Daniel Santiago ha sido todo un trotamundos durante su carrera de baloncelista profesional, con estadías en la NBA, el Baloncesto Superior Nacional, España, Italia, Turquía y Bélgica, sin contar sus viajes de verano con el Equipo Nacional de Puerto Rico a diferentes puntos del globo terráqueo para defender los colores del país que lo adoptó como suyo desde 1996.

Sin embargo, a pesar de su constante divagar por el mundo y de la carencia de estabilidad en un mismo lugar por más de tres años consecutivos, este nieto de boricuas nacido en Lubbock, Texas, siempre ha tenido algo constante a su lado: su familia.

Y es que este devoto padre de tres retoños, fruto de su relación de más de una década con su esposa puertorriqueña Anette Espinet, ha hecho lo indecible por no separarse de ellos, no importa dónde le toque trabajar.

“Mi familia casi siempre ha estado conmigo en todas partes que yo he ido a jugar, salvo algunas competencias internacionales del Equipo Nacional y en Bélgica, donde sólo jugué por dos meses. En el resto de los lugares siempre hemos estado juntos a tiempo completo”, sostuvo Santiago, quien aunque tiene una residencia permanente en el estado de la Florida, se ha mudado con su progenie a donde quiera que ha jugado, sea en Phoenix, Milwaukee, Roma, Málaga, Barcelona, Estambul o Arecibo.

De hecho, sus tres hijos han nacido todos en diferentes partes del mundo. Su hija mayor, Cristina, de 10 años, nació en Puerto Rico justo antes que Santiago jugara su segundo año de NBA con los Suns de Phoenix, mientras que Sofía, de ocho años, nació en el 2003 en Milwaukee durante la primera temporada del pívot sietepiesino con los Bucks.

A su vez, el pequeñín Danielito, de cuatro años, vio la luz en Málaga, España, cuando Santiago militaba con el club Unicaja en su segunda temporada allí en el 2007.

Entre ese vaivén de mudanzas, Santiago y Espinett han velado que la educación de sus hijos se mantenga en colegios privados de habla anglosajona, sea en un colegio estadounidense en Málaga, en un colegio británico en Barcelona o con una institutriz rusa de habla inglesa en Estambul.

“Siempre hemos enfatizado en la educación en inglés, pero que también todos aprendan español”, sostuvo Santiago, cuyas hijas Cristina y Sofía hablan español con fluidez y ahora están en esa faena con Danielito.

“Quizás Danielito ha sido el más afectado con todas nuestras mudanzas porque desde 2007 para acá hemos estado en España, Turquía, Estados Unidos y Puerto Rico. Y en su plena edad de formación del lenguaje materno ha tenido demasiada diversidad pues en Málaga lo cuidaban una brasileñas que le hablaban portugués y luego en Turquía hasta aprendió algo de turco. Ahora es que ha empezado a tener cierta estabilidad con el inglés y el español”, confesó Santiago.

Exposicón multicultural

La otra parte que se ha afectado un poco en aras de mantener la unión familiar ha sido la posibilidad de que sus hijos tengan un núcleo de amistades permanentes en una misma escuela.

No obstante, eso es algo que Santiago y Espinett han tratado de subsanar manteniendo a sus hijos ocupados en actividades constantes dondequiera que van.

“En Turquía, Cristina y Sofía cogían clases de equitación y de baile. Ahora acá en Puerto Rico hemos tenido nuestro itinerario lleno entre prácticas de gimnasia, clases de baile, baloncesto y voleibol. Eso sin incluir la escuela y los juegos de Danny con los Capitanes de Arecibo. Con tantas actividades procuramos tener sus mentes ocupadas y que no extrañen eso”, sostuvo Espinet.

“Y a la vez, estos cambios de lugares donde vivir y de escuelas les han permitido exponerse otras culturas y adaptarse rápido a los cambios que da la vida”, agregó Santiago.

De hecho, Cristina lo ve como una ventaja a pesar de su situación singular.

“Para mí es bien divertido viajar con mi papá. Siempre estamos haciendo algo y hemos tenido la oportunidad de conocer otras culturas aparte de lo que vemos siempre en Estados Unidos y en Puerto Rico. En vez de tener amigos sólo en una parte del mundo, hemos podido tener amigos en muchas partes del mundo”, indicó la hija mayor del canastero.

Siempre hay tiempo

Lo más importante de todo es que a pesar ese ajetreo de mudanzas y de sus responsabilidades profesionales, Santiago procura ser un padre que está presente en la vida de sus hijos de forma constante.

Y puede ser en cosas tan sencillas como llevarlos al colegio por la mañana o recogerlos, o asistir a algunas de sus actividades recreativas.

“No siempre tengo tiempo debido a mis prácticas y juegos, pero casi todos los días saco un rato para compartir con ellos. Puede que me ponga a jugar Xbox con ellos, que vaya a sus actividades deportivas o que simplemente cenemos juntos o visitemos la iglesia”, indicó Santiago, quien se convierte en el foco de atención de sus hijos cuando están en la casa y lo disfruta a plenitud.

“A veces, cuando no estoy jugando y tengo tiempo libre, ellos están en la escuela y quisiera estar con ellos. Otras veces llego tarde de un juego o una práctica y lo que me da tiempo es a orar con ellos antes de dormirse y acostarlos”.

“Pero ellos saben que siempre estoy pendiente a ellos. Para mí lo más importante es que el tiempo que sí pueda estar con mis hijos, le pueda sacar el mayor provecho”, concluyó.