Desde hace un par de meses, estuve en conteo regresivo para el momento en que presenciaría la actuación musical de la cantante mallorquina de raíces guineanas Concha Buika, lo que no suele ocurrirme con muchos eventos.

Sus producciones –“Buika” (2005), “Mi niña Lola” (2006), “Niña de fuego” (2008) y “El último trago” (2009)– anticipaban un espectáculo cargado de emociones, porque con su potente quejido en la voz logra transportar a instantes muy tristes  y muy felices de nuestra vida. Pero definitivamente no es lo mismo imaginárselo que vivírselo.

La española se presentó la noche del jueves en el Centro de Bellas Artes de Caguas ante casa llena, frente a un público que coincidía conmigo en que lo que vendría más adelante sería un concierto de ensueño. Cuando la luz de la sala se apagó, y los espectadores comenzaron a hacer silencio, comenzó la magia.

Acompañada de los talentosos músicos  Iván ‘Melón’ Lewis (piano), Fernando Favier (percusión) y Dany Noel (bajo), Concha Buika apareció en el escenario dispuesta a complacer con su vibrante voz. Lo primero que hizo fue saludar a la “Isla de ensueño”, dejando establecido inmediatamente que guarda una relación especial con Puerto Rico, lo que siguió confirmando a lo largo del espectáculo de casi dos horas.

Inmediatamente entró en calor, la artista confesó su timidez para hablar, mas no así para el cante, que, como dijo, desde ahí es que muestra su valentía, y, en ese aspecto, no dejó dudas.

Su espectáculo tenía el fin de presentar la cosecha de su última producción, “El último trago”, en la que le hace un homenaje a la cantante mexicana Chavela Vargas, pero además separó momentos para interpretar varias canciones de sus  álbumes anteriores. En el disco “El último trago”, Buika hace suyas las canciones que la mexicana ha entonado en su travesía musical. Este álbum se grabó en Cuba, en los estudios Abdala, con la primera figura del jazz afro-cubano Chucho Valdés y su cuarteto.

Buika nutre su propuesta de jazz afro-flamenco, bolero, “house”, ranchera, copla, tango y bulerías. En el concierto, la artista optó por mantener en gran parte de la noche una atmósfera calmada, dominada por el bolero y el jazz.

La cantante les abrió camino al amor y al desamor, y con en este último logra calar en lo más profundo con su vibrante y rabiosa voz. Con su canto, ella logra erizar la piel y provocar una lágrima aunque no sepamos la razón por la cual se aguan los ojos.

Más allá de volverse gigante en la tarima gracias a su talento, Concha Buika se mostró simpática y, aunque había advertido sobre su timidez, compartió varias anécdotas y confesó su cariño por nuestra tierra, en la que anduvo varias veces “de la mano del amor y de la amistad”. Igualmente, suspiró por una historia de amor de la que fue testigo la isla de Culebra. También, compartió un divertido episodio de su existencia cuando perteneció a un coro y compararon su voz con el sonido de un perro, “ganándose” un refresco para que se callara. Buika concluyó el relato diciendo que quién sabe si el perro y otros animales piensan que cantan bonito.

Una de las mayores riquezas de su presentación consiste en ver cómo ella se goza estar frente al público, lo que crea un ambiente íntimo y agradable. Buika no disimulaba su alegría al escuchar la música de los aplausos y risas de quienes estuvieron como hipnotizados con su canto. Tampoco pudo evitar su emoción cuando el salsero y bolerista puertorriqueño Andy Montañez le entregó el Grammy Latino, que recién ganó en la categoría de mejor álbum de música tropical tradicional (no creo que su música sea de este tipo, pero eso dicen “los expertos”).

Entre los temas que interpretó se encontraron “Si tú volvieras”, “Sombras”, “Volver, volver”, “Cruz de olvido”, “Mi niña Lola”, “Mentirosa”, “Jodida, pero contenta”, “Un mundo raro”, “No habrá nadie en el mundo” y “Ojos verdes” –a capela–, con el que cerró una velada inolvidable.