Cuando mami me llamó, el pasado 29 de diciembre, para contarme que Sebastián pasaría la despedida del 2015 en el hospital no pude evitar sentirme triste. 

“No puede ser cierto”, me dije. Esperemos que no se vuelva tradición, pero por segundo año consecutivo, el nene de tití recibiría un nuevo año, hospitalizado, y lejos de la familia. Con las ilusiones que me había hecho yo de tener a toda mi familia en casa el 31 de diciembre. 

La noticia de su hospitalización me pegaba por partida doble porque, además de dolerme el hecho de que estaba enfermo, nos tocaba nuevamente cancelar la fiesta de cumpleaños que tanta ilusión nos daba hacerle. Déjenme ponerles esto en contexto, mi hermana y mi mamá hacen bizcochos, yo a parte de mi trabajo como reportera, hago decoraciones para cumpleaños. Pueden imaginar la ilusión que nos hace involucrarnos en esa clase de embelecos, y por segundo año, allí estábamos, de nuevo con la fiesta cancelada o pospuesta porque después de que lo dieron de alta no podíamos exponer al nene al contacto de personas que pudieran estar enfermas. 

Así que, pues no fue el mejor comienzo de año. 

Tampoco fue el mejor Día de Reyes, pues no pude estar con él porque me tocó trabajar. Ya saben cómo es, con el cuerpo en un lado y la cabeza y el corazón en otro. Cómo es la vida, hace unos años me daba igual trabajar un día de Navidad o Reyes, y ahora que lo tenemos a él, no puedo evitar las ganas de querer estar con mi familia. (Sus regalos se los entregué unos días después, cuando me desquité y me lo gocé todo el día jugando con él, incluso, metiéndome con él dentro de una caseta en forma de tren que le trajeron los Reyes de tití).

Con la condición de Sebastián, que gracias a Dios, se fue con el año viejo después de un año entero de quimioterapias, cada fecha especial es una celebración de vida. Por eso, no podíamos permitirnos no festejar su cumpleaños. Teníamos que hacer la fiesta sí o sí.

Así que, decidimos hacer algo pequeño; solo con la familia inmediata, para cantarle cumpleaños, para consentirlo, mimarlo y hacerlo reír a carcajadas. 

Cuando el nene llegó ese día a casa con boina, tirantes y lazo, casi me derrito. Parecía un muñeco. 

Corrió de lado a lado, jugó con las nenas de la familia, se lució en un carro deportivo rojo, que le trajeron los Reyes, y le pidió ayuda a tití para abrir cada regalo. Como siempre, nos hizo llorar de risa con sus ocurrencias. 

Cuando llegó el momento de cantar, y de él soplar las velas, solo pude desear para él mucha salud para que no tenga que pasar otro día festivo en un hospital.