Nada como regresar a Utuado
Los tenismesistas boricuas han descansado y disfrutado del calor de estar en casa otra vez.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 7 años.
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Cinco minutos antes de su partido por la medalla de oro de sencillos en el tenis de mesa de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Barranquilla 2018, Adriana Díaz posó su cabeza sobre la falda de su madre, se puso unos audífonos y comenzó a escuchar el tema “Hijos del Cañaveral”, del exponente urbano Residente.
Al terminar, se levantó, le dio un beso y un abrazo a su progenitora y salió para eventualmente colgarse su cuarta medalla de oro.
Y según cuenta la prodigiosa tenismesista, ese apoyo de su madre, de los suyos, fue vital para que ella y el resto de la delegación puertorriqueña en los juegos terminara con ocho medallas, divididas en cuatro de oro, dos de plata y dos de bronce.
Por ello, desde su arribo a la Isla la pasada semana, los integrantes se han dedicado a compartir con sus abuelos, abuelas, familiares, vecinos, amigos y todo aquel que se les ha acercado para felicitarlos.
“Más que nada, estamos muy contentas por lo que logramos, pero ahora poder compartirlo con nuestras familias nos llena aún más”, dijo Melanie Díaz ayer durante una visita a Primera Hora acompañada por su hermana Adriana y su primo Brian Afanador.
“Aunque mi mamá fue, aquí estamos con nuestras abuelas, abuelos y yo creo que eso es lo mejor de todo: cuando uno llega y puede estar con la familia”, agregó.
Adriana dijo que las personas que se les acercan los felicitan y les dicen el orgullo que sienten, “lo que estimula a uno para querer seguir mejorando”.
Esta no se olvidó de visitar a sus abuelos en el barrio Chorreras de Utuado, y hasta colocó fotos en sus redes sociales del panorama que desde allí se disfruta.
Afanador, por su parte, dijo que no ha salido mucho porque estuvo durmiendo al menos dos días, pero cuando lo hace “la gente me felicita constantemente, y uno siente la felicidad de la gente. El recibimiento en el aeropuerto fue espectacular. Después de eso a las 12:00 a.m. en Utuado estaba todavía la caravana encendida, todavía la gente fuera de las casas con las banderas. Fue algo muy emocionante. Y todavía cada vez que me encuentro gente que me dice felicidades siento ese orgullo y felicidad”.
Pero después del productivo esfuerzo en el terreno de juego, regresaron a la “normalidad”, a descansar un poco, si es que después de tal gesta eso es posible.
“Cuando se acabó la caravana fuimos a comprar tripletas”, dijo Afanador, quien además de Adriana y Melanie, llegó acompañado por su madre, Lyxie Pérez, y por Marangely González, madre de Adriana y Melanie. “Estuve durmiendo como hasta las 3:00 p.m. del otro día. Al otro día estuve (durmiendo) hasta las 2:00 p.m. Dormimos muchísimo porque la realidad es que estábamos muy cansados del torneo, del viaje y de la caravana. Al menos estuve dos días corridos durmiendo”.
Adriana estaba muy tensa al llegar a su casa, y ella sabía la razón.
“Había dejado un revolú en mi cuarto cuando me fui a India. Así que estaba sufriendo porque cuando llegara iba a tener que recogerlo todo. Y le pregunté a mami: ‘¿antes de ir a Colombia, tú recogiste mi cuarto?’ Y ella me dijo que no. ¡Pero cuando llegué y entré estaba todo limpio y recogido completamente! Y esa fue la emoción más grande que pude tener. Todo en su sitio… con los monos, los peluches... todo. Ese fue el regalo más grande que me pudieron haber dado. Ella me estaba mirando escondida, le di un abrazo y me acosté a dormir”, relató.
Los tres estuvieron de acuerdo que los Centroamericanos no fueron la meta final y que quedan montañas más altas por escalar.
Por ejemplo, tras el breve descanso, a mediados de agosto, Adriana y Melanie partirán a torneos en Bulgaria, República Checa y otros países de esa zona, mientras que Afanador irá un poco más tarde hacia Francia; Adriana además le restan los Juegos Olímpicos de la Juventud en Buenos Aires, Argentina, en octubre.
Y concuerdan en que el mejor legado que pueden dejar no son las medallas individuales, sino que cada día, por todas partes de la Isla, surjan niños y niñas que quieran ser mejores que ellos en el tenis de mesa.
“No nos ponemos un límite, estamos aspirando a lo más grande y de paso suceden estas cosas. Pero no aspiramos a solo un nivel centroamericano. Aspiramos a mucho más. Y claro, que lleguen cosas como esta es un orgullo muy grande”, dijo Afanador.
Y esa grandeza, según Adriana, a veces se aprovecha mejor con unas pocas palabras de inspiración, de estímulo, como lo probó la raqueta de 17 años.
“Antes de la final (de sencillos) estaba explotá. Me acosté en el mueble y vi que venía mi mamá, que la dejaron pasar. Me dijo que me acostara en su falda. Lo hice y ya me estaban diciendo que me tenía que ir a jugar ya. Y que no había tiempo. Pedí cinco minutos, me puse los audífonos y puse ‘Hijos del Cañaveral”, recordó.