Estoy lucía, no lo niego. Tanto tiempo deseando que lo hiciera y sucedió en el momento menos esperado. Así, sin ayuda, me miró a la cara embelesado y dijo lo que tanto quería escuchar: “tití”. 

“¿Cóooooooommmmoooo?”, y lo dijo otra vez: “tití”, y no es que lo dijera por decirlo, me lo decía a mí, mirándome a mí, o cuando me iba a buscar al cuarto, o cuando quería entregarme algo. 

Fue el domingo pasado, cuando me preparaba junto a mi familia para celebrar el cumpleaños de mi hermana, Vanessa. Mi hermano, Fernando, fue a buscar al nene para que pasara el día en casa. Cuando llegaron, tití, o sea yo, salí del cuarto con algunos regalos para el nene. Llevaba unas semanas sin verlo. El primer obsequio fue un Mickey Mouse vampiro, el segundo, y el más que le gustó, fue una canasta de Halloween para dulces con la forma de Thomas El Tren. 

La cara de asombro del niño cuando vio a su personaje favorito me derritió. Estaba emocionado. De inmediato, agarró el Mickey e intentó ponerlo en la canasta. No soltó la canasta en todo el día. Desde ese momento en adelante, todo el día para él fui “tití”. Ese fue mi premio del día con varios besos de bono. 

Estaba tan emocionada por la cercanía del día de Halloween, para poder verlo disfrazado, que ese día también le regalé un disfraz del personaje Mike Wazowski, de la película “Monsters”. Por ese disfraz hice una larguísima fila en Disney Store, que no la hubiera hecho por mí misma así estuvieran regalando maquillajes en Sephora. Y quienes me conocen saben que soy “adicta” a esa tienda.

El disfraz del monstruo verde también le emocionó. Ay Dios, es que esa carita valía un millón. Ese mismo día le compré un sweater de Mickey Mousse y un libro de Thomas. En fin, que tití dejó de comprarse maquillajes esta quincena para hacerle regalos a él. Y vamos, sé que muchos pensarán que eso es material y que el amor no se debe comprar, y honestamente esa no fue mi intención, es que me desquicié cuando vi tantas cosas tan chulas para él y se las quería comprar todas. Sé que muchas de ustedes conocen el sentimiento. 

Ese día fue el mejor para mí en mucho tiempo.

En la noche, vestimos a Sebastián con su disfraz porque tití no estará con él en Halloween, y se robó el show, escondiéndose tras las cortinas para que lo encontráramos, y bailando salsa y hasta reguetón. Me sacó lágrimas de risa el trapo de muchacho con el meneo sabroso que tiene. 

No sé si fue por los regalos, o porque después de un tiempo ya asocia mi cara con la palabra “tití”, pero lo cierto es que ese día siempre lo voy a recordar como uno de los más felices de mi vida. No sabía todo lo que una palabra de cuatro letras me podría alegrar.

¿Y ustedes, recuerdan cuando fue la primera vez que le llamaron tití?