De las pocas bondades que permitieron que la primera película de Sherlock Holmes fuese una experiencia medianamente entretenida, no queda ni un vestigio en su espectacularmente tediosa secuela Sherlock Holmes: A Game of Shadows, la nueva cinta de Guy Ritchie que sustituye la inteligencia por la fuerza bruta y  el misterio por inconsecuentes, exorbitantes y aburridísimas  secuencias de acción.

La primera entrega pecó de lo mismo pero lo balanceó con la divertida dinámica entre “Holmes” y  “Watson”. Además, tenía un misterio que si bien no fue  cautivante, al menos tenía un grado de prominencia en el filme. En la secuela, el misterio pasa a un segundo o  tercer plano. Lamentable ya que aquí aparece “Moriarty” -uno de los grandes antagonistas de la ficción-, transformado por el pésimo guión, de un brillante estratega, en un mero terrorista con tan sólo un poco más de inteligencia que los enemigos de James Bond.

La trama arranca explosivamente con un violento atentado en Londres que “Holmes” (Robert Downey Jr.) sospecha fue perpetrado por “Moriarty” (Jared Harris). El detective persigue pistas -a veces a paso tan acelerado que es imposible seguir su línea de pensamiento- hasta dar con una gitana, intepretada por Noomi Rapace, que tiene algo que ver con el complot. Junto a ella y “Watson” (Jude Law), "Holmes" emprende una rebuscada investigación que los lleva a Francia y Alemania para atrapar a “Moriarty”, aunque eso no parce importante hasta los últimos 20 minutos de la cinta.

Antes de ese último acto, donde finalmente ocurre algo cuasi interesante, Ritchie le dedica unos 100 minutos a un total exceso de peleas, tiroteos y persecuciones que se tornan aun más insoportables por su insistencia en el abuso de la cámara lenta, incluído el proceso de deducción de “Holmes”, todo ello editado tan torpe y rápidamente que hace imposible para el espectador identificar las pistas que el detective está observando, algo que -se supone- sea el objetivo. Es como ver la obra de Sir. Arthur Conan Doyle editada en un programa de MTV.       

El carisma de Robert Downey Jr. también se tomó unas vacaciones en esta secuela. El actor actúa con una prisa tal que en ocasiones resulta difícil entender lo que dice sin recurrir a los subtítulos. Su talento se reduce a mirar fijamente un sinnúmero de objetos, de los cuales aparentemente saca pistas, para luego salir corriendo a la próxima secuencia de acción mientras se involucra en largos parlamentos y discusiones con su querido “Watson”.

Ritchie está fuera de control en este largometraje.  Visto dentro del contexto de su filmografía es evidente que no ha crecido como cineasta y no sabe cómo contar una historia sin recurrir al mismo estilo que ha utilizado para casi todas sus películas, uno que no encaja  bien con este mundo victoriano. La primera vez se sintió como una amena diversión. Ahora la innovación se desvanece y lo que queda es un terrible filme carente de ingenio y muy, muy tonto. Dos cosas que “Holmes” no debe ser.