De Bayamón a Niza y Mónaco: Llevando a Puerto Rico en el pecho y recordándolo con mofongo
La historia de Giomari Rodríguez Ramos, quien cruzó el Atlántico por el idioma francés, pero se quedó por amor, el ballet y pilates.
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Nota del editor: La serie Boricuas en la Luna destaca las historias de los puertorriqueños que han extendido las fronteras de la Isla al establecerse por el mundo, cargando con nuestra bandera, cultura y tradiciones.
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Giomari Rodríguez Ramos llegó a Francia con la idea de completar una maestría en francés y regresar a Puerto Rico para enseñar el idioma.
Sin embargo quince años más tarde, esta boricua criada en Bayamón vive en la ciudad de Niza, donde divide su tiempo entre, Mónaco, Cannes y Saint Laurent du Var, lugares donde se desempeña como instructora de pilates y maestra de ballet.
Fue una clase de francés en la Universidad de Puerto Rico la que motivó a Giomari a aventurarse al viejo continente. Primero pasó por España como parte de un programa de intercambio de un año, interín donde la joven, que desde su niñez practicaba ballet, comenzó a practicar pilates.
De regresó en la Isla y una vez terminado su bachillerato, enfiló hacia Francia.
“Me encanta profundizar en lo que me gusta y pues decidí cuando terminé mis estudios en la UPR, venir para Francia para hacer mi maestría en francés y ser maestra de francés. Mi objetivo principal era regresar a casa, a Puerto Rico y enseñar francés en Puerto Rico. Cuando terminé mis estudios de francés aquí, conocí a quien es ahora mi esposo, que es canario, no es francés”. Describió ese encuentro como “una fusión inmediata por la conexión de los canarios con los puertorriqueños, y decidí quedarme aquí en Francia”.
Entre conversación y conversación en un centro comercial en el que ambos trabajaban, rápidamente Giomari notó el acento canario de Caleb Castro y casi al instante afloró el español.
“Él vino en una ocasión a verme porque yo trabajaba en la recepción (del centro comercial) y se vino a presentar porque él trabajaba en una tienda en el mismo centro comercial, y estaba titubeando en el francés. Y yo escuchaba ese acentito español por debajo y yo decía ‘este pobre muchacho titubeando en el francés, déjame ayudarlo’ y le digo ‘¿tu hablas español verdad?’, y me dice ‘claro’, y empezamos a hablar y una risa
A pesar de su sólida preparación académica en educación y en el idioma, e incluso de haber llegado a ser maestra en varias escuelas en Francia, Rodríguez Ramos reveló que como todo el que va a un país extranjero, la transición no fue fácil y confrontó barreras, tanto idiomáticas como culturales, sobre todo por el calor boricua que irradia a donde quiera que va.
“Como puedes imaginarte, vivir en un país extranjero, es muy difícil. Al principio fue muy duro. Aunque yo tenía mis bases de francés, yo tenía una base académica de francés, cuando yo llegué aquí, hablarlo se me dificultó muchísimo. Trabajar también. Yo pasé por momentos difíciles. Gente que se burlaba de mi acento. Gente que yo trabajaba en lugares y me decían ‘no te entiendo’, ‘búscame a otra persona que sepa hablar francés’, ‘tu no sabes hablar francés’. Tuve momentos difíciles pero aún así, a mi me gustaba ese reto, yo quería seguir. Mientras más me retaba, más se dificultaba, más quería probarme a mi misma que podía hacerlo. En parte también fue mis ganas de conseguir ese reto lo que me hizo quedarme aquí”, explicó.
Por unos 10 años, Giomari se desempeñó como maestra de francés, español e inglés. “Enseñé primero español. Tuve la oportunidad de enseñar francés en una escuela internacional, una escuela que recibe estudiantes extranjeros. Pues estuve en esa escuela enseñando francés y luego entonces me quedé por lo menos nueve años, enseñando inglés en una escuela elemental, enseñando inglés a niños bilingües. Esos fueron mis primeros pasos. Luego entonces, mi base de baile que yo siempre he bailado, siempre he bailado ballet y he sido bailarina desde pequeña. Siempre estuve bailando y haciendo ejercicio y pilates y otros, mi base me llamó y regresé a lo que siempre me ha gustado, que ha sido el pilates y la danza”.
Nuevamente y en ese proceso, en ciertas ocasiones ha sentido la barrera cultural que en ocasiones la hace sentirse incomprendida, aunque aseguró que mucha de la gente que toma sus clases lo hacen precisamente por esa energía que como boricua, la diferencia del mundo francés en el que vive.
