UTUADO. “Esther” (nombre ficticio para proteger su identidad) llegó al refugio con el dedo meñique de su mano izquierda fracturado, su hombro dislocado y su piel con las marcas de las palizas que le había propinado su esposo.

Por eso, cuando le dijeron que los iban a cambiar de refugio y su marido no estaba, vio una oportunidad. Por primera vez en algunos años, él no sabría dónde ella estaría con su hijo, de 2 años. 

Procedió entonces a alertar al Departamento de Vivienda de lo que sucedía. Con un policía acudió a lo que quedaba de su casa y sacó algunas de las pertenencias que todavía servían. No eran muchas puesto que la casa se había quedado sin techo con los vientos del huracán María. Básicamente, era comenzar desde cero. 

“El problema es que él está en vicio y se pone agresivo”, dijo la mujer mientras atendía a su hijo. 

La administradora del refugio indicó a este medio que por la emergencia que se vive en Puerto Rico no encontraron albergues que pudieran ayudar a “Esther” por lo que habían optado por reforzar la seguridad del lugar de modo que si el sujeto la encontraba, pudieran evitar una nueva agresión.

El más reciente acto de violencia fue el día previo al azote del huracán e implicó la fractura en su mano. De hecho, la mujer relató que muchas de las lesiones ni se las ha podido atender médicamente porque su esposo nunca la dejaba salir de la casa. Sin embargo, se tenía previsto una visita de un grupo de médicos del Departamento de Salud para atenderla a ella y otros refugiados. 

La expectativa, según dijo la administradora, era que ella y su hijo pudieran ser ubicados en alguna residencia, en lo que se estabiliza la situación provocada por el huracán. Para esto verificaban la disponibilidad de asistencia gubernamental.