Hay quienes se aterran al ver una jeringuilla, sin saber que antes se utilizaba una aguja de tres centímetros que se ponía a presión, ya que el metal se oxidaba y era difícil que entrara en la piel. Esto ocasionaba que el paciente se desmayara, a menos que saliera corriendo para huir del “remedio”.

Y cuando llegaba una embarazada, el médico colocaba el estetoscopio sobre el vientre para escuchar las pulsaciones del feto y predecir si era niño o niña, pues los latidos de una niña en el útero de su madre suelen ser más rápidos que los del varón. Así se trabajaba con el renglón de la salud a finales del siglo 19 y principios del siglo 20.

Estas historias quedaron plasmadas en el Museo de La Botica en San Germán que fue la segunda farmacia que se construyó en Puerto Rico y la primera certificada para vender medicamentos; una edificación que permanece en el mismo lugar desde su fundación en 1877.

De hecho, los estantes que cautivan a sus visitantes -por ser el andamiaje original- contienen una serie de artefactos que se usaban para atender las diversas condiciones y enfermedades de la época, siendo el paludismo la afección más común por la falta de nutrición e higiene de las poblaciones de aquel entonces.

Museo de la Farmacia Dominguez, también conocido como Museo de La Botica.
Museo de la Farmacia Dominguez, también conocido como Museo de La Botica. (WANDA LIZ VEGA)

“Cuando se funda la farmacia había un boticario 24 horas. Hay una ventanita pequeña en una de las puertas que, por la noche o madrugada, la persona tocaba ahí y a medida que abría el boticario, le decía los síntomas y a base de eso le preparaba los medicamentos, alumbrándose con un quinqué porque no había electricidad”, relató el historiador y encargado de La Botica, Ramón Vázquez Rodríguez.

En el lugar aún se conservan unos envases en forma de espiral conocidos como cacheteras u obleas. “Cada espiral representa una dosis. Si el boticario entendía que el medicamento sólido necesitaba en dosis tres espirales, la espiral que fuese, le ponía la anillita correspondiente y con el instrumento de madera lo machacaban y lo convertían en píldora. Eso es de 1890″, señala Vázquez.

Sin duda, entre las reliquias más interesantes se encuentran las jeringuillas de cristal que medían de cuatro a cinco pulgadas.

Jeringuilla de la época.
Jeringuilla de la época. (WANDA LIZ VEGA)

“Literalmente eso era un puñal y cuando la gente veía eso, o corría o se desmayaban, pasaba frecuentemente. Como la aguja era de metal, cada vez que se introducía en el plástico se embotaba y cuando se la iban a poner en las personas no entraba y la ponían por fuerza. Cuando entraba, laceraba la piel, tocaba el hueso y la gente se desmayaba”.

Igualmente, La Botica mantiene el recuerdo de los remedios caseros que se utilizaban para diversas situaciones, como desnutrición, picaduras, mordeduras y hasta desodorantes.

“Por acá tenemos las pastillas Macoy, que fue excelente para aquel entonces porque cuando los nenes estaban desnutridos les daban esa pastilla de extracto de hígado de bacalao. Pero un dato interesante es que el concepto que tenía el puertorriqueño era que los nenes tenían que estar gordos y colora’os y si no estaban así, decían que estaba desnutrido y le llevaban esa pastilla para que engordara”, contó.

“Está el agua maravilla o agua de florida que, para aquel entonces, no había desodorantes ni perfumes y la gente se bañaba y se perfumaba con ese alcoholado. El agua maravilla servía de astringente, para atender picaduras, mordeduras, insolación y fiebre. Mucha gente me ha dado testimonio que cuando están ansiosos, se toman la mitad de la tapita del liquido y los niveles de estrés bajan, igual que el agua de azahar”, manifestó.

Otro aspecto interesante es que para esa época ya se sabía la influencia de los colores en la mente humana.

“Aquí tenemos unos envases de cristal y se conoce como una redoma, que las ponían en todos los cristales altos con diferentes colores cálidos: verde, amarillo, azul, anaranjado o violeta. Originalmente, cuando venían los pacientes, como las paredes no tenían color, la gente que llegaba veía el lugar triste y tendían a enfermarse más”, resaltó.

“Pero cuando pusieron las famosas redomas, la persona llegaba enferma, veían esos colores, transpiraban y se sentían mejor. Era la terapia de colores que para ese tiempo comprobaron que los colores influían en la mente de las personas”, acotó.

Cabe destacar que, según una nota de crédito a un paciente en 1937, el total a pagar era de $23.37, “que si llega a ser ahora sobrepasa por mucho los $500″.

El Museo de La Botica abre de martes a sábado, de 10:00 a.m. a 12:00 p.m. y de 1:00 p.m. a 4:00 p.m.