Darse a la tarea de revestir una casa por dentro y por fuera con piedras que fue recogiendo en el camino durante 24 años, es algo que no todo el mundo hace. Para eso hay que tener corazón, y el corazón de Laureano Cora Solís cumple 20 años en su cuerpo.

El arroyano, de 72 años, fue el primer paciente que recibió un trasplante de corazón en el Hospital Cardiovascular, marcando un hito en la historia de la medicina en Puerto Rico, y muy en particular en la trayectoria profesional del doctor Iván González Cancel, quien al momento ha realizado 162 de estas intervenciones quirúrgicas que trasmutan en un renacer para quienes tienen la oportunidad de someterse a ellas.

Cora, como comúnmente le llaman, lleva una vida calmada y a la vez muy activa. Esta entrevista se realizó el pasado lunes, alrededor de la 1:00 de la tarde, y en su peculiar residencia se le escuchaba a él, de vez en cuando a su esposa, Carmen Ortiz, y de fondo, los gallos que merodeaban el área.

Esa calma no es sinónimo de inactividad. Desde que recuperó su salud, comienza sus días temprano, caminando y oxigenándose a la orilla del mar. El resto del día está haciendo esculturas, inventando y agradeciendo cada instante de esta nueva vida.

Al cumplirse 20 años del momento del trasplante, ¿cómo ha sido la vida hasta ahora?

“Glorioso, glorioso, porque he hecho tantas cosas que no podía hacer. Soy una persona que me gusta estar haciendo cosas y cosas, pero hubo un momento en que hasta me daba con la cabeza a las paredes al no poder hacer las cosas, del desespero que tenía, la falta de aire y al recibir el trasplante me cambió la vida totalmente. (Es) una bendición de Dios y gracias también a Arlyne Acevedo, que es la principal (protagonista) de esta historia, porque esto es como una historia y sin Arlyne no se hacía nada”.

La mujer que nombra, Arlyne Odette Acevedo Molina, fue la donante del corazón. Ella falleció en un accidente automovilístico y aunque él pudo establecer comunicación con el hijo, que para entonces tenía 14 años, posteriormente se desconectaron.

¿Qué recuerda del 27 de junio de 1999? 

“Inolvidable, porque esa fue una noche que llegaba de la iglesia, deseoso de encontrar una mejoría de mi enfermedad, y al llegar de la iglesia, como en una hora y media de estar en la casa, se recibe una llamada que había aparecido un corazón compatible conmigo. En las condiciones en que yo estaba viviendo, no había que pensarlo. Era una condición muy grave, me faltaba el aire demasiado, y le dije a ella (a su esposa, Carmen): ‘¡Llama!’, y me contactaron. Hablé con el hermano mío, y me llevaron al Cardiovascular”.

Previo a esa llamada, Cora intentó encontrar un corazón en Nueva Jersey, pero esa oportunidad se le negó por razones del idioma. Compartió que un médico de origen hindú le dijo, por medio de un intérprete, que no podía hacerlo, porque temía que la comunicación no se diera correctamente.

El padre de tres hijos, abuelo de cuatro nietos y bisabuelo de tres biznietos experimentó el cambio en su salud en menos de un año y, afortunadamente, no presentó señales de rechazo del órgano ni otras complicaciones. Difícil fue adaptarse al medicamento que estaba obligado a tomar y el gasto económico que le representaron los viajes entre Arroyo y San Juan para los exámenes médicos de rutina durante el año siguiente a la operación. 

“A los ocho meses yo estaba corriendo bicicleta. Siempre corría bicicleta, pero estaba aguantado por la enfermedad, pero después del trasplante corría bicicleta como cuatro o cinco millas, y era una vitalidad y una fortaleza tremenda, y ahí fue que empecé a retomar mi vida y a medida que iba corriendo el tiempo, iba cogiendo más fuerza y me sentía más glorioso todavía. Gracias a Dios logré lo que quería, que era una calidad de vida bien sana, bien buena”, compartió el septuagenario.

Al cirujano cardiovascular y de trasplante González Cancel lo adora como su “segundo Dios”.

“Él me llama por ‘tipo’, donde quiera que me ve, y es un hombre que si va un paciente de Arroyo, siempre me manda saludos. Es mi segundo Dios. Lo respeto como hombre, como profesional y como persona”, aseguró.

Don Laureano Cora revistió su residencia con rocas que recogió durante 24 años.

Cora, creyente de la Virgen de Guadalupe, tenía atracción por la artesanía previo al trasplante, pero no fue hasta que tuvo su segundo corazón que se animó a tramitar la licencia y dedicarse de lleno a esa expresión artística.

Toda la estructura de su casa está revestida en piedras y así todos los espacios del interior. Él las fue pegando una a una ante la mirada de quien ha sido su compañera y cuidadora por 50 años.

“Para mí ha sido una emoción porque he descargado toda mi frustración que tuve anterior, y para mí es una alegría poder hacerlo. Esto lo tenía pensado hace tiempo, pero no había podido hacerlo, pero una vez ya resuelto con el trasplante, lo logré y para mí es satisfactorio. Y como vea una piedra por un lado, la cojo y la pego”, dijo.

Al pedirle una reflexión sobre su vida, este bailador de salsa se lo reserva para evitar la emoción. “Vamos a dejar eso al mundo”, expuso.

Más adelante pronunció lo que, sin duda, recoge su agradecimiento por lo que cada latido de su adoptado corazón, trajo a su vida.

“Son 20 años, hay que aprovecharlos, no sé si llegue al 21, pero estoy satisfecho, porque en 20 años hice lo que no pude hacer 20 años atrás”.

Era 1967... en Sudáfrica

La idea de que un corazón latiera en un pecho ajeno pudo haber sonado descabellada cuando se propuso por primera vez. Pero la necesidad de prolongar la vida de quien lo necesitara pudo más que cualquier resistencia a la entonces inusual propuesta.

El 3 de diciembre de 1967, en el Groote Schuur Hospital en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, se realizó el primer trasplante de corazón de humano a humano.

El Dr. Christiaan Barnard intervino a Louis Washkansky, quien falleció 18 días después por neumonía. La donante fue Denise Darvall, quien tenía muerte cerebral.

Un año después, el Dr. Jorge Kaplán hizo el primer trasplante exitoso, pero en Chile. La paciente fue María Elena Peñaloza, una modesta costurera de 24 años, quien tenía una grave condición cardiaca.