Si algo ha sido evidente durante los primeros dos partidos de Puerto Rico durante la Copa del Mundo en España, es que la Selección Nacional sigue siendo un conglomerado de individuos y no un equipo, irrespectivamente de quién esté al mando en la línea. 

Esa definición de “equipo” quizás se le puede adjudicar a otros conjuntos como Argentina, España o Francia, pero no a Puerto Rico. Ciertamente no a este grupo luego de lo visto en las derrotas ante Argentina y Senegal.

No es secreto que en el ADN baloncelístico de muchos de nuestros canasteros actuales reina la tendencia al juego individual, a ser la superestrella. Es una mala costumbre que muchos cargan desde pequeños a través nuestras categorías menores o desde sus clubs de AAU en Estados Unidos y que luego de adultos es bien difícil desarraigarla. 

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Por eso me anima mucho el proyecto de selecciones nacionales que trabaja Georgie Rosario desde las edades de 13 años y que trata de reprogramar a muchas de nuestras futuras luminarias con un plan a largo plazo. Muchos de los jugadores actuales no pasaron por procesos así a temprana edad y solo sus experiencias profesionales de adulto le han ayudado a modificar un poco su estilo individualista por momentos.

De hecho, ante Senegal ese juego altruista se presentó por un rato en el primer parcial y ayudó a los boricuas a abrir el marcador por hasta 15 puntos en lo que parecía sería la primera victoria de Puerto Rico y la primera señal de felicidad y alivio. Pero tal como suele sucede en otras ocasiones, cuando el marcador se aprieta o Puerto Rico cae atrás, la reacción natural individualista aflora, haciendo que los patrones ofensivos practicados por un mes se vayan por el chorro.  En el olvido quedan las cortinas, el moverse sin el balón o el alimentar el poste bajo si hay alguien en la pintura, prefiriendo la creación por tierra y el tiro forzado exterior casi de forma exclusiva para así facilitarle el trabajo a la defensa contraria.

Nuestros rivales lo saben y estamos leídos en esa faceta. Por eso nos incitan al juego egoísta y caemos en la trampa una y otra vez. Saben que para Puerto Rico el juego en equipo será una cosa de un ratito, porque nuestros jugadores no están acostumbrados a ello. No está en su ADN.

Pero lo peor de todo es que la frustración ofensiva luego se traduce al lado defensivo, con jugadores fallando en sus asignaciones o en sus ayudas y ahí vienen las peleas internas y los reclamos. O sea, la defensa, que debe ser nuestra principal arma para generar ofensiva cuando el ataque a media cancha no rinde frutos, también se nos ha caído por pobre comunicación y ejecución. De hecho, Senegal regresó a juego y nos ganó a pura defensa, incitando a Puerto Rico a múltiples “turnovers”. Lo mismo le hizo Estados Unidos a Turquía.

¿Por qué Puerto Rico no lo puede hacer en defensa cuando surgen esos baches en el ataque? Se supone que las áreas de esfuerzo son las que más se pueden controlar porque dependen más que nada de la energía, las agallas y el deseo inherente de querer ganar a toda costa. Ahí, más que nunca, es que tienen que pensar en la bandera que tienen en la parte de frontal de la camisa y no en el nombre que tienen atrás.

Y claro, hay otras realidades que hay que aceptar. Este grupo tiene unas carencias en áreas notables, como la ausencia de un hombre grande que anote en la pintura, unos cuantos “bouncers” que impongan respeto en las artes marciales del baloncesto y, sobre todo, entes unificadores dentro de la cancha.

Recuerdo que para la edición del Mundial 2002 (que Puerto Rico llegó en séptimo lugar), para el Preolímpico 2003 y para las Olimpiadas 2004 aquel grupo tenía dos líderes intelectuales en cancha en Rolando Hourruitiner y José “Piculín” Ortiz que comandaban respeto, que conocían todos los esquemas a la perfección y que se aseguraban que los jugadores con tendencias individuales se mantuvieran dentro de la ofensiva por la mayor parte del tiempo. Ahora mismo, puede que el quinteto boricua tenga un par de jugadores que sean pro-equipo, pero no hay ninguno que hale orejas y sirva de aglutinador como lo hacía en su momento el “Picu” y “Rolo”. 

Otro asunto muy importante y que pasa muchas veces desapercibido es la falta de solidaridad. En los 1990’s y principio de los 2000’s si alguien le hubiese hecho algo similar a lo que Senegal le hizo a Carlos Arroyo, a José Juan Barea o a Ángel Vassallo al sacarlos de juego por golpes, de seguro un jugador como Ramón Rivas o Jerome Mincy hubieran entrado a cancha, hubiesen tirado contra el piso a alguien de Senegal y ahí se acababa el abuso. En nuestra plantilla no hay un jugador así y mucho menos el nivel de empatía que existía antes para defender a un compañero. Esa hermandad ahora mismo es inexistente. Que le hagan algo al armador argentino Facundo Campazzo y verán cómo no tarda mucho en que Andrés Nocioni le entierre un codazo en una costilla a alguien del equipo rival. Hasta Filipinas no dejó que Grecia “le metiera las cabras” ayer y le hicieron frente en conjunto. Aunque no lo crean, esos momento sublimes de solidaridad son los que muchas veces cambian los rumbos de muchos partidos e inyectan al colectivo.

Desconozco si hay voluntad en los miembros de nuestra Selección actual para sobreponerse a las carencias mencionadas y solventar a algunas de ellas en la medida que puedan. Pero en las cosas que sí tienen control, como lo es el esfuerzo defensivo y lo es la paciencia en la ejecución para correr los patrones, ahí no hay excusa.

Quedan tres juegos y el país necesita alegría. Si hay discrepancias internas es hora de ponerlas hacia un lado y que cada cual que se ponga para su número. Es momento de echar el resto, empezando hoy con Grecia.