“No llores, pareces una nena”. “No juegues con carros, eso es de nenes”. Estas son algunas de las frases que suelen escuchar los niños y niñas de padres, tíos, abuelos y profesores -y en general de la sociedad- sin ser conscientes de que así refuerzan estereotipos de género que pueden reflejarse en comportamientos machistas en su vida adulta.

Una solución para contrarrestar esta cultura machista está en la educación. Pero pensándola no solo en lo académico: se debe enseñar, principalmente en el hogar, pues allí genera más impacto. La igualdad de género y los valores en general se enseñan en primera instancia en casa y se refuerzan en la escuela.

Para que los niños de esta época no repitan la historia y construyan una sociedad equitativa, se deben cambiar ciertas prácticas bajo una premisa sencilla: el mejor educador es el ejemplo. Si un niño se cría en un ámbito de violencia intrafamiliar es probable que lo reproduzca en su futuro hogar. Y si lo que ve es respeto, cariño, tolerancia e igualdad, también lo podrá reproducir.

“De una generación a otra se transmiten tradiciones y roles que pueden ser machistas”, explica el doctor en educación Luis Miguel Bermúdez.

Y algo similar ocurre en el sistema educativo. Diana Gómez, profesora del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider), de la Universidad de los Andes, dice que la educación ha tenido una gran responsabilidad en el mantenimiento del patriarcado y, en consecuencia, de las prácticas machistas. 

“En términos de género, mucha de la educación que recibimos desde niños repite visiones estereotipadas de las mujeres y refuerza la idea de que hacen parte de ciertos espacios y deben tener ciertos comportamientos e, incluso, emociones. Y lo mismo pasa en relación con los hombres”, afirma.

Uno de los puntos de partida para educar en igualdad de género es criar a los niños por fuera de estereotipos, para que no se vean limitados por su género. Como lo han demostrado varios estudios científicos, en los primeros años de vida se genera gran parte del desarrollo socioemocional del individuo. Y la identidad se construye a partir de cómo se relacionan los niños con los adultos -entre otras cosas-, según el informe Desarrollo emocional, clave para la primera infancia, de Unicef.

Una de las evidencias de que los niños reproducen lo que ven en sus hogares es la relación que hay entre aquellos que vivieron en entornos violentos y que en su adultez son agresivos con sus parejas.

“En el caso de los varones, vivir violencia en el hogar durante la infancia hace 2.5 veces más probable que agredan a su pareja de adultos, ya que han aprendido que el que tiene más poder en una relación puede usar la violencia para imponer su autoridad. Y las mujeres que de niñas vivieron violencia en el hogar también tienen mayor probabilidad de ser agredidas en sus relaciones de pareja”, sostiene Clara Alemann, consultora de la División de Género y Diversidad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Sin embargo, es importante tener en cuenta que este es un factor predictor, no concluyente: no se puede asegurar que, por el hecho de presenciar violencia en el hogar, el niño la reproducirá en su futuro hogar. También hay maltratadores que no sufrieron violencia en la niñez.

La especialista del BID señala que esa correlación se presenta no solo con las agresiones físicas, sino también con las actitudes machistas. En este punto es clave aclarar que rechazar estereotipos de género no significa que las niñas no puedan jugar a la cocina o que los niños tengan que hacerlo, por ejemplo; la clave es no inculcar actitudes de rechazo a partir de estos preconceptos. Cuando ese tipo de estereotipos se marcan desde la infancia, esto repercute en una versión de masculinidad que ve a la mujer como inferior, aseguran los expertos.

Marcela Henao, asesora de género de la fundación Plan, explica: “Es necesario darles espacio a la emoción, a la sensibilidad. Está bien llorar, sentirse frustrado, está bien a veces no saber qué hacer, está bien a veces no sabérselas todas... Eso es muy importante para los niños, que se conecten con las emociones y no estén todo el tiempo demostrando que tienen que ajustarse a la versión tradicional de la masculinidad”.