Mariano Rivera: de la pesca a la cima del béisbol
Con el eterno uniforme de los Yanquis de Nueva York, el mejor relevista de todos los tiempos creció alternando sus travesuras y juegos en la playa con la pesca artesanal.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 12 años.
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Puerto Caimito, Panamá.- Mariano Rivera solía ir a un manglar cercano a su casa para arrojar piedras a los pájaros. Hasta que un día fabricó su arma favorita, una honda que siempre cargaría en el bolsillo derecho de su pantalón corto.
"No había un animal que él no le soltara una piedra", recuerda José Tomás Aguirre Jirón, un primo hermano materno que se crió con la familia de Rivera a pocos metros de la playa en Puerto Caimito, un pequeño poblado en la costa del Pacífico panameño.
Aguirre Jirón tenía que ir a sacar a cada rato a Rivera de la playa al caer la noche. Mariano se ponía a jugar béisbol con sus amigos utilizando pelotas forradas con pedazos de redes de pescar, que bateaban con palos de mangle y atrapaban con cartones, a los que hacían un hueco para meter la mano.
Después de esos partidos, los niños se bañaban en la playa.
Rivera tenía entre cinco y seis años.
"Era travieso", recuerda su padre, Mariano Rivera Palacios.
Más de tres décadas después, ese adolescente con pelo afro, alto y flaco, nacido en un puerto de pescadores, está por cerrar una brillante carrera de 19 años en las Grandes Ligas.
Con el eterno uniforme de los Yanquis de Nueva York, el mejor relevista de todos los tiempos creció alternando sus travesuras y juegos en la playa con la pesca artesanal, así como las jornadas básicas en la escuela.
De las jornadas en el mar sacó dinero que utilizó para poder jugar al béisbol, pero Mariano Rivera aparentemente no nació precisamente para emular la vida de su padre, que llegó al puerto sin nada, se dedicó a pescar, logró hacerse marinero y luego capitán de un barco sardinero.
La vida en el mar también lo golpeó profundamente, como cuando su tío Miguel Rivera sufrió un accidente fatal en una faena de pesca, ocurrido dos años antes de que fuese firmado por los Yanquis en 1990.
Esa tragedia intimidó a su vez a Mariano, que decidió concentrarse más en la pelota.
"Yo quiero ser alguien; quiero ser grande", decía el joven Rivera, según asegura el pescador Alfredo Muñoz, de 41 años, y quien compartió pasajes de la niñez y adolescencia con el lanzador.
Mariano Rivera nació el 29 de noviembre de 1969, el primer hijo varón del matrimonio de Delia Jirón y Mariano Rivera Palacios, que antes había celebrado el nacimiento de la primogénita Delia.
Rivera padre había emigrado a Puerto Caimito desde la provincia selvática de Darién, en la frontera sur con Colombia, en 1965. Después se dio el nacimiento en el hogar de dos varones más, Alvaro y Gerardo.
La pequeña Delia tenía dificultades para mencionar el nombre de su hermano Mariano y lo llamaba "Pili", apodo con el que se quedaría para siempre y con el que se le conoce popularmente en el puerto.
"Mariano salió pelotero desde que estaba en la barriga", señala Rivera padre, evocando después aquellos momentos en que su hijo se iba a los manglares a lanzarle piedras a los pájaros. "Cuando regresaba a la casa, venía lleno de lama (lodo) y la abuela le daba 'rejo' (lo castigaba)".
Para otros familiares y amigos, Mariano hijo era un muchacho más en el puerto e igual de juguetón que los demás.
"A veces jugábamos bolas (canicas), la 'lleva' (que consistía en correr y no dejarse tocar), y béisbol en la playa", señala Muñoz, quien es dos años menor que Rivera. "Era pura diversión".
Sin embargo, de chico a Mariano Rivera "no le gustaba perder. Quería ser un ganador", según Aguirre Jirón. Cuando su equipo iba perdiendo en un partido de béisbol, Rivera lanzaba la pelota al mar y decretaba el duelo empate, agrega.
En Puerto Caimito, los niños armaban sus juegos de béisbol con pelotas hechas con redes de pescar o de tenis, un palo de mangle y guantes de cartón de leche.
Situado a 43 kilómetros al oeste de la capital, el 90% de sus 17,000 habitantes se dedican a la actividad pesquera y el resto a la agricultura o ganadería. Desde hace algo más de medio siglo opera una planta procesadora de harina de pescado para la exportación que se ha expandido con los años y que es la bujía económica del lugar.
Rivera padre trabajó en esa fábrica como marinero y capitán de un barco sardinero.
