CLEVELAND.  Un cuadrangular con su madre sentada en el parque viendo el juego en persona, era quizás una manera de decirle “gracias por todo lo que sembraste en mí”. 

Pero dos palotes para encabezar el ataque de los Indios de Cleveland, y en un juego de Serie Mundial que su mamá fue a a ver desde el Barrio Colombia en Mayagüez, “no se puede pagar con los millones que se ganan algunos en Grandes Ligas”.

Así de grande fue la emoción que vivieron Roberto ‘Bebo’ Pérez desde el terreno del Progressive Field de Cleveland la noche del martes, y su madre Lilliam Martínez, sentada en el área reservada para los familiares detrás del dugout de tercera base, junto con la esposa del jugador, Dianis Madera, así como otros familiares. 

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“Es un honor. Me siento bien contento, orgulloso de tener a mi familia aquí. Es muy difícil que mi mamá venga. Ella trabaja y eso… pero tenerla aquí, y tener una noche como aquella… todo fue para mi familia”, dijo Pérez en un aparte con este medio antes de volar a Chicago ayer para la continuación del Clásico de Otoño con tres partidos en el hogar de los Cachorros.

Pérez está viviendo momentos impactantes tanto en lo deportivo como en lo personal. Su esposa Dianis, por ejemplo, está embarazada del segundo hijo que espera el matrimonio. Y son muchas las razones para celebrar en lo días que están por venir, pues ya está en su semana 38 de gestación.

“Realmente no me lo esperaba. Fue una sorpresa. Que diera dos jonrones en una noche, fue algo increíble”, dijo Dianis. “Fue una noche de emociones, y más que estoy embarazada”.

Los dos cuadrangulares del pasado martes significan mucho no solo para Pérez, quien hace dos años dio crédito a su madre Lilliam, pues fue quien le inculcó el amor por el deporte, ya que no tuvo a su padre al lado, tal como confesó a Primera Hora tras su ascenso a Grandes Ligas en 2014.

Fue un sueño hecho realidad. Pero lucir al máximo nivel en una Serie Mundial, es casi irreal en términos emocionales.

“Eso fue bien tremendo. Una gran satisfacción que sentí al ver a mi hijo cooperar para su equipo. Es un orgullo y un sueño para mí estar aquí”, dijo con sus ojos brillosos Lilliam.

“Yo era mamá y papá. Desempeñaba el papel ese”, dijo Martínez, quien además fue jugadora de sóftbol y por eso se pasaba en los parques cuando Bebo y su hermano eran niños. El receptor de los Indios incluso recordó en aquella ocasión que debido a que su madre jugó la disciplina del sóftbol, él aprendió a amar la pelota.

“Desde que nació, lo crié sola con la ayuda de Dios. Dios me dio la fortaleza para hacerlo y llevarlo a cabo porque sabes que los varones son un poquito fuerte. Lo crié con vergüenza y humildad”, añadió Martínez, quien rememoró que Bebo, el mayor de los dos hermanos, comenzó a jugar en la Sultana del Oeste desde sus cuatro años de edad.

Pronto Lilliam pasó de estar metida en los parques como jugadora, a comer béisbol de desayuno, almuerzo y cena llevando a Bebo por los distintos estadios de pequeñas ligas en Mayagüez.

“Yo no lo dejaba solo, le llevaba sus meriendas y lo apoyaba. A él le gustaban dos deportes. Baloncesto y pelota. Nosotros salíamos de un juego de baloncesto para uno de pelota”, recordó la madre, quien señaló que aunque se destacó como ‘guard’ y ganó distinciones, ella le aconsejó en un momento crucial a decidirse por un deporte.

Esas y tantas otras memorias y sacrificios vinieron a la mente de Lilliam cuando su hijo se robó el show en la apertura de la Serie Mundial.

“Woooow. Yo creo que Dios me tenía ese regalito para nosotros. Sin el que está allá arriba, no somos nadie. Cada momento que yo estoy allá en Puerto Rico y él (Bebo) por acá, le digo, ‘Roberto, siempre dale gracias a Dios por la salud que te ha dado, por la mentalidad que te ha dado para poder dirigir ese bullpen, que no está fácil. Esos son mis consejos. Le he dicho, dale gracias a Dios por lo bueno o lo malo, ganen o pierdan”, dijo Martínez.

La madre sabe por qué lo dice. Sobre todo por las altas y bajas que ha sufrido junto a su hijo, en especial por situaciones de salud, como una parálisis facial que sufrió el jugador en el 2014, antes de ser promovido a Grandes Ligas, y este año por la fractura en uno de sus dedos pulgares.

Martínez cuenta que su hijo le ha dicho varias veces que está viviendo un sueño, y la respuesta de la progenitora es que ese fue un regalo que Dios le tenía reservado después de tantas vicisitudes desde su niñez y luego como adulto.

“Hemos tenido muchas rocas en el camino. El camino de Roberto no ha sido fácil. En el 2014 a él le dio una parálisis facial, y cuando lo subieron, que eso fue una bendición de Dios, yo me alegré, grité, pataletee y de todo”.

Las palabras de la orgullosa madre han sido hasta proféticas sin quererlo quizás. Tras la fractura de su dedo este año, ella le aseguró que alguna bendición vendría luego.

“Le dije, ‘¿tú sabes cuál es el regalo que Dios te va a dar a ti? Tú te vas a disfrutar el postseason’”, le aseguró a su hijo entonces.

Y así ha sido desde que debutó en unos playoffs en el primer juego de la Serie Divisional contra Boston, en el que conectó el primero de tres cuadrangulares que lleva en octubre.