Cuenta una antigua leyenda sobre la existencia de siete míticas “Esferas del Dragón” escondidas alrededor de la Tierra, y de aquél a quien el dragón “Shenron” le concederá un deseo…. si logra encontrarlas todas.   

Serán muchos los que este fin de semana se acordarán de “Shenron”, en especial si alguna vez fueron fanáticos de la popular serie de anime o  manga (cómic) japonés Dragonball cuya adaptación cinematográfica estrena hoy bajo el título Dragonball Evolution. Quizá también deseen haber sido ellos quienes encontraran las siete esferas para invocar: “¡Oh, gran ‘Shenron’! Deseo que ésta película jamás hubiese sido filmada”.

Para aquellos cinéfilos que se sientan así, la buena noticia es que la cinta sólo dura 84 minutos y afortunadamente transcurren bastante rápido. A duras penas tenemos tiempo para conocer a los personajes principales antes de que lleguen a la batalla final y los créditos comiencen a aparecer en pantalla. Éste quizá sea el único mérito que posee el filme, como cuando removemos un esparadrapo: duele menos si se quita rápido y de un sólo tirón.

En Dragonball Evolution conocemos al héroe, “Goku” (Justin Chatwin), quien tras la muerte de su abuelo se ve encomendado a hallar las esferas para detener los malévolos planes del extraterrestre “Piccolo” de destruir la tierra. Su travesía –muy similar a la de “Dorothy” en el Mago de Oz- lo llevará a conocer a otros “cazaesferas” que las buscan para su propio beneficio y que se unirán como equipo para defender la Tierra.

Producida por Stephen Chow -pero sin el más mínimo rastro de la diversión y la astucia que caracterizaron sus filmes Shaolin Soccer y Kung Fu Hustle- la película cuenta con unos valores de producción sumamente pobres. Para botón, sólo hay que fijarse en el maquillaje de “Piccolo”, quien parece un villano rechazado de la serie de televisión de los “Power Rangers”, o los efectos computarizados de segunda mano que adornan las –aburridas- secuencias de acción.

Hablar sobre las actuaciones en un largometraje como éste sería innecesario, y lo es, con excepción de una. La estrella de Hong Kong Chow Yun-Fat, reconocido mundialmente por sus clásicos asiáticos The Killer y Crouching Tiger, Hidden Dragon, continúa con su mala racha de papeles estereotipados en Hollywood como el maestro “Roshi”, en una interpretación que simplemente nos hace preguntar: “¿qué estaba pensando?”.

A quien únicamente podría apelar Dragonball Evolution es a un público infantil que ande entre los 7 y los 10 años de edad. Este grupo es tan joven que los más probable es que sus miembros ni siquiera sepan de la existencia de la serie original de Japón y –por lo tanto- su apreciación no estará regida por la nostalgia. Así que… padres, ármense de paciencia. Lo que les espera no es fácil.

Por otro lado, los espectadores a quienes ésta cinta va principalmente dirigida, los fieles seguidores de las aventuras de “Goku” que le dedicaron innumerables horas de su tiempo cuando Dragonball alcanzó la cúspide de su popularidad hace ya varios años, deben acercarse a ella con mucha cautela y con las expectativas bajas. Así el duro golpe de la decepción no será tan fuerte.


Experiencia difícil de tragar

Amary Santiago Torres / Primera Hora

Los tragos amargos es mejor pasarlos rápido. Así que 85 minutos, aunque hubiese preferido que fueran menos, son más que suficientes para intentar digerir el filme Dragonball Evolution. Pero, al final, no se puede evitar la indigestión.

No entiendo por qué Hollywood se empeña en ¿adaptar o destrozar? productos con arraigo entre el público y provenientes de otros países, en este caso de Japón. ¿De qué evolución están hablando? Digamos que la cinta es la mejor manera para demostrar cómo la palabra evolución sigue perdiendo su sentido.

Este filme, basado en los dibujos animados japoneses de Akira Toriyama, podría ser una desilusión para los seguidores de las aventuras que acapararon la atención a finales de los 80 y principios de los 90.

La repetición de  diálogos, el descanso en efectos especiales, la forma en que se desvirtúa la esencia de los personajes –en especial los  de las chicas cuya sensualidad se impone antes que su razonamiento– y la falta de  sustancia esfuman la magia y las expectativas de los seguidores que esperaban este  estreno  del director James Wong  y el guionista Ben Ramsey.

La trama se centra en “Goku” (Justin Chatwin), un joven ducho en las artes marciales, pero ante los ojos de sus compañeros  no es más que el hazmerreír. Sus técnicas milenarias las aprendió con su abuelo “Gohan” (Randall Duk Kim) y le ayudarán a combatir en contra del malvado “Piccolo” (James Marsters), que quiere dominar el universo. Para evitar el desastre, “Goku” tiene que encontrar las legendarias “bolas del dragón”.

A la aventura se unen “Bulma” (Emmy Rossum), que está detrás de las esferas; la joven experta en artes marciales y  que captará la atención de “Goku”, “Chi Chi” (Jamie Chung); y el maestro “Mutenroshi” (Yun-Fat Chow), que guiará a “Goku” e intenta lograr la risa sin mayores frutos.

Ciertos momentos de acción de repente pretenden salvar el filme  del abismo en que se encuentra, pero su falta de sustancia predomina. Es como si los creadores no lograron identificar las diferencias entre los lenguajes de los dibujos animados y el  cine,  provocando  una experiencia difícil de tragar.

En la historia se dejó entrever una posible secuela, veremos si son valientes. Ah, qué bueno que existe una versión doblada al español porque sólo podría gustarles  a los menores de 10 años.