Cuando se habla de Roberto Clemente Walker, de su hit 3,000, los 15 juegos de Estrellas, los 12 Guantes de Oro, los cuatro títulos de bateo, las dos Series Mundiales y el MVP del 1966 se sabe mucho.

Todas esas cifras las tiene Justino Clemente Walker juntas en un solo anillo, el cual, adornado con un 21 de diamantes, luce con sumo orgullo.

Matino, como le dicen, es el único integrante de la familia Clemente Walker que aún vive, y fue, además de uno de sus hermanos mayores, posiblemente su primer fanático.

A punto de cumplir 90 años, entre sus memorias guarda con claridad un inmenso caudal de recuerdos y anécdotas de Clemente el hermano, el muchacho con quien jugaba con bolas de trapo y de goma; al que iba a ayudar a Estados Unidos cuando caía en un slump; al que conocía simplemente con el apodo de Momen.

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Desde niño y hasta su inesperada desaparición en 1972, Matino fue consejero, protector, confidente y hasta moldeador del jugador del Salón de la Fama.

En tiempos en que por un lado se subastaron las pruebas materiales de la grandeza del Astro Boricua en el béisbol, Matino tiene en su casita de Carolina –no muy lejos del bario San Antón en donde creció con Momen– un tesoro pocas veces visto de documentos, fotos, anécdotas y sentimientos dignas de un museo, las cuales compartió con Primera Hora.

“Estoy muy orgulloso de él, de lo que hizo. Yo sé que había gente que no lo quería, pero el 99% sí lo quería. Dondequiera todavía la gente me habla de él”, dijo Matino, veterano de la Guerra de Corea, miembro de los ‘Borinqueneers’ del 65 de Infantería y recipiente de la Medalla de Oro del Congreso.

Rincón especial

Entre Matino, su esposa Carmen Santana, y sus hijas Judith y Janet han creado un rincón casi mágico en su residencia repleto de artículos inéditos, como tomos de recortes de periódico que Roberto traía a la Isla cuando venía para mostrarle a su familia sus actuaciones.

 Algunos presentan anotaciones hechas por el propio Clemente. Incluso, en un documento el propio jugador describe con su propio puño sus inicios como jugador de béisbol y da detalles de su niñez y desarrollo deportivo.

“Yo tenía siete años más que él. Llegué a jugar Doble A y cuando pequeño él me veía jugando. Practicábamos mucho en la carretera tirando bolas. Aprendía todo lo que uno le decía. No había que decírselo dos veces. Y no era solamente béisbol, tenía una gran habilidad para baloncesto, voleibol y pista y campo”, dijo Matino.

Esas cualidades para el deporte, más los juegos con bola de trapo en el barrio, condujeron a que lo fueran a buscar, lo invitaran a jugar y se iniciara el viaje de una ilustre carrera que finalizó en Cooperstown.

Entre posters, fotos, tarjetas camisas y decenas de artículos, Matino se sienta a narrarle a cada visitante los momentos felices y los no tan felices que vivió con su hermano.

“Lo que siempre recuerdo es que le gustaba ayudar a la gente. Una vez, cuando más joven, ayudó a sacar a un hombre de un carro que se estaba quemando. Él ayudaba a alguien y se le veía en la cara la sonrisa de satisfacción”, expresó.

“Y puedo decir que llevo muchos años viendo béisbol y todavía me acuesto a la 1:00 a.m. viendo pelota, y aún no he visto ningún pelotero mejor”.