Tras vivir una pesadilla por 107 temporadas sin ganar, más de un siglo, los Cachorros consiguieron lo improbable en un Clásico de Otoño que parecía por momentos otro ‘por poco’ para Chicago.

Pero un ataque temprano contra el pitcheo de los Indios, y la ofensiva persistente para romper empates de 1-1 en la cuarta entrada, y de 6-6 en la décima, le permitieron a los Cachorros celebrar como no pudieron hacerlo en su casa, el Wrigley Field de Chicago, al alzarse anoche con lo victoria 8-7 sobre Cleveland en el séptimo y decisivo partido.

Pero anoche el Progressive Field de Cleveland pareció más el hogar de los Cachorros, que arrastraron una gran fanaticada desde la Ciudad de los Vientos y gritaron a rabiar con cada batazo y cada carrera anotada.

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“Aquí nunca hubo una cabra, para mí. Para mí nunca hubo ninguna maldición ni ninguna cabra. Lo que había era que salir a jugar béisbol y ya”, dijo el puertorriqueño Javier Báez en el camerino jubiloso de los campeones, en el que los jugadores estuvieron lanzando champán a chorros por alrededor de una hora tan pronto se dio el último out.

Después de correr bañarse en el sabor de la victoria junto a sus compañeros, entre víctores, risas y brincos, Báez se desapareció del camerino y regresó al cabo de unos minutos. Soltó un alarido de celebración, y atendió a este y otros medios, en un atestado ‘clubhouse’ con jugadores y periodistas.

“Grandioso para mí. Después de no estar tan caliente con el bate en esta serie, obviamente estoy súper emocionado de haber dado un jonrón en el último juego y obviamente después de haber ganado el juego de la Serie Mundial (del campeonato)”, agregó Báez, refiriéndose al cuadrangular solitario que le conectó al lanzador abridor de los Indios, Corey Kluber.

Kluber, quien había sido dominante en la Serie Mundial ganando los dos juegos anteriores en que abrió en la lomita, permitiendo una sola carrera en 12 entradas, anoche fue castigado sin misericordia por los bates de los Cachorros. Dexter Fowler fue el primer bateador que enfrentó al comenzar el juego y de inmediato le demostró cuál sería la tónica de la noche, sirviéndole un cuadrangular de 410 pies, para darle ventaja 1-0 a Chicago.

Báez le repitió la dosis en la quinta, sin outs, para colocar la pizarra 4-1 y sacar a Kluber del montículo.

“El juego estuvo abierto hasta que ellos lo empataron (a 6-6 en la octava). Como que nos echamos para atrás un poco porque estaba abierto. Pero era el último juego y ninguno de los dos equipos… el que perdía se iba para la casa. Ellos no se dieron por vencidos y vinieron para atrás y empataron el juego”, agregó Báez.

“Yo nunca le presté atención a muchos comentarios, especialmente a la cuestión de la cabra y la maldición. Nunca la entendí mucho y con no prestar atención pienso que era suficiente para mí”.

La verdad que los Cachorros en general no le hicieron caso al cuento de la maldición de la cabra, a la que la opinión popular le achacó el hecho de que Chicago estuviera tanto tiempo sin ganar desde que lo hizo en 1908, y tanto tiempo sin participar tan siquiera en la Serie Mundial, desde su última en 1945.

Chicago ganó 103 juegos en la temporada regular y continuó su avance en la postemporada eliminando a San Francisco en la Serie Divisional y a los Dodgers en la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, en la que Báez fue el Jugador Más Valioso junto al lanzador zurdo Jon Lester.

Pero en esta Serie Mundial el boricua no había estado afortunado con el bate, con solo 4 hits en los primeros seis juegos, y los últimos dos de ellos batazos débiles que nunca salieron del cuadro.

Pero el palo de anoche fue uno que hizo viajar la bola 408 pies hacia el jardín central derecho, para complementar la gran labor defensiva que realizó en el clásico otoñal, pero también como desquite al error que manchó su labor con el guante en la tercera entrada, al dejar caer una bola en asistencia del campocorto Addison Russell, que hubiera forzado en segunda base al corredor dominicano de los Indios, Carlos Santana.

En el lado perdedor, el silencio en el camerino local del Progressive Field era elocuente. No fue para menos. Tras colocar la Serie Mundial a punto de mate 3-1 en Chicago el pasado sábado, y ponerse a ley de un solo triunfo para ganar su primer campeonato del clásico otoñal desde 1948, esa victoria nunca llegó. Ni en el último juego en el Wrigley Field el domingo, cuando comenzó la reacción de Chicago que parecía imposible, ni en los siguientes dos en Cleveland.

Los Indios buscaban darle a la ciudad su segundo título de campeones en apenas cuatro meses, tras la corona alcanzada por LeBron James y compañía en el baloncesto de la NBA.

Sin embargo, se quedaron cortos, aunque algo de consuelo se respiraba en el camerino de la Tribu.

“Sí, definitivo. Fue una muy buena temporada para todos nosotros. La pasamos superbién, orgulloso de mi equipo, contento. La gloria es de Dios. Ellos jugaron mejor que nosotros los últimos tres juegos y se merecían ganar”, dijo el campocorto boricua de los Indios de Cleveland, Francisco Lindor.

Para Lindor, saber que realizaron tantas cosas en la temporada 2016, como ganar su división y superar en las primeras dos series de playoffs a dos equipos que lucían favoritos sobre ellos, como los Medias Rojas de Boston y los Azulejos de Toronto, le brinda satisfacción.

Al igual que le ayudó a salir con la frente en alto ver la remontada que sus compañeros, encabezados por Rajai Davis con un jonrón de dos carreras, completaron un avance de tres anotaciones enla octava entrada que hizo estallar el Progressive Field cuando los Indios vinieron de atrás y empataron el partido 6-6.

“Esa ha sido la forma en que hemos jugado en la temporada. Nadie se esperaba las cosas y de momento, ‘pum, pum, pum’ y lo hacemos, y nos metemos en la pelea de nuevo. Es parte del juego. Yo sabía que en algún momento nosotros íbamos a hacer algo para meternos en la pelea”.

“Estoy agradecido de Dios. Sí, me molesta, me duele (perder), pero al mismo tiemo con la cabeza en alto porque las cosas que hicimos fueron increíbles. Nadie se lo esperaba y a mí me gusta eso”.

El receptor boricua de Cleveland, Roberto Pérez, quien se adueñó de la posición durante los playoffs, coindició con Lindor en entrevista por separado.

“Orgulloso de estar aquí. Dimos un espectáculo y jugamos la pelota como se debe jugar. Al final del día, pues, uno tiene que ganar y otro tiene que perder. De verdad estoy orgulloso del trabajo que hicieron estos muchachos, batallaron hasta lo último y nunca nos quitamos”.