Los que no laboran directamente en esa planta ganan sus dólares pescando en botes con motor fuera de borda o en la venta y compra de pescado, como actualmente lo hace Marcos Tulio Rivera, primo hermano de Mariano Rivera por parte de padre.
"Da para comer, para sobrevivir", asegura el primo, de 58 años.
Puerto Caimito pudo haber tenido por primera vez a un pescador jugando en las Grandes Ligas mucho antes del nacimiento de Mariano Rivera. En la década de los años de 1960, el lanzador Manuel Jirón, hijo de una hermana de la madre del taponero de los Yanquis, firmó con los Piratas de Pittsburgh, aunque no logró llegar a las mayores.
"Nen", como se le llamaba, tenía una recta de fuego por encima de las 90 millas. "Por diferentes circunstancias 'Nen' regresó a Panamá, dejando en su pueblo un sabor amargo", relata Aguirre Jirón.
El puerto contó con un equipo de béisbol que ganó sendos torneos a nivel del distrito y que fue integrado mayormente por miembros de la familia Rivera-Jirón.
Mariano Rivera, con 13 años, fungió en ese equipo como mascota. Un año después, se hizo notar con su brazo.
Aguirre Jirón, quien llegó a jugar en el béisbol nacional aficionado como jardinero y escribió un libro sobre la niñez y adolescencia de Mariano Rivera, cuenta que armó un equipo de mayores para un torneo interno del puerto en que su primo hermano era uno de los integrantes menores de edad.
El único pitcher del equipo tuvo problemas y al joven Mariano Rivera se le llamó desde el campocorto para que lanzara a bateadores mayores.
"Colocaba la pelota justo en el plato", recuerda. "Se le pedía que lanzara a la esquina adentro y así lo hacía".
Mariano alternaba el béisbol con el basquetbol y el fútbol. Pero al final se inclinó por el diamante.
A los 15 años comenzó a viajar a la ciudad vecina de La Chorrera, donde compitió para ganarse un puesto en el equipo regional que compitió en los campeonatos nacionales aficionados.
Pero viajar a La Chorrera se convirtió en un dolor de cabeza, debido a que a veces no había transporte o porque Rivera no contaba con dinero para desplazarse hasta allá.
"A veces Mariano y sus amigos se iban a pie, caminando hasta nueve kilómetros", asegura Marcos Tulio Rivera. "No había para el pasaje".
A Mariano Rivera no le quedaba otra que buscar algo de dólares donde era más fácil: en la pesca.
O se iba a la mar con amigos o familiares en botes fuera de borda a buscar camarones y sardinas.
A los marineros de un barco de la planta procesadora de harina de pescado se le pagaba 0,30 centavos de dólar por cada tonelada, así que si la pesca era de 100 toneladas ello representaba 30 dólares al día, aunque a veces la pesca era mucho mayor, recuerda Rivera padre.
Cuando la pesca era nula o no había producción, el pago era de entre 30 y 40 dólares por semana.
Una madrugada de julio de 1988, Mariano Rivera se fue a pescar en el barco con su padre y su tío Miguel Rivera. Era una jornada que se avizoraba muy productiva. Muy cerca de la costa y del puerto habían logrado una buena pesca y regresaron a descargar.
Retornaron esa misma jornada a la mar y Rivera padre se encontró con otra mancha de pescado. Era de madrugada.
Se lanzaron las redes en medio de la oscuridad, porque así es como se pesca. Pero a la hora de empujar las redes, lo cual se hace mediante un mecanismo hidráulico, una de las sogas que presionan se desprendió de un punto que debía estar cerrado y le dio un latigazo a Miguel Rivera, lanzándolo a la bodega donde se guarda el pescado y que estaba vacía.
El golpe le desfiguró el rostro al tío de Mariano Rivera, que fue llevado en lancha a un hospital de la capital, donde murió meses después.
Mariano se salvó de milagro, ya que sólo sufrió golpes en la costilla y en la boca, aseguran sus familiares.
"Desde esa vez, creo que 'Pili' cogió miedo", afirma Rivera padre. "Desde ese momento él comenzó a practicar más e ir al estadio".
"Allí él renunció al mar", coincide Aguirre Jirón. No obstante, Mariano volvió a pescar después de ese accidente porque necesitaba dinero y esta vez hubo una tormenta que lo desalentó.
Dos años después de la tragedia y de otros sobresaltos en el mar, Mariano sorprendió a sus padres con una noticia: los Yanquis le ofrecieron contrato.
