Buenos Aires.- Veinte años los tiene cualquiera. Lo difícil es llegar a los 86, como China Zorrilla, manteniendo una inteligencia suprema, una sincera humildad ante la fama y una belleza interior y exterior que provoca absoluta admiración.

“En mi larga vida, cuando miro el mapa, y eso que soy una gran viajera, me digo qué poco conozco del mundo, ¿no? Y lo que hay para ver todavía y ya no tengo tiempo. Pero surge inesperadamente este viaje a Puerto Rico, lugar que siempre me intrigó por ese nombre tan español que pertenece a ese enorme país que conozco tan bien… ¡pero no conozco Puerto Rico! Y además que esto sea el resultado de una película (“Elsa y Fred”) que yo hice, a la cual yo tampoco le tenía mucha fe. Yo me dije, una película de amor está bien, pero que los dos tengamos 80 años ya está menos bien. Y resultó ser un éxito descomunal y a raíz de este éxito (un año en cartelera) voy a conocer lo otro, que sé que va a ser un éxito, por las cosas que me cuentan de Puerto Rico y entonces esto es como una aventura. Mucho más que un viaje, es una sorpresa. Voy muy ilusionada”, es lo primero que nos dice en el living de su apartamento ubicado en un hermoso barrio de Buenos Aires.

China (Concepción Zorrilla de San Martín, su verdadero nombre) nació en Montevideo, Uruguay, el 14 de marzo de 1922. Creció en Paris -su padre, el notable e inolvidable escultor uruguayo José Luis Zorrilla de San Martín, tuvo su atelier allí- y ya siendo una mujer- estudió actuación en Londres y Nueva York. Está afincada en Argentina desde hace 35 años, con infinitos viajes a Montevideo (distante de Buenos Aires a 30 minutos en avión, o 3 horas de ferry cruzando el Río de La Plata), donde visita a dos hermanas a las que adora: María Elvira e Inés.

Su amistad con Fred

Mientras China, convertida en mítica actriz rioplatense, monologa recordando cosas, tiene siempre a su lado a su perrita Flor, con la que viajará a la Isla: “¿Cómo es Puerto Rico? -nos interroga- tengo una gran curiosidad por conocerlo. Además. ¿cómo me ubicaron?, ¿cómo sabían que yo era una actriz de teatro además del cine, para invitarme a presentar el ‘Diario privado de Adán y Eva’? Ya sé que la película ‘Elsa y Fred’ batió un récord allí, pero me emociona pensar el cariño que espero recibir. Y se lo voy a contar a mi amigo Manuel Alexandre (‘Fred’) que vive en Madrid y tiene 90 años. Nos hablamos por teléfono bastante seguido. No me va a creer lo que me está sucediendo. Algo buenísimo. Y eso que yo filmé 32 películas, pero lo que me produjo ‘Elsa y Fred’ es inigualable. Hasta me enviaron una copia en alemán, en donde me doblaron la voz con un tono y color idéntica a la mía. Porque yo de alemán, nada. Hablo bien francés, inglés y castellano; nada más. Pero algunos que la vieron en alemán habrán dicho: ‘China habla alemán y nunca nos contó’… A propósito, ¿en Puerto Rico, además del español, hablan mucho en inglés?…”

Después de responderle y relatarle cosas del Viejo San Juan, de El Morro, del calor, de las playas -aseguró que no usará bikini- y de lo afectuoso de la gente, China comenzó a contar sus historias de vida, entre insólitas y graciosas.

Wimbledom y la Reina

“A fines de la década del 40, yo viví casi tres años en Londres, estudiando teatro becada por el Estudio de Arte Dramático. Un domingo, día en que no hay actuaciones, no sabía qué hacer. Entonces, me enteré por un periódico que se jugaba la final de tenis en Wimbledom. Tomé un tren y me fui hasta el estadio. Faltaban 15 minutos para empezar el partido y no veía a nadie, sólo automóviles. Me acerqué a una ventanilla de venta de tickets y le dije a uno que estaba por ahí: ‘Señor, me da una buena ubicación, preferentemente del lado de la sombra, por favor’… La cara de asombro de ese señor fue increíble. Enseguida llamó a otro y a otro más, a quienes les contó lo que yo pedía y todos comenzaron a reírse: ‘Mire, señorita, lamento decirle que hoy se juega la final de Wimbledom, cuyos tickets se venden con seis meses de anticipación’. Pero se ve que me vieron actuar con tanta ingenuidad que les dí lástima. Y uno me hizo entrar, ubicándome en una silla en el palco Real, al lado de un policía. Al otro día, en el periódico, se publicó la foto de la Reina, y un poco más abajo, aparecía yo. Y ví la final ahí…, ¡ y gratis!”

Dustin Hoffman

De pronto, nos muestra una desvencijada agenda de direcciones y teléfonos de Nueva York -guarda todo- y nos señala un nombre y apellido. Y China que explica, mostrando en las páginas correspondientes a la H, un número de Hoffman, Dustin: “En los 60, permanecí cuatro años en Nueva York. Yo trabajaba de secretaria en una oficina de teatro. Allí tenía a un joven compañero con el que tecleábamos todo el día la máquina de escribir. Él era tan feo y tan infeliz que cuando me confesaba que quería ser actor, yo pensaba: ‘¿A dónde vas a llegar con esa cara?’.

Antes de volverme a Uruguay, este compañero me comentó que tenía buena suerte porque a raíz de una conexión que le había dado el dueño de la oficina, se iba a ir a Los Ángeles para un casting de una película: ‘Me pagan el viaje de ida y vuelta, y tres días de hotel’, me decía. Le pregunté cómo se iba a llamar la película: ‘El graduado’, me respondió. Y seguí pensando: ‘Qué título feo’.

Me vine a Uruguay y más o menos al año regresé a Nueva York en barco, porque le tengo pánico a los aviones. Y ahí vi carteles por las calles anunciando la película ‘El graduado’, con la foto de mi ex compañero de oficina ¡Dustin Hoffman! como protagonista. Lo llamé por teléfono y le dije: ‘Dustin… ¡hiciste la película!’ Y me contestó: ‘Sí, y no puedo más caminar por la calle porque la gente me reconoce’. Después protagonizó ‘Perdidos en la noche’ y Dustin se consagró definitivamente”.

Chayanne y Ricky

Conoció y se fotografió con Winston Churchill en Londres, mantuvo un romance con el recordado actor Danny Kaye, ama a Chayanne, de quien dice que está divino, y también le gustan las canciones de Ricky Martin, pero no entiende nada de reguetón.

Es China Zorrilla una mujer que tiene tantas ganas de estar en Puerto Rico que hasta nos pidió quedarse con la bandera con la que posó para una foto: “Me gusta esta bandera, ¿me la regalan? En Puerto Rico me voy a comprar una bien grande y ésta, al regreso, se las devuelvo”.

Le decimos que sí y la guardó cuidadosamente en una carpeta. “Lo único que espero -confiesa- es no hacer un papelón por allá, porque cuando te homenajean, lo primero que hacen es invitarte a comer, y como yo no tomo ron, ni como mariscos… ¿se enojarán conmigo?”