Abrupta y consoladora como un pellizco seguido de una caricia llegó la voz de Soledad Bravo al Centro de Bellas Artes de Guaynabo la noche del sábado.

La cantautora venezolana atrapó la tristeza en su garganta, la dejó salir de la manera más hiriente posible, para luego acariciar el oído con juegos inesperados al soltar las notas de cada una de las más de 20 canciones que interpretó ante un público capaz de llenar el recinto de aplausos, a pesar de ocupar sólo la mitad.

Triste por la súbita pérdida de su colega argentino Facundo Cabral –ocurrida ese día por la mañana–, pero feliz de estar en Puerto Rico cantando los temas que la han acompañado en 40 años de poesía y denuncia social, Soledad Bravo desafinó, obvió el vibrato, exageró la nasalización de vocales y se salió del tono y del tiempo de las melodías en más de una ocasión. No fueron errores, no fue descuido, no fue falta de talento. Todo lo contrario: ella lo hace con todo el propósito del mundo; es una emperatriz de la interpretación.

Se atrasó, por ejemplo, en el verso de la Canción del elegido (Silvio Rodríguez) que compara el planeta Tierra con un campo infinito de guerra; se adelantó y dejó escapar gemidos cuando pasó por el musgo travieso de Volver a los 17 (Mercedes Sosa); y se perdió en susurros, murmullos y silencios improvisados cuando Alfonsina y el mar (Sosa) se fundieron en un solo Caminito (tango popularizado por Carlos Gardel), o simplemente en El breve espacio en que no estás (Pablo Milanés).

Es que así de desafiantes han sido también su vida y su carrera artística, solidificadas en la protesta y un mensaje de concienciación social y política al que no piensa renunciar jamás, según las anécdotas que contó entre bromas y comentarios jocosos acompañados de manos y cejas alzadas, y de una sonrisa de oreja a oreja, como tratando de suavizar la terrible fuerza de sus interpretaciones musicales.

“Siempre es muy grato estar aquí, en esta isla maravillosa. Desgraciadamente, esta mañana tuve la ingrata noticia de que murió una persona maravillosa, un luchador, un hombre tierno, un hombre bueno. Nadie se merece eso que le pasó a él, pero él menos que nadie”, dijo Soledad Bravo sobre el asesinato en Guatemala del cantautor argentino Facundo Cabral, a quien minutos después dedicó el verso “Lo hermoso nos cuesta la vida” de la Canción del elegido.

“Lo conozco desde sus inicios, cuando ambos éramos muy jóvenes. Era hermoso y todos sus dardos verbales siempre los acompañaba con la belleza de la poesía, la belleza de la flor, y quedé muy impactada. Amo a Facundo Cabral, pido un gran aplauso para él”, continuó al abrir el espectáculo varios minutos después de las 9:00 de la noche, cuando los espectadores se alzaron de sus asientos en una ovación.

A partir de ese entonces, la música y la poesía continuaron un curso de altibajos emocionales en las letras de El unicornio azul, Rabo de nube, Canción del elegido, Volver a los 17, Caminito, Alfonsina y el mar, La flor de la canela y Viola enluarada, la que Soledad introdujo con elogios para su amiga Denise de Kalafe.

Este tema cerró el primer segmento del concierto antes de un intermedio de 15 minutos durante el que la cantante cambió su batola púrpura y dorada por una verde esperanza, para luego regresar con la ricura afrocaribeñas de sus Ojos malignos, la primera canción de su autoría que entonó, y con la que introdujo la rítmica bailable presente en la mayoría de los números que siguieron en más de dos horas.

“Bueno, se hace lo que se puede…”, “A los que son más… más…, más mayores, pues...”, y “Para no perde el glamur”, fueron algunos de los comentarios cómicos que siguió haciendo en la segunda sección del espectáculo, hundido en las profundidades de líricas como De qué callada manera, Para vivir, Drume negrita, Chiquilín de Bachín, Gracias a la vida –ambas dedicadas a la fallecida cantautora argentina Mercedes Sosa– y su inolvidable Son desangrado.

La letra más coreada por el público fue Yolanda, y las que más silencio evocaron fueron Ojalá y Mi triste problema, del compositor boricua Catalino “Tite” Curet Alonso, todas flanqueadas por la percusión de Nené Quintero, el bajo de Carlos Rodríguez y el piano y la dirección de Alberto Lazo.

“Quiero agradecer a (los productores del show) Leo Tizol y Joel Barradas, que le pusieron de título Directo al corazón. Yo, en realidad, le digo Canciones del alma, pero cuando uno quiere decir algo bello, incluso cursi, tiene que apelar a éste (apuntándose al pecho), y también a otra cosa que no se ve, y que es el alma”, sentenció en una de sus intervenciones habladas.

“Éstas son las canciones que definen mi manera de pensar y que nunca renuncié ni renunciaré a ella, por ninguna razón, nunca”, afirmó en otra, justo antes de que ser abrasada por una ola de aplausos.