“Para convertirte en hereje no necesitas arder en la hoguera, basta con que la enciendas”. Shakesperiano, Floyd Mayweather ha renegado del consenso popular autoproclamándose como el mejor pugilista de todos los tiempos. Detrás de él, ha escalonado a “Manos de Piedra” Durán (con Covid estos días), Pernell Whitaker, Julio Cesar Chávez, y Muhammad Ali, nada menos. En rigor cuantitativo, los números de Mayweather son inobjetables. El detalle está en que, en este deporte, la dimensión de la grandeza responde a valores que no solo incluyen lo estadístico.

La data fuera del contexto induce al error. Lo mismo ocurre si se le segmenta. El invicto de 50 combates de Mayweather lo catapulta, pero no le garantiza un escalafón superior al de las demás leyendas. Si el único criterio fuese ganar siempre, Joe Calzaghe “El Dragón de Gales”, inexpugnable en sus 46 peleas figuraría en la elite del pugilismo. La imbatibilidad cuenta, pero no determina. Además, dentro del récord, en apariencia impoluto de Mayweather, existe un lunar: José Luis Castillo. Los expertos coinciden en que, sin el astigmatismo de los jueces, esa pelea era del mexicano.

Otra razón que empuña Mayweather para subirse a la cima es el haber sometido a 24 campeones del mundo. La asombrosa cifra contiene, sin embargo, algunos reparos: dominó a varios monarcas lejos de su momento estelar. Así, por ejemplo, doblegó al “Canelo” cuando todavía era un novato y a De la Hoya, Gatti o Mosley ya en etapa de declive. Pacquiao lo desafió lesionado del hombro y otros como Márquez o Cotto dieron ventaja en la báscula.

Mayweather, un radar humano, intuía los golpes de sus adversarios antes que los lanzaran. Era rápido, fuerte y muy astuto. Exceptuando la pelea con Castillo no recibió nunca un real castigo. En la línea de Wille Pep, Benitez o Whitaker perfeccionó el arte de la defensa y lo utilizó para neutralizar a sus oponentes. Ese estilo ajedrecístico lo consagró en cinco categorías. Para The Ring Magazine y ESPN deportes, dos medios serios, Floyd se ubica entre los 20 mejores de la historia. Pero no entre los cinco.

Mayweather, prudente como era, no tuvo victorias épicas. Los pocos riesgos que corrió fueron calculados. Nunca hubiese saltado dos categorías para enfrentarse a Leonard, como Duran y mucho menos regresaría del retiro después de tres años en otro peso para destronar a un campeón sólido, como hizo el propio Sugar Ray contra Hagler. peleas

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A diferencia de Ali que reprimió noblemente el golpe de gracia cuando Foreman viajaba hacia la lona, Mayweather aprovechó una distracción para noquear a Víctor Ortiz con cobardía. Tampoco tuvo nunca la gracia, la lucidez o la trascendencia del “Más Grande”.

Respecto a lo numérico, el boxeo es ancho y tiene mucha historia. Chávez ganó 78 combates antes de ser derrotado por primera vez, y Sugar Ray Robinson, para los críticos el mejor de todos, solo perdió una pelea en sus primeras 132 contiendas. Puesta en perspectiva la carrera de Floyd no impresiona tanto.

Desalentador de sus antagonistas, las faenas de Mayweather eran cátedras magistrales, en las que el espectador razonaba lo que veía, en lugar de sentirlo. Era una partitura eficiente e incómoda en muchos sentidos. Un despliegue minimalista, en que no se desperdiciaban golpes ni energías. Ciencia en movimiento: desapasionado boxeo de la posmodernidad.

En resumen, un púgil formidable pero no a la altura de su discurso salvo en un aspecto: Mayweather eran obsesivamente cuidadoso respecto a quien, y bajo qué circunstancias enfrentaría en el ring. En eso, en el manejo estratégico y monetario de su carrera deportiva no ha habido otro igual.