Nos encontramos en año eleccionario y por ello estamos muy necesitados de buenas comedias. Con esto no me refiero a las que protagonizan nuestros políticos a diario, en las que no sabemos si reír y llorar (casi siempre lo último), sino las que satirizan este deprimente y desesperanzador ritual que tenemos que aguantar cada cuatro años.

En The Campaign, la opción es clara: reír. La excelente comedia del director Jay Roach coloca a dos incompetentes candidatos  un escaño en el Congreso de Estados Unidos en medio de una reñida contienda electoral en la que todo, TO-DO, se vale. Es como presenciar una realidad alterna, donde los políticos se desprenden de la banalidad e hipocresía para dejar ver sus verdaderas agendas. Es refrescante y, sí, un tanto trágico, porque hay algo de verdad detrás de la obvia exageración.

Por un lado tenemos al demócrata “Cam Brady” (Will Ferrell), experto en la típica retórica que atrae a los ignorantes votantes como el flautista de Hamelin encantaba ratones, repleta de lo que la gente quiere escuchar sin decir cómo lo logrará. Su oponente, el republicano “Marty Huggins” (Zach Galifianakis), es un ingenuo bonachón, el blanco perfecto para los hermanos “Motch” (cualquier semejanza a los Koch es pura coincidencia), dúo de magnates interesados en comprar influencias en el gobierno.

El guión de Chris Henchy y Shawn Harwell recurre frecuentemente al humor chabacano para provocar las carcajadas, y en la gran mayoría de las veces acierta con buenos chistes que alcanzan su verdadero potencial gracias a Ferrell y Galifianakis. Por su parte, Roach –quien dirigió Game Change sobre la campaña de Sarah Palin, por lo que ha tenido experiencia con personajes ineptos- realiza un tremendo trabajo de compactarlos en un filme de tan sólo 85 minutos que jamás extienden su bienvenida.

Los que tienen problemas con el estilo de Ferrell, no encontrarán nada aquí que les vaya a hacer cambiar de parecer. El veterano comediante encarna a “Brady” como un híbrido entre su –certera- imitación del ex presidente George W. Bush y su personaje de “Ron Burgundy” en la comiquísima Anchorman, creando un político que –al menos ante las cámaras- no se aparte mucho de la realidad. Fuera de ellas es otro cantar, y Ferrell recurre a las exuberancias que lo caracterizan.

Quien sí ofrece un matiz distinto a su semblante es Galifianakis, mayormente conocido por su excéntrico personaje en The Hangover, pero que aquí consigue caracterizar un papel que se distingue dentro de su filmografía. “Huggins” es un tipo amanerado, tierno, de buen corazón, que genuinamente tiene presente los intereses de sus constituyentes. Verlo corromperse por la manipulación de los “Motch” –interpretados por Dan Aykroyd y John Lithgow en dos papeles demasiado pequeños para su talento- le provee a Galifianakis suficiente espacio para desarrollar efectivamente a “Huggins”. 

El filme también cuenta con un tremendo elenco secundario, entre los que se destacan Jason Sudekis y Dylan McDermott, como los manejadores de las respectivas campañas eleccionarias, el primero, concienzudo y mesurado; el segundo, totalmente inescrupuloso. Sin embargo, la que se roba el show es Karen Maruyama como la sirvienta del papá de “Huggins” –encarnado por Brian Cox-, en unas pequeñas pero memorables intervenciones que no podrían ser más políticamente incorrectas.

Aún faltan poco menos de tres meses para que tengamos que asistir nuevamente a las urnas. El panorama, como seguramente sabe, no es nada alentador, independientemente de su color favorito. Por ahora, encontremos refugio en The Campaign y riámonos de sus personajes. Ya habrá tiempo de más para llorar, gane quien gane.