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El florecimiento de cantantes solistas con la llamada “salsa monga” fue la llave que poco a poco cerró las puertas de los salones de baile en Puerto Rico.
“Eso empezó más o menos en el 1986, cuando surgieron los cantantes solistas que empezaron a cantar baladas en tiempos de salsa, una salsa romántica que alguna gente le llamó ‘salsa monga’ y al surgir eso, también entra en el mercado la fiebre del merengue”, recuerda el timbalero Willie Rosario, testigo de la época de gloria y decadencia de los espacios de baile en la Isla y en ciudades como Nueva York.
“En la era del 50, por ejemplo, estabas en la calle 55 y Broadway, y era de lado a lado nightclubs, pero eso no existe; no hay nada en Nueva York”, lamenta el experimentado músico.
Espacios como el Club Caborrojeño, Casa España, Club Salinas y Los Mandriles desaparecieron para el público bailador puertorriqueño. Actualmente, las opciones se concentran en los vestíbulos de los hoteles y clubes como Latin Roots en el Viejo San Juan, Winner’s en Canóvanas y El Coabey en Puerto Nuevo.
“No hay sitios, no hay taller a donde uno pueda ir a tocar, lo único que existe son los pubs que tienen dos mesas de billar y la asistencia algunas veces no pasa de 200 personas”, advierte el percusionista.
“Las orquestas no están trabajando mucho; ahora trabajamos en cuestión de fiestas patronales, inauguración de algún establecimiento público y hacemos viajes, porque siempre hay mucha salsa en Colombia, Panamá, Venezuela...”, anota, quien, asimismo, critica el alto costo de los boletos en los bailables que se ofrecen en los hoteles.
“Las entradas son muy caras, porque $45 a $50 es muy cara, aunque tengas tres orquestas que sean caras; por eso esos bailes los promotores los dan una vez al mes o un baile cada tres meses”, abunda el conocido Rey del Swing.
A los espacios limitados para tocar y bailar, se suma que la juventud moderna se inclina más hacia la música urbana. “Tú tocabas antes mucho en senior proms, pero los estudiantes de ahora lo que quieren es reguetón”, apunta.
Como bailarín en su “primera juventud”, Willie Rosario siente nostalgia por los tiempos en que se dejaba llevar al ritmo de la clave en el Palladium. “Allí todo el mundo bailaba bien, todo eso se acabó, pero creo que todo eso se puede superar”, concluye dejando un aire de esperanza para las nuevas generaciones.