Cuando rapea, sus versos buscan jamaquear conciencias.  Las palabras son escupidas con cierta rabia. Mira con coraje. Pero en el salón de clases, el rapero se queda en la casa y Luis Díaz baja el tono.

Luis es la voz del dúo de Hip Hop Intifada. Junto al DJ  Yallzee  esta pareja de raperos lleva 17 años siendo parte de la escena  “underground” del país con líricas pesadas y metas revolucionarias. Como plasman en sus canciones, están obsesionados con la libertad de Puerto Rico y la igualdad social.

Sin embargo, Luis tiene otro trabajo que asegura es su única profesión: ser maestro.

Los estudiantes llegan al salón, y con un gesto de brazos del rapero los jóvenes se quitan las gorras y bajan la voz. Una monoestrellada que le regaló una estudiante decora el salón.  Hace calor. Mucho. Luis está vestido de maestro. No lleva pantallas, ni gorra, y tiene una camisa de botones y manga larga con el logo del Instituto. 

Luego de enseñar en escuelas privadas como las academias María Reina y San José, míster Díaz ha pasado los últimos tres años dando clases de historia y sociología en el Instituto de Educación y Tecnología, Proyecto CASA, en Toa Baja. La meta de la escuela es graduar a los desertores escolares.

 El maestro explica a Primera Hora que no ha sabido cómo mezclar su lado musical con la cátedra.

“No utilizo como herramienta de las clases mis canciones. No he encontrado cómo encajarlo.  Yo siento que no es el foro porque en las canciones yo digo mis pensamientos de verdad. Yo les dejo saber a ellos lo que yo pienso, pero yo no estoy presionándolos para que piensen como yo”, dice.

Esas mismas ideas que promueve en sus canciones le han ganado rechazo dentro de sus pares y superiores, quienes le prohíben hablar de ciertos temas incómodos como lo fue, por ejemplo, el operativo federal en el que mataron al líder machetero Filiberto Ojeda Ríos.

Tal vez el rapero no usa la música para llevar su mensaje a los estudiantes, pero sin darse cuenta con su proyección rapea. Luis habla con autoridad. Mueve sus brazos, como si entonara versos, enuncia con cierto ritmo y de vez en cuando sus oraciones riman.

“Las cosas que ellos escuchan no son necesariamente el género que yo trabajo. Mi género no es muy conocido en Puerto Rico. En América Latina, sí. Yo pienso que ellos no van a entender por qué yo no soy millonario, por qué yo no tengo cadenas. Y me lo han preguntado. Que por qué yo no hago reguetón, por qué no salgo en televisión”, explica.

Sin embargo, cuenta que a cada rato estudiantes le llevan canciones escritas para que les dé su opinión. “Ellos me preguntan porque muchos de ellos quieren hacer música también y quieren ser famosos, pero yo les pregunto por qué están haciendo esto. ¿Y si nunca eres rico? ¿Y si nunca eres famoso? ¿Van a dejar de hacer música? Entonces no te gusta la música”, recuerda.

Como maestro de desertores escolares, Díaz tiene bien claro lo que hay que hacer para combatirlo.  “Hay que sacar al estudiante del salón de clases, buscar que la educación esté a tono con la sociedad. Buscar estructuras de cambio, estructuras no tradicionales. Establecer trabajo comunitario”, menciona, y reitera la importancia de que los maestros estén atemperados con los cambios sociales y generacionales.

“Uno tiene que adaptarse y darse cuenta que uno tiene que cambiar también con la sociedad. A mí  se me hace más difícil mientras voy cumpliendo años; me voy alejando más de la manera en que los estudiantes piensan, y yo tengo que estar bien pendiente. Tengo que tener el oído en tierra”, detalla el maestro.

Momentos antes, los estudiantes se habían desenfocado de la clase y el míster agarró su  atención al preguntarles sobre la nueva “tiraera” entre los reguetoneros Tempo y Cosculluela. Los chicos aterrizaron, se envolvieron hablando. La clase continuó.

Asimismo,  las limitaciones que enfrentan las escuelas públicas del país entre la burocracia y la falta de interés y un sistema que, según el maestro, está desconectado de las necesidades de los estudiantes porque no los tiene como prioridad, perpetúan esa misma deserción escolar que intenta combatir.

“¿Cuántos legisladores tienen a sus hijos en escuelas públicas? ¿Tú crees que les va a importar la escuela? Yo voy a la escuela de mi nena y me preocupa si no hay papel de baño. A ellos no les importa, ellos envían a sus hijos a escuelas que tiene aire acondicionado, salones limpios dos veces al día. Un paraíso. El poder no es para tomar las riendas del país, es para aprovecharse del botín y repartirlo como una chuleta entre perros. La educación no puede ser una mercancía”, declara.

Por esto las dificultades del maestro no terminan cuando consigue trabajo en un país donde es tan difícil encontrarlo. Continúa cuando llega al salón de clases y tiene que responder por los materiales que faltan y las malas condiciones en las que se encuentran los planteles públicos.

“El trabajo del maestro es drenante, es fuerte. Físicamente cansa, mentalmente también. A veces se te rompe el espíritu. Vinieron y te hablaron malo, te faltaron el respeto y a ti se te cayó el corazón.  Eso es un reto. Olvidarte y volver al otro día con la misma voluntad”, afirma míster Díaz, quien recalca que es importante que los adultos tengan confianza en una generación joven que está siendo subestimada y luchen para que los jóvenes también confíen en ellos.

“Hay que conocer la generación, tiene mucho que aportar”, señala.