“La gente no te comprende, no comprende tu humor, no comprende tu calor, la calidez del puertorriqueño. Nosotros somos muy cálidos y nuestros códigos se mal interpretan en ocasiones”, abundó Rodríguez Ramos.
“La gente puede ver nuestra calidez como demasiada intrusiva. Nos metemos demasiado o incluso, ni siquiera entendernos y al principio sentirse agobiados por nosotros, puede ser también. Y fue un proceso de ‘trial and error’. Fue un proceso de ver cómo es la gente aquí, como la gente me codifica y como yo entonces modificar mi comportamiento para encajar porque al final uno quiere ser parte de la sociedad e integrarse, sin perder mi puertorriqueñidad”, dijo.
Un factor que tal vez complica más ese proceso es que en Francia no hay la presencia de una comunidad puertorriqueña, al punto de que según Giomari, quizá en ocasiones se ha topado con uno que otro puertorriqueño que se encuentra en ese país estudiando, o algún turista boricua que se encuentra de paso por allá.
Esa ausencia de una comunidad puertorriqueña también se refleja a la hora de prepararse sus gustos culinarios, ya que el primer recurso para lograrlo es surtirse de provisiones cuando viene a la Isla cada verano, mientras que, cuando se trata de productos perecederos recurre a lo que llamó “tiendas exóticas” de origen africano, o establecimientos que están dirigidos a grupos de latinos como la comunidad colombiana que tiene una mayor presencia en ese país. “Cuando voy, pues muchas veces encuentro similitudes, cosas que nosotros comemos en Puerto Rico y que ellos comen también. Por ejemplo, yo puedo hacer mofongo aquí en Niza, porque cuando voy a esas tiendas exóticas, tienen plátanos verdes, tienen yuca, porque ellos las comen también”.
Giomari confesó que aún cuando frecuenta ciudades y escenarios que pueden parecer idílicos, Francia no es perfecta, en alusión al no querer idealizar a ese país al pedírsele que haga una comparación con Puerto Rico. Sin embargo resaltó que una gran ventaja que tiene allá, comparada a la realidad de Puerto Rico, es la accesibilidad a un sistema de transporte público sumamente eficiente.
“Lo que me gusta mucho de aquí es que con mucha facilidad puedo moverme de un lugar a otro. En una hora estoy en Italia, en 30 minutos en Mónaco. Luego tengo Suiza, tengo Barcelona al lado. Tengo muchos lugares muy interesantes y bonitos también, que puedo visitar en cuestión de nada. En Puerto Rico es la dificultad de moverse, lo que tiene estar en una isla, que no es malo, vivir en nuestra isla. Tiene muchísimas cosas buenas y positivas, pero cuando uno está en una isla, quien dice isla, dice también estar aislado pues eso es que esa apertura al mundo que tengo aquí y a Europa ya tantos lugares y culturas y países que me encanta aquí y que me haría falta estando en Puerto Rico”
A pesar del acceso a todo ese glamour y de oportunidades de estar en eventos en los que se ha codeado con figuras de la realeza e incluso de involucrase en actividades como el Grand Prix de Mónaco, evento del automovilismo mundial en el que su esposo es uno de los comisionados y en ocasiones sentirse deslumbrada por el esplendor, Giomari aseguró que no cambiaría su identidad puertorriqueña y su patria por nada de eso.
“A pesar de todas esas grandes experiencias que he podido vivir, de haber estado en Mónaco, en eventos donde está el príncipe o en Francia, en España en eventos donde está el rey este son cosas que uno se deslumbra por esas cosas y dice ‘wow, genial este todo. Esto es genial’. Aún así no cambiaría nada no cambiaría ni puertorriqueñidad ser puertorriqueña y regresar a Puerto Rico siempre, por nada de eso”, manifestó.
De hecho, una de las metas de Giomari, quien lleva en su pecho una medalla con el mapa de Puerto Rico como estandarte que le anuncia a todos de donde viene, es regresar algún día a su Isla, disfrutar del calor de su familia, los pasteles que con tanto amor le prepara su madre cada vez que viene de visita y abrir su propia academia de pilates y baile.
Mientras ese reencuentro con el terruño y con los suyos se produce, cada sábado, religiosamente, a las siete de la mañana en Puerto Rico, Giomari, su madre y sus tres hermanas se reúnen gracias a la tecnología y comparte con su familia una clase virtual de pilates, que a veces termina transformándose en encuentro de pilates para sus corazones.
¿Eres o conoces de algún boricua que vive fuera de la isla y quiere contar su historia? Escribe a historiasph@gfrmedia.com.