Tras cosechar múltiples éxitos en varias ciudades de los Estados Unidos, el muralista boricua Danny Torres regresó a su natal pueblo de Adjuntas para pintarlo de colores en un proyecto impulsado por la organización comunitaria Casa Pueblo.

El virtuoso de 63 años lleva una vida residiendo en Filadelfia, Pensilvania, donde se consagró con una admirable trayectoria de arte público a través de impresionantes obras plasmadas, principalmente, en comunidades puertorriqueñas.

Hace un año y medio que Danny trasladó su paleta de vivencias a la llamada ‘Tierra de lagos’ para crear una serie de pinturas inspiradas en la temática de la energía solar, colocadas estratégicamente en diversos puntos del casco urbano y algunos barrios.

Criado en la comunidad Yahuecas, el talentoso artista recuerda cómo nació su pasión por el arte y la razón por la que se trasladó al país norteamericano a sus 28 años.

El proyecto junto a Casa Pueblo se extiende desde el casco urbano a varios barrios del pueblo.
El proyecto junto a Casa Pueblo se extiende desde el casco urbano a varios barrios del pueblo. (Suministrada)

“Mi historia es una tragicomedia porque yo fui abandonado junto con tres hermanos más por problemas de nuestros padres que ocasionaron que mi padre desapareciera. Pero me crió una señora que tenía tres hijas, Edelmira Torres. Ella me dio su apellido”, confesó.

“Yo dibujaba mucho en años escolares y en la escuela intermedia, como mis compañeros sabían que yo dibujaba, pues cuando llegaba la época de hacer proyectos para las clases se me acercaban para que hiciera sus dibujos”, sostuvo el egresado de la escuela superior Rafael Aparicio Jiménez.

Al cumplir 19 años contrajo matrimonio y luego se enlistó en la Reserva del Ejército de los Estados Unidos. Mientras cumplía con su rol militar apareció una oportunidad con el Departamento de Educación en Adjuntas para dar clases de arte, la cual aprovechó.

Así estuvo varios años hasta que, “me fui a aventurar de artesano y hacía camisetas pintadas a mano y enea, por si me iba mal con los festivales”.

“Hice muchos murales durante la época de 1979 en adelante en iglesias carismáticas y pentecostales del pueblo y de los barrios. Surgió que en la iglesia a la que pertenecía dibujé un mural en el bautisterio y de ahí llegaban las otras iglesias para que hiciera murales en sus respectivos templos”, relató.

A sus 28 años viajó a Chicago, Illinois, para pintar un mural con el movimiento boricua Human Rights Network, “que me vieron en una cantata a Corretjer haciendo unos trabajos donde pintaba la cara de Corretjer, Albizu, Betances y otros próceres y patriotas de Puerto Rico”.

“Entonces, fui a Chicago, hice el mural y regresé a Puerto Rico. Luego, la misma organización me invitó a pintar un mural en Filadelfia. Allí estuve un tiempo y de momento decido quedarme por cuestión de la economía porque vi que allá, pintando murales, la economía era mejor”, reveló.

Fue así como trazó su ruta en la ciudad estadounidense mediante la creación de murales en la comunidad.

“Eran murales culturales con la bandera, instrumentos y costumbres (puertorriqueñas). Además, comencé a dar talleres en las escuelas sobre la historia de Puerto Rico con la creación de máscaras de vejigantes; enseñaba a los niños cómo hacer las máscaras. También di talleres de serigrafía en camiseta y talleres de ‘airbrush’ “, expuso sobre su trabajo con la organización Taller Puertorriqueño.

“De esa cepa de estudiantes que tuve en aquella época, hay cuatro que siguieron el rumbo y son artistas y maestros de arte”, sostuvo con mucho orgullo.

No obstante, su fama creció tanto que, de pronto, “fui muy solicitado para hacer murales en memoria de alguien que habían matado”.

“Básicamente, Filadelfia en esa época era una ciudad bastante desastrosa y había mucha muerte por cuestión de las drogas, los puntos y las gangas. En aquellos años, vino el (periódico) Philadelphia Inquirer para hacerme una entrevista, referente a los murales ‘In- memory’, para su publicación del domingo”, acotó.

Como para muchos boricuas que cruzan el charco, no todo fue miel sobre hojuelas y Danny enfrentó “días de gloria y otros días bien arrastra’o”.

Aunque su fe parecía desvanecerse, el artista confesó que “llevaba años pidiéndole a Dios, llorando, para que me diera la oportunidad de regresar a Puerto Rico, pero haciendo lo que yo hago”.

Pareciera que su clamor fue escuchado cuando se topó con el director de Casa Pueblo, Arturo Massol Deyá, quien lo invitó a formar parte de un proyecto de murales para el pueblo adjunteño. Esto a través del Centro de Economía Creativa.

“Esa organización estaba haciendo acercamiento a distintas organizaciones a través de la Isla para desarrollar arte con fondos de la Mellon Foundation. Casa Pueblo de Adjuntas fue escogida como una de las organizaciones”, explicó.

“Comenzamos a desarrollar murales a través del pueblo de Adjuntas y sus barrios con una compañera que se llama Verónica Aponte, que es bien talentosa. El proyecto dura tres años. Ya llevamos un año y medio y debemos terminar en 2025″, resaltó.

Aunque se mantiene con maleta en mano, ya que “es un ir y venir constante” de Filadelfia a Puerto Rico, el muralista confesó que, regresar “es parte de un sueño porque ya tengo 63 años”.

Sobre su contribución artística, “de la diáspora para el mundo”, el artista aseguró que, “es glorioso, porque cuando tú te das cuenta de que hay unos puertorriqueños que aman tanto a Puerto Rico, pero lo extrañan tanto, que agradecen cuando uno les lleva un pedazo de Puerto Rico allá”.

“Con los murales que comencé a hacer pues, yo hacía eso, era mucha cultura y eso los hace sentir más orgullosos, como que su barrio realmente es de ellos. Para mí, es una delicia”, concluyó.