Salinas. La oportunidad estaba puesta sobre la mesa. Rafael Díaz Brenes solo tenía que decidir si aceptarla o rechazarla. La aceptó. 

Rafael es uno de los estudiantes puertorriqueños que han decidido aceptar un proceso de aceleración de grados debido a su desempeño académico.  

Se dio cuenta de que la oportunidad se había convertido en una realidad cuando vio los resultados del College Board: más de 3,000 puntos. “Es una realidad. Ya está aquí”, pensó. “Pasó de ser un sueño a algo físico que uno podía ver y tocar”,  dijo.

Había llegado el momento de dejar la escuela para entrar a un “campo complejo”, donde podría aplicar al máximo todas sus capacidades mentales y académicas y enfrentarse, con mucho entusiasmo, a nuevos retos.

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Sin embargo, Rafael dudó aceptar la oferta porque iba a ser “un cambio complicado” para alguien que entonces tenía menos de 14 años. “Iba a estar con personas adultas… Los profesores te iban a exigir como a un adulto”, pensó. Pero se convenció. “Había visto a otras personas que lo habían hecho y tuvieron éxito y adelantaron sus carreras. ¿Por qué no intentarlo? Y lo intenté. Por eso estoy aquí”, expresó.

A algunas de esas personas que habían adelantado grados, las conoció en las reuniones de la Asociación de Niños Dotados de Puerto Rico, cuando estaba en sexto grado, una oportunidad que le permitió estar rodeado de personas que “yo podía comprender” y, a la misma vez, “podía expresar lo que sentía y pensaba, y esas personas podían comprenderme”.   

A él le encantaba debatir, compartir conocimiento y adquirir conocimiento nuevo. “Uno se siente más feliz porque puedo hablar de la Segunda Guerra Mundial y me van a entender”, recordó. 

Su conocimiento fuera de lo esperado provocaba que se aburriera, se distrajera y conversara cuando no tenía que hacerlo en la escuela porque terminaba rápido las tareas. “Me daban trabajos extras y me mandaban a explicar conceptos complicados”, dijo. 

Una vez en la universidad, el primer día de clases, Rafael sintió nervios porque el sistema de enseñanza era diferente al de la escuela.  Aun recuerda que al presentarse, alguien le preguntó su edad, lo que provocó el asombro del grupo. “Pero me aceptaron, no me excluyeron de la atmósfera social”, aseguró.

Ahora, Rafael  se siente “cómodo en el ambiente universitario”. Ya pasó la etapa de transición de la adaptación a algo nuevo, “ya no hay ansias”.