La ciencia y la religión han estado en guerra durante siglos. En el afán de unos por defender lo que es comprobable empíricamente versus los que se aferran a lo divino e intangible, innumerables personas han derramado su sangre sobre la faz de la tierra, tal y como demuestra el filme Agora al transportarnos a una era cuando la ciencia y la filosofía comenzaron a ser sinónimo de brujería y sacrilegio.