Ofrendas divinas

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 17 años.
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Desde que existe vida sobre la faz de la Tierra han ocurrido milagros, pero pocos se comparan con el nacimiento del Niño Dios. Y para los fervientes creyentes, el evento -de por sí portentoso- se vio culminado cuando, apenas llegado a este mundo, Jesús vio postrados ante sí a tres magníficos reyes de Oriente, que vinieron a rendirle tributo con sus ofrendas más preciadas y preciosas.
Y es que, en aquellos tiempos, lo que la gente más valoraba -por encima de todas las cosas- eran los obsequios que, además de un valor comercial, poseían, también, un significado divino. Entre éstos, se encontraban, por supuesto, las tres ofrendas que los Reyes Magos le llevaron a la Sagrada Familia: incienso, mirra y oro.
Acompáñanos para conocer un poco más acerca de estos tres gloriosos presentes.
INCIENSO
El incienso original no era como lo conocemos hoy día, en forma de varitas perfumadas. El producto que se usaba en la antigüedad provenía de trozos de resina que se obtenían de un árbol del género Boswellia carteri. El mismo era oriundo de Oriente Medio y África.
Hace más de 5,000 años -algunos sostienen que, más bien, hace 8,000-, ya esta resina se recolectaba del mismo modo que se recogen el aceite de pino o la goma de los árboles de goma: haciendo incisiones en la corteza de los árboles para recoger la savia que rezumaba de la madera. Esta sustancia, a su vez, se dejaba endurecer en el mismo árbol y, una vez sólida, se recogía.
Cabe señalar que el Boswellia carteri no era demasiado común, lo que hacía que el producto extraído del mismo incrementara, considerablemente, su valor.
Allá para el primer siglo d. C., la gente llamaba a esta resina blancuzca olibanum, nombre que, a su vez, provenía de liban, el término árabe para definir la leche.
En cualquier caso, sus usos eran, primordialmente, para ceremonias religiosas, para embalsamar y para perfumar el ambiente.
De hecho, dependiendo del uso que se le diera, la savia usada para incienso se mezclaba con otros ingredientes como especias, semillas y raíces varias. La mezcla final era pulverizada y mezclada, entonces, con carbón igualmente molido, para ser utilizada en los distintos rituales.
En fin, por sus propiedades místicas, el producto final era tan valioso como el oro.
MIRRA
Éste es el producto del Commiphora myrrha, el árbol del cual emana la resina marrón rojiza que tanto apreciaban los antiguos y que aún hoy día se utiliza en perfumería.
Aunque la mirra se obtiene, también, de otras plantas como la Balsamodendron, la C. erythraea y la Myrrhis odorata, la Commiphora myrrha es la que mayormente era utilizada por las civilizaciones antiguas para propósitos de rituales de fe.
Se dice que fueron los egipcios los primeros en darle valor a la mirra. Ellos denominaban a esta resina -que, como el incienso, era una savia que exudaban los árboles antes mencionados- “las lágrimas de Horus”, en honor al dios del Sol y la Luna.
Ya para el año 1100 a. C. la mirra era altamente cotizada por los griegos y romanos. De hecho, su popularidad constituyó, de por sí, una parte importante en el comercio entre las naciones del viejo mundo.
La mirra de calidad se reconoce por la oscuridad y transparencia de la resina, así como por la pegajosidad de los trozos recién recogidos.
Por otro lado, la fragancia de la mirra pura es bien fuerte y el aceite esencial que de ella se deriva, aunque un poco amargo, es, también, acre, pero placentero. Y, como dato curioso, podemos mencionar que, contrario a otras resinas similares, la mirra se expande cuando se quema, en vez de derretirse o licuarse.
De otra parte, en forma de ungüento, la mirra era usada para perfumar a los muertos durante el proceso de embalsamamiento. Y hasta el siglo XV se usaba en la iglesia en ceremonias de penitencia, en funerales y en cremaciones.
Por último, la mirra fue tan solicitada en la antigüedad, que llegó a cotizarse muchísimo más cara que el mismo oro. De hecho, los soldados griegos y romanos la llevaban como parte de sus “estuches” de primeros auxilios, ya que apreciaban grandemente sus propiedades antisépticas y antiinflamatorias.
ORO
Este valioso metal fue el primero al que la humanidad le adjudicó propiedades divinas. Pues, si bien el hierro y el bronce forjaron -literalmente- el progreso industrial del hombre, fue el oro el que labró el camino hacia la institución de la oligarquía en el mundo antiguo.
Aunque no existen datos específicos acerca de cuándo, exactamente, se empezó a usar, lo que sí se sabe es que mucho antes que los griegos y los romanos, los sumerios, fenicios y egipcios ya utilizaban el oro como símbolo de realeza.
Más aún, tan temprano como en el año 3100 a. C. ya había evidencia del valor económico y numismático del oro. Específicamente, en el código de Menes -el fundador de la primera dinastía egipcia- se dice que “una parte de oro equivale a dos partes y media de plata”.
Pero, ¿cómo y por qué se valoró tanto y tan rápido? Es que, contrario a otros metales, el oro no se empaña ni se deslustra ni se corroe. ¡Con razón se le adjudicaban poderes sobrenaturales y se le asociaba con la inmortalidad!
Y, por algo, desde sus albores, la humanidad le confirió un sitial privilegiado en nuestra conciencia, equiparando a este metal con poder y belleza. Y como el oro está distribuido por todo el orbe, todas las civilizaciones que lo conocieron lo codiciaron y lo valoraron por igual.
No es de extrañar, entonces, que entre sus tres regalos, los Tres Reyes Magos le presentaran a Jesús un regalo de oro, ya que lo estaban reconociendo como el Rey de Reyes y la máxima autoridad sobre la humanidad.