Si tuviera que definir a Pantojas, diría que fue uno de los hombres más valientes que he conocido en mi vida. De una personalidad vivaracha y un concepto inquebrantable de la amistad. Fue un actor disciplinado, entrenado, y extremadamente profesional. Multifacético, puntual y muy cumplidor. Su seriedad para el trabajo lo hacía destacarse siempre. Desde un café-teatro hasta una gran sala teatral, dominaba la escena y hacía un maravilloso uso de su espacio escénico. 

Lo vi muchas veces en diversos proyectos artísticos; como niño, como adulto, y otras tantas con ese personaje de mujer que creó para cambiar el concepto del travestismo. Con el tiempo se desarrolló de tal manera que el público olvidaba totalmente al hombre que estaba detrás de la peluca, el maquillaje y el vestuario. A eso es que se le llama “la magia del actor”.

En La Tea de Abelardo Ceide, fue dueño y señor de la escena en producciones como Lupita se fue del rancho junto a Emmanuel  “Sunshine” Logroño y en Listina Pasán, la farsa que parodiaba la novela del momento (Cristina Bazán), donde junto a Orville Miller y en libreto del propio Abelardo, rompió todos los récords de asistencia al renombrado espacio ubicado en la calle Sol #280 del Viejo San Juan.

El Greenhouse Lounge del Condado fue otro de los palacios de humor en donde Pantojas hizo lo que quiso y cuando quiso. Hacía funciones hasta en Viernes Santo y se abarrotaba el local al extremo de tener que realizar dos y hasta tres funciones en una misma noche.  

Luego vino Pedro Navaja y con la puesta en escena nació el  “Lince de la Barandilla”, que cada noche nos contaba la historia de Pedro y sus amores con Mapi, de Diana la Maromera y sostenía un hilarante diálogo con el público asistente.

Pantojas era transparente. Como se sentía, vivía. Sin poses, sin dramas, sin mentiras. Reía, lloraba, amaba, sufría y gozaba según fuera necesario. Un día encontró el verdadero amor y poco a poco fue colgando las pelucas, las boas de pluma, los trajes y sus actuaciones fueron mermando por decisión propia.  

El ambiente del travestismo se saturó. Llegó el momento en que cualquiera se ponía una peluca y se creía gracioso obviando los años de disciplina, estudio y entrega. Se negó a ser parte de una burla astracanada después de haber luchado tanto.  Fue así como desapareció de los escenarios aquel actor que había trabajado tanto por dignificar el trabajo de muchos artistas a los que limitaban a las barras gays a pesar del talento histriónico que poseían.

Pantojas llegó a participar incluso en el cine. Hay una escena de la película Qué bravas son las solteras en donde realiza una intervención con Iris Chacón. Luego tuvo un programa de entrevistas en WIPR, la emisora del pueblo de Puerto Rico, y recientemente lo vimos en la película Under My Nails, de Ari Maniel Cruz y Kisha Tikina Burgos.

Un día partió de su isla para establecerse en la ciudad de los Rascacielos. Allí hizo una nueva vida como quería y junto a quien quería. Aunque extrañábamos su alegría, su sonrisa y sus charlas con chispa, cuando alguien es feliz nadie tiene el derecho de detener o perturbar esa dicha.  Lo recuerdo cada noche en el Bosque mágico, de Ivonne Class, coreografiando y dirigiendo aquellas paradas de los personajes.

Querido Pantojas, de la misma forma silenciosa que partiste de tu isla has ido a vivir al jardín de la otra orilla. Nos dejas tristes; a Miguel, a tus amigos y a tu pueblo. Pero tu recuerdo es lo suficientemente fuerte como para mantenerte vivo en nuestro corazón. 

¡Arriba el telón!