Cuando jugaba como cátcher en la pelota Doble A, a Aníbal Rosario no le pasaba por la mente dedicarse a ser árbitro profesional. Sin embargo, el destino llevó a este arroyano a pararse detrás del plato y tomar su turno en esa faceta que le regaló los más grandes reconocimientos de su carrera.

Rosario, quien es oriundo de Colonia Virella y residente desde hace 70 años del barrio Palmas de Arroyo, se destacó como receptor de los Leones de Patillas en la pelota Doble A por 26 años, equipo del que también llegó a ser dirigente en el 1973. Sin embargo, sus años de gloria vinieron después, específicamente en el año 1975, cuando se retiró como jugador y llegó la oportunidad de convertirse en árbitro.

“No pensaba nunca en arbitrar, eso era lo último que creía que iba a hacer en el deporte. Pero vivo al lado de un parque de pelota y en una ocasión estaba viendo el juego y le empiezan a gritar improperios al árbitro y el árbitro se fue. Entonces los muchachos me pidieron que le terminara de arbitrar y yo lo pensé porque nunca había arbitrado. Les dije que podía hacerlo, pero con una condición; que, si me empezaban a gritar lo que le estaban gritando al otro, se iban a volver a quedar sin jugar. Entonces, pude terminar el juego y todo fue excelente”, recordó Rosario.

Desde entonces, el recién retirado pelotero se empezó a hacer la idea de que podía explorar el campo del arbitraje. Así movió las fichas, tomó unos exámenes y para su sorpresa, fue la puntuación más alta. Entonces, recibió asignaciones como árbitro en juegos donde se desempeñó con gran destreza a pesar de no tener la experiencia. Así se estableció como árbitro y se dedicó 26 años (1976-2002) a llevar juegos en la Pelota Doble A y, también estuvo 18 años en la Liga de Béisbol Profesional de Puerto Rico.

Incluso, a principios de su carrera como árbitro, el puertorriqueño recibió una invitación para ir a trabajar a los campos de entrenamiento de las Ligas Menores de la Major League Baseball (MLB).

“En el 1976 fui invitado a la Escuela Bill Kinnamon en Florida, una escuela de arbitraje, para tomar un curso intensivo y fui. Tuve la oportunidad de ser uno de los primeros tres árbitros que hubo en la escuela y cuando se termina, me dieron una evaluación excelente y el director me dijo que, si estaba interesado en desarrollarme en las ligas menores. Pero, en liga menor se ganaba menos que donde yo daba clases y había pocos árbitros negros en ese programa de desarrollo de árbitros. Así que decidí no aceptar y regresé a Puerto Rico”, comentó Rosario.

No obstante, esa oportunidad no le cerró las puertas, pues durante sus 26 años de carrera, el arroyano viajó el mundo como árbitro. Era solicitado para llevar partidos en escenarios internacionales como: los Juegos Centroamericanos, Panamericanos, Preolímpicos y Series del Caribe. De hecho, para el 1981 fue seleccionado como el Mejor Árbitro en su primera Serie del Caribe y, para el 1982 fue reconocido como el Árbitro del Año en los Juegos Centroamericanos en Cuba.

Su gran logro

Pero su logro mayor fue participar en cinco Olimpiadas: Los Ángeles (1984), Seúl, Corea (1988), Barcelona (1992), Atlanta, Georgia (1996) y Sídney, Australia (2001).

“Para el 1984 en Los Ángeles, el béisbol lo traen como deporte de exhibición en las Olimpiadas. Y, como a veces le pasan golpes de suerte a uno, pues el que iba a ir de Puerto Rico era un gran compañero y arbitro, Javier Canales, pero en ese entonces le piden pagar el pasaje y él dijo que no. Entonces me dicen si estaba disponible a pagar el pasaje de $500 y dije sí. Así viajé para Los Ángeles y me dan el home en el primer juego que tuve en las Olimpiadas, yo diría que me fue perfecto. Fue una vitrina de exposición”, confesó el árbitro, quien por sus ejecutorias fue escogido para llevar partidos de la semifinal y el juego por la medalla de oro de esa importante competencia. Pero no se quedó en Los Ángeles, ya que Rosario regresó á cuatro Olimpiadas consecutivas hasta su última aparición en el 2001 en Sídney, Australia.

Hoy por hoy, a pesar de que ya no lleva los conteos de los lanzamientos, sí lleva el conteo perfecto de sus hazañas en el diamante y estas son bien recordadas también en su querido pueblo de Arroyo, donde le rindieron homenaje nombrando al Museo del Deporte Arroyano Aníbal Rosario. Además de ser parte del Pabellón Bucanero del Deporte Arroyano que ubica en el museo.

“Llegar a una Olimpiadas no solamente es la aspiración de uno como árbitro sino de cualquier jugador. Es el punto más alto, no es fácil llegar y, en ese aspecto, tengo esa satisfacción. Pero, en el plano personal, el que me hayan instalado en el Pabellón de la Fama en mi pueblo y que lleve mi nombre: el Museo del Deporte Bucanero Aníbal Rosario Rivera es un honor grande”, destacó.

Aníbal Rosario muestra una chaqueta que llevó puesta en las Olimpiadas Los Ángeles 1984.
Aníbal Rosario muestra una chaqueta que llevó puesta en las Olimpiadas Los Ángeles 1984. (Isabel Ferré Sadurní)

“Y tener el reconocimiento del pueblo de donde uno nació significa mucho, como dicen las escrituras… Nadie es profeta en su tierra, pero yo he sido afortunado y eso no se da solo, se da por la protección de Dios, por mi familia; mi esposa Juanita Lebrón, mis dos hijos Aníbal Rosario Jr. y Aburg Rosario y mi nieta Anilisse Rosario. También tuve unos amigos que influyeron mucho en mi carrera: Vidal Rodríguez, el licenciado Osvaldo Gil, los árbitros Luis Blondet y Miguel Camacho, que me brindaron la primera oportunidad y fueron los primeros guías en el campo del arbitraje”, reconoció el ex árbitro profesional, quien fue reconocido también en el Pabellón de la Fama del Deporte Puertorriqueño, el Pabellón de la Federación de Béisbol y es la primera persona, no norteamericana, en ser seleccionado para el Pabellón del Arbitraje Aficionado del Béisbol Norteamericano.