Mayra Santos-Febres jamás se ha disfrazado de un personaje

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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Quien se propone redactar un texto literario sabe que a la vez está invocando a una serpiente imaginaria cuyo objetivo es subir por la espalda, verter su veneno en el cerebro y dejar tiesos los dedos sobre el teclado. Culillo es otra manera de llamar la sensación culpable de que Mayra Santos-Febres le huyera por años al tema de la esclavitud, un miedo que, como otros, “aún no está superado”.
La negritud reviste la mayor parte de su obra, pero antes de su nueva novela, Fe en disfraz (Alfaguara), esta letrista puertorriqueña no se “había atrevido” a escribir sobre los esclavos y sus amos.
Ojo: tampoco es que éste sea el único asunto presente en esta novela, ni el principal, pero involucra los matices menos atendidos por los reseñistas. La intención de Santos-Febres dista de “rellenar vacíos históricos” mediante ficción documentada. “Es más que eso”, aclara.
“No lo había hecho antes porque tenía miedo”, precisamente, a interpretaciones como ésas, explica la autora que, como Rosario Ferré, Mayra Montero y otras boricuas, goza de respeto internacional.
“Tenía miedo de que me dijeran: ‘¿Por qué vas a escribir de algo que ya está superado?’ Pero es que hay gente que es más igual que otra. Tenía miedo a que pensaran: ‘Ésta es una negra que escribe’ en vez de una escritora negra”, manifiesta.
“Pero es que hay unos traumas colectivos que nosotros no hemos sanado y no hemos apalabrado, y la esclavitud es uno”, puntualiza al aludir al rampante racismo del mundo actual.
Los protagonistas de Fe en disfraz son dos investigadores: una mujer y un hombre, una negra y un blanco, una jefa y un subordinado. El terreno en el que están instalados “Fe” y “Martín” es el que le interesa a Mayra Santos-Febres: el de las tensiones.
“Martín”, un experto en computación, le es infiel a su novia “Agnes” con “Fe”, en parte porque le atrae el misterioso mundo de “María Fernanda”, verdadero nombre de su supervisora en una biblioteca de la Universidad de Chicago. Ella parece haberse metido tanto en los ritos antiguos que estudia, que los empezó a practicar.
Un affair, relatos historiográficos, ceremonias, nombres alusivos a temas existenciales... Entonces, ¿es una novela histórica, erótica, filosófica?
“Yo creo que el género de la novela misma nos lleva a mi generación de escritores a mezclar muchos géneros. Esta novela es todas las anteriores, y también tiene algo de thriller”, detalla la también poeta.
“La puerta del erotismo me sirvió para entrar por fin al tema del esclavismo, pero eso no quiere decir que haya superado el miedo”, acota.
Se trata de un portal amplio, porque tanto la conducta de “Fe” como sus investigaciones develan un sistema de explotación sexual en el que también cabe “la fascinación de la esclava negra por el amo con poder”, entre otros ángulos poco explorados.
“No quería acercarme a la esclavitud desde lugares esperados: no quería la denuncia”, apunta. “Tampoco quería entrarle desde la puerta del exotismo”, lo cual explica que sea bastante lejana la relación entre los ritos practicados por “Fe” y las religiones afrocaribeñas. Los de este personaje se centran en la celebración del Día de los Muertos, común a casi todas las culturas.
No obstante, la posibilidad de entablar reflexiones sobre el deseo y la manera en que las distintas fes lo reprimen o liberan es evidente en la novela.
“Si sólo pensamos la esclavitud sexual hacia las negras desde el punto de vista de la violación, no estamos viendo el panorama completo. Todavía hoy hay una situación tensa, dolorosa, pero llena de complicidades y de amor, porque el amor también se da”, afirma la directora del Salón Literario Libroamérica (SLL).
Entonces, de nuevo surge la mezcla entre historia, filosofía, ficción, religión, erotismo.
“Y eso tienden a leerlo como que somos malos escritores”, dice Santos-Febres.
Por eso, Mayra también teme a quedarse “sin sentido” de riesgo. “Quiero seguir hasta que me muera buscando lo que me hace vulnerable y entonces encarándolo”, asegura. Su aparición frecuente en la prensa y la televisión podría verse como uno de esos puntos débiles, mas ella insiste en que no es así.
“Me siento comodísima en los medios de comunicación”, garantiza. De ahí que su tercer temor sea que sus obsesiones la conviertan en una autora cuyo mundo sea tan suyo, “tan íntimo, que otra gente no pueda” entrar a él.
“Necesito que mucha gente lea. No puedo ponerme muy facilona porque pierdo gente, ni muy complicada porque también. Tengo que llegar a las personas, provocar que quienes no necesariamente leen, se enamoren de la lectura”, sostiene la artista carolinense.
Su cuarto pavor es comprensible entonces. “Quiero ser grande; no famosa: decir cosas que ayuden a vencer el miedo colectivo a la inteligencia, a pensar”.
La esclavitud a la que está entregada, la escritura, se le vuelve así una tensión de miedos y satisfacciones ineludibles. Tiene en remojo dos novelas relacionadas con la historia, para luego meterse “en otra cosa” que la “tiene culeca” y que aún no puede divulgar.