Después de ser descartado en una prueba como jugador de cuadro, Rivera recibió otra oportunidad del cazatalentos de los Yanquis en Panamá que accedió a probarlo como lanzador.
Rivera padre cuenta riendo que el día en que llegaron los representantes de los Yanquis al puerto, un vecino lo fue a buscar a un local donde bebía "agua de batería" (alcohol).
"Fui apurado a firmar como su papá", recuerda. "Lo firmaron por 3.500 (dólares); lo enviaron a República Dominicana y tuvo suerte porque en cuestión de días lo mandaron a Tampa".
Mariano Rivera debutó en Grandes Ligas el 23 de mayo de 1995.
Rivera padre y su esposa Delia han viajado a presenciar muchos de los episodios importantes de su hijo en la lomita.
"A veces cuando estoy en el estadio (de los Yanquis) lo veo desde las tribunas y me digo 'mira de dónde viene Mariano, de Puerto Caimito, un corregimiento lleno de lodo y con una planta procesadora de harina de pescado hedionda, pero esa es la que nos alimenta a nosotros''', dijo el papá.
Mariano Rivera: el fin de una carrera excepcional
Eric Núñez
NUEVA YORK (AP) — "¿Y qué tal si...?". Una y otra vez, Mariano Rivera tendrá la misma respuesta sobre esos momentos que marcaron el rumbo de su extraordinaria carrera en el béisbol de Grandes Ligas, despidiéndose como un mito.
"Las cosas pasan por un propósito", recalcó Rivera durante una entrevista con The Associated Press al entrar en el tramo final de su 19na y última temporada como lanzador de los Yanquis de Nueva York, su único equipo.
Está lo del scout que en primera instancia le descartó al considerar que no tenía suficiente habilidad como bateador. Pero un año después, cuando Herb Raybourn regresó a Panamá, el cazatalentos de los Yanquis tuvo el atino de evaluar otra vez a Rivera como pitcher, aprobó lo que vio y ahí mismo ofreció 2.500 dólares para asegurar la firma. Casi un cuarto siglo después, el monto acumulado de salarios devengados por Rivera como pelotero profesional supera los 169 millones de dólares.
Está lo de la operación de codo a la que se sometió en 1992, cuando se abría paso en las menores. Se suponía que iba a ser una cirugía Tommy John, pero en el último momento los doctores determinaron que el ligamento no tenía que ser reemplazado y el tratamiento consistió en moverlo. Su recta ganaría cinco millas adicionales de velocidad tras pasar por el quirófano.
Está el aspecto que, en plena rehabilitación, las Grandes Ligas organizaron un draft para que dos nuevos clubes —los Rockies de Colorado y los Marlins de Florida— armasen sus nóminas con jugadores de otras organizaciones. Los Yanquis dejaron disponible a Rivera, pero nadie lo tomó.
Está el momento en 1995 en el que los principales ejecutivos de los Yanquis se percataron que Rivera rozaba las 96 millas por hora. Su debut ese año no había sido auspicioso, al permitir cinco carreras y ocho hits en tres innings y un tercio en una apertura con los Angelinos de Anaheim. Poco a poco, con 10 aperturas y nueve apariciones como relevista, fue mostrando destellos de su capacidad que llamaron la atención de otros equipos. Los Tigres de Detroit identificaron al panameño como parte de un canje por el abridor David Wells y los Marineros de Seattle hicieron otro tanto cuando los Yanquis —que dudaban en darle la titularidad a Derek Jeter— querían adquirir al campocorto Félix Fermín.
"No tenía control sobre esas cosas, salvo hacer bien mi trabajo", dijo Rivera. "Si los Yanquis tenía planeado hacer conmigo o no hacer esto, de eso yo no tenía control. Solo puedo decir con certeza. Dios estaba en el medio del asunto y él sabía lo que iba a pasar".
Y las transacciones nunca se concretaron.
Rivera pasó a ser el preparador de John Wetteland durante la campaña de 1996, en la que Nueva York conquistó la Serie Mundial, su primer campeonato tras una sequía de 18 años. Rivera, Jeter y el abridor Andy Pettitte pasaron a formar del denominado "núcleo" que conquistó cinco títulos del Clásico de Otoño.
En 1997, Rivera pasó a ser el cerrador fijo y ese también fue el año en el que durante una práctica junto a su compatriota Ramiro Mendoza descubrió la recta cortada o el "cutter", el devastador lanzamiento que es su sello de presentación y con el que ha roto una voluminosa cantidad de bates.
"Los más felices que están con su retiro son las fábricas de bates", bromeó David Ortiz, el designado de los Medias Rojas de Boston.
