Se tambalea el piso cuando Gabriela dice que quiere ser cantante. “Después, cuando vayan creciendo, las prioridades irán cambiando”, responde su padre encogido de hombros y con las cejas alzadas.

De ocho años de edad, esta aprendiz de guitarrista no es la única hija de Manolo Mongil que ha heredado su aptitud para la música. Andrea (2) y Alejandra (18) cantan, Paola (10) toca piano y Adrián (7) los palitos.

Y en los paseos que suelen dar en bote junto a su padre, en la marina SunBay, en Fajardo, todos demuestran que llevan la música por dentro. Como son de tres madres diferentes y viven en lugares distantes de la Isla, se juntan y no hay quien los separe.

Juegan cartas, damas, escondite, ven películas, saltan, se cuentan las travesuras que han hecho y, si hay chance, también hacen alguna que otra “maldadita” durante la estadía en el “lugar sagrado de retiro” de Manolo Mongil, líder de la extinguida banda Cuentas Claras.

Es decir, derrochan la energía que ya empieza a mermar en “El Goldo”, como llaman de cariño a su papá mientras corretean por el bote anclado.

“Aquí es a donde venimos disque a cargar baterías, pero con cinco muchachos lo que hago es terminar de gastar las que traigo de (mi residencia en) Cupey”, donde el cantautor y su esposa, Katia García, mantienen un estudio de grabación.

La más pequeña, Andrea, y Adrián son hijos de Katia, mientras que Gabriela y Paola son producto del matrimonio del compositor con María Lomba. Alejandra, su primogénita, nació de Carmen Velázquez.

Entre lanchas, brisa y sol, la familia se interna en este “escondite” de muchos famosos que residen en Puerto Rico, muy pocas veces profanado por las cámaras y las grabadoras periodísticas.

El ajetreo que viven a diario se desvanece entre las pequeñas olas en favor de la marejada de cariño que los une tanto como su amor por la música, la culpable, en parte, de que pasen tanto tiempo separados.

“Yo los apoyo en lo que quieran ser. Pero en este mundo de la música no hay un manual de consejos para sobrevivir. Yo lo que les advertiría es que no todo es las luces, las cosas chéveres. El tiempo que puedes pasar con la familia se limita, los viajes te distancian. Mientras más grandes se vayan poniendo, más van a evaluar de qué se trata todo esto”, expresa un pensativo Manolo Mongil luego que Paola confesara que también le gustaría cantar y tocar profesionalmente.

Alejandra, sin embargo, agradece que le haya tocado un papá jukeao con la composición de música.

“Tener un papá así es bien entretenido. Es mejor que un papá que llegue de la oficina con hambre y se acueste a dormir. Es bien especial”, cuenta la joven que no tiene planes de dedicarse al canto.

Esa magia podría acabarse. Aun con su disco “Manolo Mongil, vivo”, y un concierto en el Club Tropicoro del hotel San Juan, en Isla Verde, el próximo jueves 29 de marzo, las dos fábricas más productivas de Manolo Mongil están cerradas por el momento.

“No es para tanto”, advierte sobre tener más hijos. “Por ahora estamos jangueando ella y yo”, bromea sobre su relación con la música, pues cada vez se involucra más en el consultorio de Katia, que es médica radióloga.

Ella, por cierto, es quien está pendiente del pólipo que aún le queda a su esposo en la garganta.

“Si yo veo que se pone grande, pues lo mando (a operarse) con Omar (González, cirujano laringólogo), que es amigo de nosotros, en junio, porque la recuperación tarda bastante, y Manolo tiene actividades (de promoción) en mayo y agosto”, apunta la galena.

El vocalista asiente con la mirada caída, como si recordara la intervención quirúrgica que le practicaron en octubre pasado. Se frota la frente: también padece de sinusitis. No pudo cantar en parrandas navideñas. Tanto que le gusta. Tan acostumbrado que está a cantar.

En la vida de “cuarentón”, hay que disfrutar al máximo del “tiempo de calidad” junto a la progenie, asegura.

“No es tan fuerte como se piensa. Es gratificante; lo recomiendo. Nunca se van a aburrir”, comenta Manolo mientras Andrea le murmura que tiene hambre.