Algo mágico sucede con la llegada de un niño a una familia, y es que una vez eso sucede, todo a su alrededor se hace teniéndolo en consideración a él.

Déjenme explicarles a qué me refiero con eso. Hace dos semanas nos reunimos algunos miembros de la familia para celebrar el cumpleaños de mi papá y de mi abuelo. Casualmente, Sebastián cumplía un año y 11 meses ese día. 

Tanto han cambiado las cosas desde su llegada a nuestras vidas, que ahora nos reunimos para celebrar cosas que antes pasaban como familia, muchas veces, bajo el radar. Pues, no solo hicimos una fiestecita familiar, sino que aunque él no era el cumpleañero principal, terminó siendo el protagonista. 

Hasta el motivo de la fiesta se escogió pensando en él. Seleccionamos a los personajes de Snoopy y Charlie Brown en Navidad, todo para que él se divirtiera. Desde los muñecos en el bizcocho hasta las figuras de “foam” colocadas en la mesa fueron puro gozo para él.

Había que oírlo llamando a “Upi” (Snoopy) y verlo asombrado mirando las luces colocadas en casita del perro y la mesa. Fue fascinante verlo correr de lado a lado con los globos, cuyos colores repetía una y otra vez para que se lo celebráramos. 

Fue gracioso, verlo bailar, con ese “swing” particular que me hace reír hasta llorar. Y fue emocionante verlo aplaudir cuando se cantó cumpleaños y verlo tratar de soplar la vela, creyéndose el dueño de la fiesta. Y en realidad lo fue porque todo lo hicimos, y lo hacemos ahora pensando en él.