Tras “Pepito”

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 16 años.
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Es un nene de unos seis o siete de años de edad; es decir, tiene mucho poder: a pesar de su inocencia –o quizás gracias a ella–, “Pepito” puede burlarse de situaciones que algunos adultos obviarían por ser tabúes. Tiene la capacidad, entonces, de informar y urgir a reflexiones sobre la realidad actual, de movilizar en sus interlocutores algún deseo de cambio, de acción.
Pero Harold Jessurun y Samuel Figueroa, sus creadores, opinan que ésta no es un característica única de su amigo animado, quien aparece de lunes a sábado en la sección Así de Primera Hora. Todas las tirillas cómicas, establecen, componen un género periodístico “no siempre políticamente correcto, pero sí políticamente necesario”, en palabras de Samuel, el caricaturista. Que estén en “peligro de extinción” debido a la poca comercialización de la creatividad es otro asunto, añade Harold, el redactor.
“Pienso que sería triste que se cerraran las puertas a este arte, porque sería silenciar” un comentario ausente en la parte editorial del periodismo escrito. “La caricatura expone un contraste más evidente y, sobre todo, más memorable”, afirma Samuel.
“Y más fácil de entender, más amena, porque usa el recurso más inteligente y más difícil también, que es el humor”, añade Harold.
“Pepito” suele ser mordaz con temas como la religión, la cafrería, la vida matrimonial (de sus padres), la política y el diario vivir. Además, “ataca” a los protagonistas de noticias catalogadas como absurdas dada la desmesurada exposición que reciben, como el caso de la supuesta masturbación del cantante Elvis Crespo en un avión.
“Somos conscientes de que siempre habrá gente que se ofenda”, dice el dialoguista incluyendo en su referencia a su compañero dibujante. Resulta que, en una ocasión, Samuel “se pasmó” tanto con el diálogo que le envió Harold, que se negó a hacer los cuadros correspondientes. Este proceso se da con dos semanas de anticipación a la publicación de las tirillas, acotan.
“Decidí que hay ciertos temas que no toco porque no quiero que él se sienta incómodo”, explica Jessurun.
Es saludable la autocensura cuando se llega a una negociación como la que ellos mantienen, coinciden. Pero hay veces en las que el temor de las empresas llega a niveles de “pánico”, principalmente porque se piensa que los lectores no entenderán el contenido satírico y se aburrirán, o bien se percatarán de realidades molestosas para los grandes intereses.
“En Puerto Rico hace falta la formación de buenos libretistas”, sostiene Harold. “Hay muchos por ahí, pero no se atreven a proponer su arte porque lo más probable es que no se lo van a comprar, no van a invertir. Y para hacer esto hace falta mucho esfuerzo”, conviene Samuel.
La cancelación de programas hechos en Puerto Rico viene a ser otro síntoma de un público desacostumbrado a la genialidad en los productos humorísticos, y de la falta de guiones comprometidos con la denuncia, discurre Jessurun. De hecho, su formación como libretista se redondeó con su trabajo como caricaturista, cuenta.
“Los cuadros de las tirillas son como los de la televisión”, ilustra.
Como planes aún no confirmados, el binomio indica que busca publicar un libro en el que dé rienda suelta a la picardía de “Pepito”. Mientras tanto, el travieso chamaco seguirá haciendo de las suyas en las páginas de este diario.