El adiós de un Chango de corazón
‘Vitito’ Rivera fue uno de los grandes en Naranjito y su juego trascendió al mundo

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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NARANJITO. Víctor ‘Vitito’ Rivera recordó su primer año con los Changos de Naranjito. Era un teenager y ya compartía camerino y cancha con su ídolo, Edwin Fernández, uno de los mejores voleibolistas que ha dado Puerto Rico.
El equipo perdió en las semifinales de la liga y su reacción en el camerino fue algo indiferente a la que vio de Fernández. Vitito quedó impresionado.
“En el 1994 yo era un niño. Tenía 16 años. Estaba en un equipo ganador, de tradición. Perdimos las semifinales con Papolito (López). Y para mí fue como: ‘¡Diablo!, mano. Qué bad trip. Perdimos’. Y vi a ese tipo llorando, porque perdimos. Y dije: ‘Estoy en el sitio correcto. Así hay que jugar. Así hay que sentir. Así hay que ser para llegar a ser un ganador. Yo quiero ser como ese tipo’ ”, recordó Rivera, de 41 años.
Pues lo logró. Aquel Vitito llegó a convertirse, como el ‘Ave Fénix’ Fernández, en uno de los jugadores más completos en el fundamento de juego, entregados de corazón y ganadores en el voleibol Superior. Súmele que también tuvo éxito internacionalmente, tanto a nivel de clubes como con la Selección Nacional.
Ganó nueve títulos con Naranjito, y dos veces fue al ‘Final Four’ de la NCAA con la Universidad de Lewis, en la que también fue finalista para el premio Jugador del Año.
Ganó seis títulos a nivel de clubes en Europa y fue parte de la Selección que le dio a Puerto Rico los mejores resultados del voleibol masculino.
Esta semana, luego de tanto éxito por 23 años de carrera, Rivera anunció su retiro como jugador del voleibol. En la pasada temporada militó con San Juan.
Primera Hora conversó con la estelar figura del voleibol boricua en su pueblo natal, Naranjito.
¿Qué parte de tu juego te enorgulleció más?
La disciplina que tenía. Era un loco. A mí las muchachas no me interesaban mucho al principio. Yo quería jugar voleibol. Quería jugar en cualquier liguita, en cualquier volley-grama. Tenía una malla en mi casa y jugaba con papi, con mami, con mis tíos. Tenía las ganas de ser el mejor, con un deseo de ser competidor con alguien que fuera mejor que uno. Picky fue uno de esos, como lo fueron los jugadores que mencioné en mi carta de retiro.
¿Hablando de la Selección de Picky Soto y de ese grupo histórico del que fuiste parte... ¿por qué crees que tuvieron éxito?
Cada uno de nosotros identificó su rol en el equipo, cada cual dejó los egos de ser Vitito, de ser Picky, de ser Feño (Rodríguez) para jugar por una bandera. Picky tenía que meter la pelota. Yo recibía y lo que sobrara que me lo echaran a mí. Ángel (Pérez) repartía el bizcocho como él quería. Yo me tenía que seguir probando. Que si Picky era el mejor, que si yo era más completo. Yo era un competidor y fui a hacer lo mejor para que el equipo ganara.
Naranjito también fue un gran equipo. ¿Cuál fue tu edición favorita?
Es que era el mismo núcleo. Por eso ganamos tantos años. Esos seis o siete jugadores siempre estuvieron ahí. Hay campeonatos especiales. El del 98 estuvo brutal porque perdíamos 11-4 y lo ganamos. El 2001. En ese núcleo estaba Feño, Ossie (Antonetti), Ángel, Gregory (Berríos), Chiqui (Bird). Estuvo Papolito en una época. Willie (De Jesús) también. Naranjito era un mística distinta a la Selección. Era un orgullo de que te voy a arrancar la cabeza.
¿Cuán importante en tu desarrollo fue la Universidad de Lewis?
Eso fue lo que me llevó al nivel. Si me hubiera quedado en Puerto Rico, no hubiera sido igual porque la LAI no tiene nivel. Lewis me desarrolló como jugador. Gracias a Dios tenía la oportunidad de jugar en la superior en los veranos. Lewis me dio los cuatro años más intenso, de practicas de tres horas todos los días, perfeccionando lo que me faltaba. Lewis me encaminó a seguir jugando voleibol y a ser profesional.
¿Cómo te sentiste de dar el grado en cada nivel que subías en Europa y de los dirigentes que tuviste?
No es que me sintiera bien. Era un reto. Era decir ‘Gané y ahora qué más puedo hacer, qué parte de mi juego puedo mejorar’. En cada punto de mi vida, me establecí metas. Lo último era jugar la bola rápida y poder atacarla bien porque a mí me gusta la bola alta. La meta era hacer algo distinto constantemente, evolucionar como jugador y mejorar en el juego. En Cannes (Francia) tuve al actual dirigente de la selección francesa (Laurent Tillie), que me dijo ‘que tal si en la uno (posición en la cancha) pasas con el pie izquierdo al frente’. Le dije ‘no es lo que me enseñaron’. Pero lo intenté y salió fácil. En Polonia tuve a un eslovaco que tenía un doctorado. El mismo Cardona (argentino en la Selección), el brasileño en París (Mauricio Parés) que está dirigiendo en Japón ahora mismo. Mi coach en Lewis (David Deuser), que me sacó la vida. Tuve la dicha de tener buenos dirigentes.
¿Y si te pica la vena y decides regresar a jugar?
Puedo jugar. Pero si me pica la vena dentro de un año, voy a tener 42 años. Mi cuerpo ya no puede para el deporte. Lo que se requiere para llegar a donde quiero estar, es mucho trabajo. Tengo otras responsabilidades y mis hijos exigen tiempo. Ya dije que no voy más. Mi orgullo no me dejará volver a jugar.
¿Qué te llevas del voleibol?
Todo. Me llevo una educación, un crecimiento personal como atleta y persona. Me llevo amistades alrededor del mundo. Sentido de pertenencia, disciplina, entusiasmo, valentía, coraje, y personalidad. Todo lo que he querido hacer, lo he logrado a través del voleibol. Le doy gracias infinitas a mis padres por encaminarme por el deporte, así como a todos los coaches que he tenido. El voleibol me dio la vida que tengo hasta ahora. Espero dar lo que se me enseñó para desarrollar a futuras generaciones.
¿Qué te hará falta?
El ambiente no me hará falta porque espero estar ahí como coach. Me hará falta el juego. Saltar. La emoción de hacer el punto. Esa competencia de poder hacer las cosas. La fogosidad, el boconeo por debajo de la malla, el mirar al público y meterlo en la cancha. Eso me va a hacer falta.