Los dirigentes en Japón se asemejan a los dictadores
Relato del reportero enviado especial José Ayala Gordián

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 15 años.
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Sendai, Japón.- El voleibol a nivel universitario es un deporte que los japoneses toman con suma seriedad, y los atletas que lo practican lo hacen con una pasión, profesionalismo y atención a los detalles que raya en la obsesión. Después de todo, su orgullo recae en representar honorablemente a su institución.
Voy a tomar como ejemplo al equipo femenino de la Universidad de Sendai, con quien el sexteto boricua celebra una serie de partidos de fogueo. En el primer viaje en el autobús oficial del equipo nipón nos dimos cuenta que el “chofer” era, nada más y nada menos, que el dirigente, Odashima Mitsuru.
Todo el programa de voleibol de la Universidad de Sendai gira en torno a la figura de Mitsuru-san, un entrenador japonés que exige, y recibe, el respeto de todos y cada uno de sus jugadores.
El día del primer juego de fogueo, el equipo japonés acompañó a las boricuas desde las 5:00 p.m. hasta que concluyó el partido, como a eso de las 10:00 de la noche. Luego de concluido cada parcial, las japonesas realizaban la misma rutina: levantaban las mallas que separan ambas canchas para que Mitsuru-san, con una parsimonia increíble, pasara a su oficina; las suplentes servían y recibían en la segunda cancha y dos jugadoras apagaban las cámaras de vídeo a ambos extremos.
En el partido, eran las mismas jugadoras quienes servían como jueces de línea y asumieron su cargo como si sus vidas dependieran de que realizaran un gran trabajo. Durante el partido, cuando una jugadora cometía errores, Mitsuru-san solicitaba tiempo pedido, dejaba al resto de la plantilla en el medio de la cancha y llamaba a la voleibolista que había que disciplinar. El técnico entonces pasaba todo el tiempo pedido regañando a su pupila, y la jugadora no hacía más que mirar hacia el suelo y asentía con la cabeza, casi como si estuviese avergonzada de haber hecho quedar mal a Mitsuru-san.
En un momento dado en el cuarto parcial, su líbero no estaba realizando el trabajo y el dirigente, sin ningún tipo de piedad, tomó un balón y se le pegó en la espalda. Claro, no fue un lanzamiento con fuerza, pero el piloto dejó claro que no estaba satisfecho con el esfuerzo de su líbero.
Y el martes, durante el tercer parcial del segundo juego de fogueo, ocurrió lo mismo, aunque esta vez con una de sus esquinas titulares. Mitsuru-san estaba molesto, pero como no tenía cerca un balón que lanzar, metió su mano derecha en el bolsillo de su pantalón, agarró una cajetilla de cigarrillos y se la lanzó a la jugadora. Y la pobre voleibolista no pudo más que recoger la cajetilla del suelo, devolvérsela a Mitsuru-san y escuchar la descarga de regaños, que duró todo el tiempo pedido.
Sinceramente admiro la paciencia y dedicación de estas atletas, pues en Puerto Rico ningún atleta aguantaría esa rutina diaria.