Hace 10 años, Zombieland llegó a los cines adelantada a su tiempo al lograr un perfecto balance entre comedia autorreferencial y una buena dosis de violencia zombie para convertirse en una de las sorpresas más agradables del 2009. 

Pero eso fue entonces, cuando ese tipo de acercamiento a un subgénero sobresaturado era algo refrescante. Una década y decenas de intentos similares de reinventar el cine de zombies, esta secuela se siente perdida en el tiempo. Si algo tiene esta secuela a su favor es el hecho de que sus protagonistas, ahora reconocidos en el mundo entero por sus roles dramáticos, estuvieran dispuestos a regresar a este mundo postapocalíptico. Sin embargo, esto dice más sobre el valor sentimental de su predecesora que de lo que esta nueva propuesta intenta lograr.

Una década después, “Columbus” (Jesse Eisenberg), “Wichita” (Emma Stone), “Little Rock” (Abigail Breslin) y “Tallahassee” (Woody Harrelson) todavía intentan sobrevivir en un mundo en el que los muertos vivientes han evolucionado. Los intereses del grupo se mantienen iguales: “Tallahassee” sigue siendo un aficionado de las armas de fuego; “Columbus” continúa firme en su creencia de que sus 73 reglas lo han mantenido con vida hasta ahora; “Wichita”, aunque feliz con “Columbus”, sigue siendo un espíritu libre; mientras que su hermana, “Little Rock”, naturalmente es tratada como la niña del grupo. Es la llegada de nuevos intereses de índole romántico lo que pone en marcha el conflicto de la secuela. “Little Rock” ha conocido a otro sobreviviente, quien la seduce con la idea de un estilo de vida pacífico y la oportunidad de conocer el amor en un mundo en el que la humanidad está casi extinta.

Pero Zombieland: Double Tap olvida una de las reglas más importante de una continuación y es reconocer por qué funcionó en primera instancia. En la primera película, la adopción de nombres de ciudades como sus nuevas identidades le dio otra dimensión a los cuatro personajes principales. La secuela, sin embargo, los despoja de esta cualidad especial cuando hace lo mismo con el resto de los personajes que este grupo encuentra en el camino, como si fuera esto práctica universal del apocalipsis zombie.

Zombieland: Double Tap no reinventa la rueda, pero tampoco justifica el que ni siquiera intente hacerlo. Después de todo, era lo menos que se esperaba de la secuela de aquella película que tuvo la valentía de matar a Bill Murray en uno de los cameos más memorables de la pasada década. En esa misma línea, Zombieland: Double Tap termina en una nota positiva con la que posiblemente sea la mejor escena poscréditos del año.