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Doha. En un barrio polvoriento a las afueras de la capital de Qatar, los guardias vigilan la entrada de un complejo resguardado con rejas y concertina. Revisan con celo los pasaportes y licencias antes de permitir el ingreso de cualquier persona.

No se trata de una prisión ni de una zona de alta seguridad relacionada con la Copa del Mundo.

Es una licorería.

Las restricciones severas al consumo de alcohol son parte de la vida diaria en esta nación musulmana y conservadora de la Península Arábiga, que comparte con su vecina Arabia Saudí la misma interpretación estricta del islam, conocida como Wahabi.

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Los aficionados al fútbol que han acudido a Qatar para el Mundial recibieron una muestra de esta severidad justo antes del torneo, cuando las autoridades prohibieron la venta de cerveza en los estadios.

Las ventas de cerveza Budweiser, cada una a $14, continúan incesantes en la zona de aficionados de la FIFA en Doha.

“No quiero decir que uno necesita el alcohol como el combustible de su vida, pero éste es un buen momento para hacerlo”, dijo Ed Ball, estadounidense que creó un mapa en línea para que los interesados encuentren bares en Doha. “La idea de que se transmite, de que no puedes beber en Qatar, es errónea. Hay lugares”.

Sin embargo, las botellas siguen destapándose en los palcos de lujo durante los partidos. Los aficionados llenan sus vasos de cerveza en decenas de bares de hoteles, en los salones y en los clubes nocturnos.

Además de los bares, está la licorería a la que pueden acudir los residentes no musulmanes y los visitantes luego de solicitar una licencia expedida por el gobierno. Localizada junto a una escuela india en el barrio de Abu Hamour, la tienda es operada por Qatar Distribution Co., una empresa estatal bajo el paraguas corporativo de Qatar Airways, que posee derechos exclusivos para distribuir alcohol y carne de cerdo en el país.

La licorería -única actual en el país- opera bajo un sistema de citas, apegándose a la regulación estricta impuesta durante la pandemia justo antes del Mundial.

Durante una visita reciente, los guardias revisaron dos veces las identificaciones y la cita de un reportero de The Associated Press que acudió al establecimiento. La concertina de cuchillas corona los muros altos del complejo, que impiden echar un vistazo desde fuera.

Los carteles advierten que cualquier falta de respeto a los guardias puede derivar en la revocación de la licencia de compra de alcohol. Hay varios barriles plateados de cerveza, apilados en el estacionamiento.

Al final de un pasillo donde el olor a cloro es penetrante, los consumidores llegan a la entrada de una tienda. Adentro, hay estantes y puestos con botellas de vino, cuyos precios van de $12.50 a $45.

Un litro de vodka Absolut cuesta $42, mientras que uno de whiskey Jack Daniels asciende a $70. Un paquete de 24 latas de Budweiser regular cuesta casi $52.

Una parte pequeña de la tienda ofrece pizzas congeladas de pepperoni de cerdo, rebanadas de tocino, así como latas de carne porcina.

Varios consumidores llenaban sus carritos o cargaban en las manos las botellas y latas. Otros revisaban sus listas de compras o enviaban textos a sus familiares y amigos para cotejar lo que se requería.

Muchos llevaban colgada al cuello su acreditación de la FIFA para el torneo.

Afuera del establecimiento, una profesora británica de 31 años, quien trabaja en Qatar, llenaba el maletero de su automóvil. Se negó a dar su nombre, en vista de las connotaciones que el consumo de licor tiene en la sociedad qatarí, pero desestimó las críticas en torno al consumo de alcohol en el torneo.

“Realmente no es algo tan grande”, dijo acerca del sistema de licencias de compra de licor en Qatar. “Es como ir al supermercado a comprar alcohol”.

Sobre las restricciones a la venta de bebidas alcohólicas en los partidos, le parecieron sensatas.

“Soy británica, así que sé lo que es estar alrededor de gente borracha todo el tiempo”.