejos en las casas ya bastante aburridos y clínicamente cínicos, no esperan otra cosa que ciegos que dicen verse en sus reflejos.

Se quejan diciendo que es un oficio muerto, como tantos más que han muerto, como tantos más que hoy van muriendo. Ese servicio básico del reflejo análogo, el de la realidad orgánica está fuera de estilo.

La verdad, hoy en día, parece ser una extensión de los deseos, no tanto el deseo de ver la verdad. Son cosas que tientan a romantizar el día de ayer y demonizar cómo se transformó el día de hoy anunciando un “apocalíptico y catastrófico” día de mañana. Y todo en un solo respiro.

Todas tentaciones en la falda de la última sombra de la madrugada, al filo de una luz que, sin embargo, vuelve a salir todos los días. Y así se transcurre en el tiempo, muchas veces, dando vueltas en pequeños redondeles que se piensan para sí vías eternas de autopistas rectas, que a su vez se piensan que conducen a algún sitio como tantas otras cosas que se piensan para aliviar ciertas limitaciones de la existencia.

¿Funciona? ¿Adaptación evolutiva? Quién sabe. La realidad se crea y recrea con cada nacimiento, delineándose dentro de cada cual un mundo que se extiende como raíces a través de las venas y que inevitablemente nuestro organismo suda como pequeñas burbujas al inaugurarse en el camino.

Así desfilan los matices que cada cual exhalamos al cosmos por el simple hecho de vivir. Ahí flotan invisibles, se mezclan en el aire y luchan por oxígeno en su misión eterna de encontrar un abrazo, aunque casi nunca entiendan que de eso es de lo único que se trata todo este viaje desde un principio.

La humanidad es lo que es, una tribu de artistas. Se dedica, entre muchas cosas, a crear fondos musicales, tragedias cómicas, debates ideológicos, y muchos otros ejercicios de ingeniería conceptual. Se dedica a crear mundos dentro del mundo. Mundos que cambian como cambian los litorales en estos tiempos, al momento, de manera imperceptible, a los años de manera innegable.

Así artísticamente procedemos a moldear nuestros mundos, y como creadores, confeccionamos el que satisfaga nuestros sentimientos más necesitados. Unas veces estos se refugian en profundidades eternas, cargando consigo vías heredadas, batallando con corrientes subterráneas en naves sumergibles cuando de repente divisan un punto de luz cenital.

Con suerte con esta luz descubren el océano y entonces quieren aprender a nadar, a la vez que otros, ya quemados por el sol, cambiando piel y flotando en la superficie de repente se descuidan o se cansan y se dejan hundir y es en la lucha por no ahogarse que descubren el océano.

Entonces quisieran aprender a respirar en el agua, explorar los adentros, ver lo que genera el misterio… descubrir la tinta prohibida de donde se pueden escribir algunos versos.

Gran sinfonía marítima la de las burbujas transitando y vibrando en las bóvedas del tiempo, agitando el fondo, sacudiendo mareas, levantando el nivel del mar, rediseñando costas y universos. Cada cual tomando un pedazo de mundo y protegiéndolo de los demás mundos, demarcando, cercando, patrullando.

En los peores casos, los mundos son refugios de tormentas, huracanes, dolores que se aíslan en su momento y crean caparazones espesos que los separan del resto del firmamento. Ante todo esto quedo perplejo, pero puedo ver. Ante todo esto quedo indefenso, pero sé que hacer. Mientras nos baña la ola de la era, mientras se lleva todo lo que era, mientras se rompe y se regenera la humanidad cierro los ojos y bajo la cabeza, entiendo que es un tesoro lo que en mi memoria queda. Conociendo de primera mano que la actualidad conlleva un pasado, busco referencia en un lugar distinto y voy al que conozco, a el de los espejos análogos.

Sin filtros, sin poesía, sin retoques. Para los que vienen y para los que van está la decisión artística de ignorar o no que el universo es un fluir de ciclos. Que es un fluir de pasados y futuros. Que es un área de oportunidad evolutiva. Que hay que estar anclado, pero con vela abierta. Nueva era. Nuevo ciclo. Una sola misión, la misma de siempre. Que no nos abandone el corazón que siente y palpita. Lo demás es rutina.