Juana Díaz. El barrio Manzanilla, ubicado en la costa caribeña, ha tenido dos héroes durante el proceso de recuperación tras el paso del huracán María: uno abrió camino y el otro, ha sido su principal fuente de agua potable.

Este sector juanadino, donde la mayoría de las casas están parcial o totalmente construidas en madera, fue seriamente afectado por la marejada ciclónica y el río que nace en Villalba. Las calles y casas se inundaron con agua dulce y salada, y el viento se llevó muchos techos de zinc.

En una residencia de cemento que hace esquina en la calle cuatro interior, Alexander Echevarría, conocido como El Pi, pasó el huracán junto cinco parientes y vecinos. En todo el barrio, fueron menos de 20 personas las que tuvieron el atrevimiento de quedarse a pasar el ciclón en una zona inundable que fue desalojada por las autoridades.

Relacionadas

Desde el balcón de su casa, el hombre de 36 años pudo apreciar cómo el viento de María tumbó el gazebo de la comunidad y decenas de árboles que obstruyeron el paso vehicular y peatonal. El mismo miércoles, 20 de septiembre, cuando lo peor había pasado, se tiró a la calle a sacar del medio una palma. 

Anocheció pronto, así que se retiró y al día siguiente madrugó junto a su grupo y se puso a despejar la carretera para darles acceso a sus vecinos.

Echevarría, Osvaldo Seda, Sergio Diana y Luis Miguel Martínez se montaron en la guagua pick up del primero y, ayudados con dos sierras y mucha voluntad, abrieron camino.

“Tengo dos sierras de picar árboles y aquí las rompí. Estoy esperando a poder comprar un cloche para ponerlas a funcionar, pero yo lo hice porque quise. Lo hice de corazón porque yo soy de aquí y sabía que la gente quería entrar”, expresó El Pi.

“No hicimos más que llegar allá afuera (a la carretera PR-1) y estaba toda la gente en línea (esperando), bendito”, agregó en referencia a sus vecinos que estaban locos por llegar a sus residencias a revisar los daños. 

La tarea les tomó de 6:00 a.m. a 9:30 a.m. y en el camino se encontraron manos amigas que colaboraron con gasolina y recogido de material vegetativo. 

“Ese es un héroe anónimo. Con unas máquinas que él tiene, fue cortando los árboles por ahí. Tenemos que agradecerle un montón a ese muchacho”, manifestó Radamés Pérez Pérez, de 64 años.

Pero ahí no queda la historia de este héroe anónimo –que pidió no ser fotografiado-, pues él a su vez ayudó a otro buen samaritano a darle un poco de calidad de vida a esta comunidad.

Samuel, un ponceño que tiene sus raíces ancladas en Manzanilla, ha viajado todos los días desde Ponce hasta Juana Díaz para llevarles agua a sus “hermanos”. Samuel tiene un pozo en su casa y reparte el tan ansiado líquido diariamente junto a sus hijos y nietos.

“Él (Samuel) me dijo que necesitaba una goma para su pick up y como mi guagua cogió un fallo el día del huracán le di una goma mía porque tenemos que ayudarnos. Gracias a ellos que tienen bomba y traen agua potable. Vamos poquito a poco, poquito a poco nos levantamos de todo esto”, contó El Pi.

Samuel, quien está activo en la Iglesia Misionera Aposento Alto de Manzanilla, no acepta el crédito por su obra sino que se lo atribuye a la iglesia.

“Lo hago por amor a Dios. Esta es una obra de la iglesia”, afirmó en un intercambio breve con este medio mientras reparaba junto a otros residentes el techo de zinc de la iglesia. 

En una demostración de humildad y timidez, Samuel tampoco quiso que su rostro se conociera, pero no hace falta, pues tiene la gratitud de toda Manzanilla.