Louisville Slugger, uno de esos fabricantes, realizó un estudio sobre el "daño" causado por Rivera y estimó que es responsable de hasta seis árboles.
Gracias a ese "cutter", ese único pitcheo, se convirtió en el dueño del récord histórico de salvados, 652.
Atado al desesperado intento de los Yanquis de clasificarse a la postemporada, Rivera disfruta los juegos con la misma filosofía desde su primer día, sin ningún tipo de miedo y con una profunda fe en Dios.
"Siempre he sido positivo durante mi carrera. Si tenía que pasar por eso, es porque Dios lo hizo de esa manera", dijo Rivera al preguntársele sobre los vericuetos de su trayectoria.
"Si estaba lesionado, tenía que hacerse algo. Nunca he sido una persona de mortificarse: 'qué va a pasar', pensar en cosas que están demasiado adelante. Del día de mañana no sabemos qué va a pasar. Nunca he pensado en esa manera. Por eso siempre digo: 'las cosas pasan por un propósito' y Dios estaba en el medio del asunto".
LA ADVERSIDAD:
Ser un cerrador en Grandes Ligas durante tanto tiempo y con éxito —la de 2013 es su novena campaña en la que alcanza los 40 rescates— es sencillamente impresionante.
Fue el jugador más valioso de la Serie Mundial de 1999 y su efectividad es de 0.76 en 96 apariciones de postemporada, incluyendo 42 salvados, son marcas que parecen intocables.
Rivera reconoce que el único momento que siente nerviosismo es cuando está en el bullpen antes del llamado del mánager para entrar a lanzar.
"Una vez que tengo que trabajar, sé lo que tengo que hacer. Es una facultad que aprendí de pequeño y es ser competitivo. No hay manera diferente. De niño jugaba contra mayores que yo. Apostábamos unos cuantos centavos y peleábamos por todo, por un refresco y un queque (dulce)", dijo.
Tampoco es que sea inmune a los fracasos, momentos en los que le tocó ser el vencido: el jonrón de Sandy Alomar para los Indios de Cleveland en los playoffs de 1997; el débil sencillo de Luis González que sentenció la Serie Mundial de 2001 en un séptimo juego para los Diamondbacks de Arizona; y el salvado desperdiciado ante los Medias Rojas en la serie de campeonato de la Liga Americana de 2004, uno que abrió las puertas para una épica remontada de Boston.
Lo que le diferencia de relevistas que nunca se recuperaron de reveses traumáticos, como Mitch Williams y Byung-Hyun Kim, es que Rivera no perdió mucho tiempo en afligirse.
También enfatiza el no despreciar a ningún oponente. "A todos (los bateadores) los veo por igual, todos son una lucha. Sé que hay otros que son mejores que otros. Lo veo iguales, no hay otra forma, y así se me hace más fácil, los ataco de la misma manera. En el momento en que yo piense que alguien no me puede hacer daño, ese el que me hará el daño. No puedo bajar la guardia".
LA LONGEVIDAD:
Salvo el desgarro de la rodilla derecha que sufrió el año pasado cuando atrapaba elevados en los jardines durante una práctica previo a un juego en Kansas City, Rivera casi no tuvo ausencias prolongadas por problemas físicos.
A casi dos meses de cumplir 44 años, el secreto de su longevidad ha sido llevar una vida sana: "Nada de ir a bares. Tu cuerpo necesita tiempo para descansar, lo contrario le quita a tu carrera. Todo tiene su lugar y su tiempo. Yo no tomo, mi tiempo libre es pasarlo con mi familia y descansar".
Otra brillante temporada abrió el compás para conjeturas de que podría seguir activo, pero insiste que no hay marcha atrás a su decisión.
De hecho, su plan original era haberse retirado tras el término de la campaña de 2012, hasta que se produjo su lesión en la rodilla y no quiso despedirse de esa manera.
"Este año he usado las últimas balas que me quedaban", dijo.
EL FUTURO:
Perderse buena parte de la pasada temporada le permitió estar más tiempo junto a su esposa Clara y sus hijos Mariano, Jafet y Jaziel.
Su plan inmediato será completar una autobiografía que se publicará el año próximo. Se involucrará en el sistema de ligas menores de los Yanquis. También dedicarse de lleno a la iglesia en New Rochelle, la comunidad al norte de Nueva York donde reside, que renovó por más de 2 millones de dólares y en la que su esposa será pastora.
"Mi retiro será para descansar", dijo.
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Eric Núñez está en Twitter como http://twitter.com/EricNunezAP