Pintada a mano, con elementos alusivos al mar, una vieja camioneta Ford del año 1978 es apostada todos los fines de semana frente a la Playa Las Golondrinas, en Isabela, repleta de “los mejores cocos del mundo”.

Así lo dice, sin titubear, el isabelino José López al describir el producto que ofrece desde el “Coco Truck Puerto Rico” a turistas y locales que buscan refrescarse con el fruto que -minuciosamente- escoge semanalmente.

“A mí me dicen que soy ‘piqui’, porque yo no escojo cualquier coco; yo descarto los chiquitos, los que no están hechos y los no se ven bien”, dijo José, quien lleva 9 años fielmente en su faena.

¿Cómo surge la idea de vender cocos?, le preguntamos.

“Pues, en el 2008 vine de Atlanta con mi familia; allá yo era gerente en un ‘dealer’ de carros, pero cuando vine a Puerto Rico, con un resumé de miles de pesos, no conseguí trabajo. Un día fui a la playa con la familia y mi esposa me dice: ‘mira que muchos cocos hay en esas palmas, ¿por qué tú no vendes cocos?’ “, recordó el vendedor que, al preguntársele la edad, respondió entre risas “un montón de años”.

Ese día decidió emprender el negocio que se convertiría en su sustento de vida y de su familia y con el que ha ganado popularidad en la región.

“Cuando llegamos a Puerto Rico, mis hijos no sabían hablar español y los tuve que poner en escuela privada y, gracias a Dios, los pude sacar de cuarto año vendiendo cocos”, destacó el padre de cuatro hijos.

José López recibe a turistas y locales en compañía de su hijo Elijah.
José López recibe a turistas y locales en compañía de su hijo Elijah. (Jorge A Ramirez Portela)

José opera su negocio de viernes a domingo, de 10:00 a.m. a 6:00 p.m. El resto de la semana se dedica a buscar la materia prima con la que suple su negocio. Recoge cocos que encuentra en espacios públicos donde hay palmas, pero también los compra a suplidores y hasta los consigue mediante acuerdos de limpieza de palmas a cambio del producto.

“Yo limpio palmas a cambio de que me den los cocos”, manifestó tras destacar que, en un fin de semana, puede vender hasta 100 cocos.

“Aquí hay clientes fieles que vienen semanal a buscar su medicina porque el coco es medicinal. La mejor medicina que hizo Dios… Yo vivo de la tierra y no me arrepiento de haber regresado a mi isla”, indicó José.

Uno de sus fieles acompañantes es su hijo Elijah, de 22 años. El joven surfista, aunque de vez en cuando se da su escapada al agua para practicar el deporte que le apasiona, aprovecha su tiempo para ayudar a impulsar el negocio familiar.

“Nosotros somos bien unidos; trabajamos duro para que el negocio siga y tenemos planes de crecer; mi papá cuenta conmigo”, manifestó el joven.

Consciente del daño ambiental que provoca el plástico, entre otros desperdicios, José optó por vender, junto a cada coco, un sorbeto hecho en bambúa.

“Nosotros tenemos los sorbetos de bambúas, que pueden durar 20 hasta 30 años, y si lo cuida, le dura toda la vida. Tú lo compras con el coco, te sale a $5 con el coco. Cada vez que venga, si lo quiere traer, lo puede traer y se le hace el descuento. La idea de esto es que, si yo vendo 200 cocos, son 200 sorbetos menos que matan a las tortuguitas”, señaló.

El isabelino también vende frascos de cristal llenos de agua de coco. “Si traes el envase, el ‘refill’ te sale más barato”, dijo al destacar que el costo inicial del producto son $15.

Y, mientras José contaba su historia, Sonia Ríos, fue una de las clientas que se dio cita al espacio para buscar su fruta.

“Vengo de Ohio, soy boricua, pero vivo allá hace tres años. Vengo aquí cada vez que estoy de vacaciones en Puerto Rico; son los mejores cocos, es agua saludable y buena”, dijo.

Para terminar, José se despidió con una efusiva invitación al público. “Vengan, que aquí van a encontrar los mejores cocos del mundo y, los domingos, los va a tener con hielito casi congelados. Y si no te gusta el coco, no paga; si te gusta, pues paga doble”, concluyó entre risas.