Cómo decirles a sus amigos, a los ocho años de edad, que no podía seguir jugando baloncesto porque quería ver Romeo y Julieta en ballet en la televisión fue quizás el primer ejercicio de actuación inconsciente de Carlos Esteban Fonseca.

“No les quería decir la verdad porque ninguno iba a entender que quería ver a Romeo y Julieta en ballet y a mí me parecía un sueño ver esa historia bailada”, recuerda el actor de 50 años.

Natural de Bayamón y el menor de dos hermanos, el único varón de Emelina Rivera y Esteban Fonseca reconoció su vocación de artista a temprana edad.

“A los 13 años ahorré para comprarme Cien años de soledad”, cuenta desde el balcón de su residencia en Hato Rey.

Carlos Esteban se formó entre el “ambiente de mucha violencia” en las calles de Bayamón, el surgimiento de la nueva trova en Latinoamérica y la resistencia de sus progenitores a que fuera artista.

“Ambos entendían que era una gran estupidez de mi parte dedicarme a eso cuando, según ellos, yo tenía la inteligencia para dedicarme a algo que me dejara dinero”, dice quien todavía no controla las lágrimas al recordar a su madre, fallecida hace dos años.

Pero, hubo dos maestros que descubrieron al actor, al músico, al compositor que hoy día se desdobla en el espectáculo Desde el alma, canciones y sátiras urgentes de un actor que canta lo que tiene que decir.

“Walter Rodríguez me llevó a ver las primeras dos cosas que vi en mi vida como artista”, rememoró en referencia al concierto Distancias de Roy Brown en la Tea y un festival de teatro en el (antiguo café teatro) Sylvia Rexach”, comparte el padre de tres hijos naturales, dos añadidas y abuelo de una nieta.

Entró al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico a estudiar comunicaciones. Le gustaba el periodismo y lo más cerca que estuvo de esa profesión fue como editor de un periódico en el colegio Discípulos de Cristo, que le censuraron en la segunda tirada.

Una clase de actuación como electiva fue el boleto de entrada definitiva al escenario. Ya había formado Absurdo urbano junto con Aníbal Ayala, Abdiel Santiago, Isiel Quiñones, Teresa Hernández y Carlos Miranda. Éste y René Monclova fueron y siguen siendo sus más duros críticos y también sus hermanos.

La música y la actuación las llevaba de la mano. Préstame un tenor fue la primera obra de teatro que protagonizó en los años 80. Compartió escena con Chavito Marrero, Norma Candal, Giselle Blondet y Yazmín Mejías.

Desde entonces hasta ahora, su profesión le despierta las mismas emociones.

“Yo me creo que soy el dueño del mundo cuando estoy en el medio del escenario; creo que nada puede contra mí”, afirma ante la mirada de su compañera Sofía de la Cruz.

“Siempre he visto la actuación como un homenaje a la creación, a Dios; creo que no tengo forma de estar más conectado con Dios que cuando actúo, y sé que parece un cliché, pero es cierto”, sostiene.

Entre sus trabajos más recordados menciona Edipo rey, La vida es sueño y ¿Quién mató a Héctor Lavoe? en el teatro; Cayo y los cuentos de Abelardo Díaz Alfaro en el cine; Dame un break y la novela La otra en televisión; y Descarga boricua y Caribe gitano en la música.

A éstos se suman los mencionados como parte de sus inicios.

Sus excesos... y el peor momento de su vida

Carlos Esteban Fonseca no es hombre de arrepentirse. Es firme en sus ideologías y en sus decisiones personales y profesionales.

Pero hay algo de lo que se arrepiente, porque fueron sus hijos Carlos Omar y Aura Yarih (en aquel momento), quienes más se afectaron. Y fue por sus excesos.

“Lo más duro que debió haber sido para mis hijos fue cuando uno empieza a tener éxito, porque uno empieza a tener éxito muy joven; empieza a aparecer la vida del rock n’roll y de la locura, y uno empieza a experimentar una vida que no es precisamente sana y empieza a apartarse de los hijos”, admite mientras es observado por su segunda hija.

El artista también es padre de Coral Amanda. A Gabriela y Paola, hijas de su primera esposa Aura Rodríguez con su amigo Carlos Miranda, a quienes también las considera sus hijas, y a Sofía Gabriela, su nieta.

Fuera de esos excesos que encontró en “la calle, en la noche, en la locura, en la vida, en todo lo que puede ingerirse para cambiar los colores”, se siente completo.

“Yo he cumplido lo más importante de esto, que era nunca hacer aquello que me pareciera que no estaba bien hecho en el arte y dedicarme a hacer cosas que aportaran a la vida artística y a la calidad de vida puertorriqueña y eso creo que lo he hecho”, afirma con el orgullo entre labios.

Mas esa sensación de bienestar se sacudió hace unos meses cuando el mayor de sus hijos, Carlos, fue acusado de agredir a su compañera con un arma blanca.

“Fue el peor momento de toda mi vida, un momento que no le deseo a nadie en el mundo, pero las cosas pasan y hay que enfrentarse a ellas y seguir adelante”, expresa quien no titubeó en apoyar a su primogénito, quien está preso mientras el tribunal determina si es procesable.

“Yo considero que mi hijo es incapaz de hacer lo que hizo; considero que estaba en un estado psicótico cuando lo hizo, independientemente de lo que decidan las cortes, así es como yo lo veo y lo único que podía hacer era apoyarlo, pasarle la mano y buscar el modo de que él se entendiera a sí mismo y pudiera él superar lo que había hecho”, sostiene.

La otra parte dura del suceso, comenta, ha sido tener que enfrentarlo en los medios de comunicación.

“Si él no fuera mi hijo, a lo mejor ni salía en los periódicos y sería un momento mucho más manejable para su vida que la forma en que lo está viviendo”, opina el también “padre” de un perro y dos gatos.

Como un motor nuevo

A sus cinco décadas, Carlos Esteban no quiere más que seguir creciendo como artista, seguir dándole gracias al país desde el escenario.

“La diferencia entre los artistas y las estrellas es que las estrellas piensan que el público les debe algo y por eso deben pagar para verlos; los artistas sabemos que nunca le vamos a poder pagar al público lo que hace por nosotros, y yo no tengo otra forma que pagarle a mi país que no sea con mi trabajo”, apunta el creador del la firma de producción El Taller de los Gatos.

La salud, asimismo, está en su mejor momento. Al menos así lo asegura parafraseando en unas palabras del poeta Mario Benedetti: “A mis 50 años todavía puedo hacer el amor cada vez que tengo deseo, puedo subir escaleras sin fatigarme, puedo correr detrás de la guagua para montarme en ella, lo que pasa es que antes no pensaba en eso”, concluye soltando una carcajada.