Es casi imposible acabar de ver  Soul Surfer sin sentirse inspirado, aunque tan solo sea un poquito. A pesar de las notables fallas tanto cinematográficas como histriónicas que tiene, el filme funciona porque la historia verídica en la que se basa es sumamente admirable.

Usted ha visto es tipo de película antes, alguna  mejor que otra, por lo que puede deducir con facilidad el curso que tomará la trama: el personaje principal sufrirá un trauma en su vida que al principio lo limitará mental y/o físicamente pero al final se logrará superar, para servir de inspiración a todos quienes lo rodean. Y, en la mayoría de las veces, provienen de casos de la vida real, como lo es el de la surfer Bethany Hamilton.

En el 2003, la joven -natal de Hawaii- perdió un brazo tras un ataque de un tiburón, tragedia que casi le cuesta la vida. Luego de mucho esfuerzo, Hamilton retomó su tabla y volvió a lanzarse al océano para ganar varias competencias de surfing con un sólo brazo. En el proceso aprovechó su fama para ayudar a otras personas que han sufrido experiencias similares.

Todo esto es material perfecto para un documental que presente la historia desde la perspectiva de los verdaderos protagonistas. En su lugar,  el director Sean McNamara -cuyos trabajos anteriores incluyen Bratz: The Movie y otras películas hechas principalmente para televisión o directo a vídeo- construye una narrativa sacarina con  un fuerte mensaje pro cristianismo que a veces se siente más como un sermón que un auténtico reflejo de los valores de la familia de Hamilton.

Anna Sophia Robb encarna  a Hamilton en la pantalla grande con una interpretación bastante unidimensional,  con un optimismo inquebrantable que le resta dinamismo al personaje y la mantiene alejada de una caracterización creíble. En realidad no toda la culpa recae en Robb -ni en actores como Helen Hunt y Dennis Quaid, que hacen de sus padres-  sino que se origina en la intención de presentar la historia como una de superación con matices de telenovela melodramática.

McNamara, sin embargo, sí acierta dos cosas: por una parte, las escenas donde se muestran las competencias de surfing, filmadas de manera que no sólo destaca las impresionante acrobacias que realizan estos dotados atletas, sino que nos coloca en el agua con ellos. Por otro lado, la dinámica entre la familia Hamilton, por más increíblemente perfecta que se proyecte, transmite un cariño palpable al público.

Como espectador, para mí el momento más emotivo de Soul Surfer no está en ninguna de las escenas que recrean la recuperación de esta chica ni mucho menos en el final, con los característicos clichés que se usan para darnos una experiencia totalmente Hollywood, sino en los créditos finales. Es aquí cuando vemos a la verdadera Hamilton, surfeando, corriendo, hablando, ayudando a las víctimas del tsunami en Indonesia, pero -más que todo- sonriendo.

En esos breves instantes, me sentí más inspirado por Hamilton que en todo lo que sucedió antes. Me habría encantado que la cinta tuviese más de eso, pero si Soul Surfer ayuda a que más personas conozcan la historia de Hamilton y a sonreír como ella, que así sea.