Fajardo. Once ecosistemas, un faro neoclásico que aún alumbra y un refugio para la biodiversidad y bioluminiscencia. Esto ofrece la Reserva Natural Cabezas de San Juan, en Las Croabas, en Fajardo.

La organización sin fines de lucro Para la Naturaleza protege estas tierras desde el 1986. Se extienden a sobre 400 cuerdas y es el hábitat de 696 especies, 259 que corresponden a fauna y 437 a flora.

“Todo lo que verías en un ‘road trip’ en Puerto Rico está aquí”, aseguró la guía de la entidad sin fines de lucro, Allyson Torrellas Pérez.

Este lugar es, además, donde 25,000 árboles germinan, entre los que están árboles de acerola, jagua, roble nativo y malagueta, entre otros. También, Para la Naturaleza lleva a cabo la mitigación de iguanas verdes en esta reserva.

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El recorrido

Las Cabezas de San Juan están en el extremo noreste de Puerto Rico. Es aquella esquinita curveada que se percibe en el mapa de nuestra Isla Grande.

Una vez llega al área de recibimiento, donde se venden productos artesanales como jabones, camisas ilustrando plantas endémicas y libros, un intérprete ambiental lo recibirá para iniciar el recorrido “Descubre la historia y naturaleza de Cabezas de San Juan”.

Inmediatamente, Torrellas Pérez mostró el mapa del área que se recurriría, el que transcurre aledaño a la Laguna Grande— uno de los tres sistemas principales en Puerto Rico que presenta la bioluminiscencia—, un palmar, cientos de manglares, varias playas, un bosque y un extenso sistema de arrecifes y praderas marinas.

Torrellas Pérez explicó cómo, previo a que Para la Naturaleza protegiera el área, ya la comunidad lo defendió férreamente, pues a mediados de los 1970 desarrolladores planificaban transformarlo como parte de una propuesta de desarrollo para un proyecto turístico-residencial. Sin embargo, la voluntad del pueblo protegió estas tierras.

En el recorrido “Descubre la historia y naturaleza de Cabezas de San Juan”, en Fajardo, conocerás 11 ecosistemas en tan solo un lugar.

Del área de visitantes, los participantes del recorrido abordarán un trolley y, desde sus asientos, apreciarán el arrecife de coral que se percibe desde el mar.

“Lo pienso como una ciudad acuática. Comparo al arrecife de coral con San Juan, porque alguna vez en su vida alguien en Puerto Rico lo ha visitado. Todos los animales (acuáticos) han visitado (el arrecife) aunque no lo habitan”, explicó.

Luego, se puede observar, también desde el trolley, las praderas marinas, tal si fueran valles terrestres donde habitan miles de micro organismos.

“Sin praderas no hay manatíes”, indicó.

Seguidamente, se transcurre aledaño a la Laguna Grande que, a solo pasos, conecta con el mar. Las Croabas, una comunidad de pescadores, aún es el hogar de este tipo de trabajador, quienes aún capturan peces, pero de manera recreativa.

Los mangles

Luego de esa travesía, los participantes se desmontarían del trolley para apreciar cuatro de las seis especies de manglares que crecen en estas tierras.

En estas áreas, están los mangles rojos, blancos, negros y botón. Estas comunidades ecológicas son árboles adaptados para crecer y reproducirse en suelos saturados de agua salada de pobre oxigenación. Así, protegen bahías, lagunas costeras y estuarios ribereños.

El mangle rojo, con sus raíces laterales que forman laberintos y que hospedan a miles de organismos acuáticos. Es descrita como maternal, por su rol protector con miles de especies pequeños y que, por más inestable sea el, es capaz de enraizarse, casi metafóricamente con la vida.

El mangle negro, con sus raíces neumatóforos que sobresalen del lodo o agua permitiendo que la planta respire aún sumergida, cristaliza la sal, excretándola por sus hojas, mientras que el blanco se distingue por sus hojas con el pecíolo rojizo. El botón tiene frutas redondas y no necesariamente necesita tanta saturación para florecer.

El faro

El recorrido continúa por las playas y el faro, construido por los españoles durante mediados del siglo 19 y que figura en el Registro Nacional de Lugares Históricos (NRHP, en inglés).

Formó parte del último proyecto de los españoles, quienes buscaban alumbrar todo Puerto Rico. Desde su altura es posible ver a Vieques, El Yunque y los cayos que rodean el país, como Icacos y Palomino. Todas estas islitas aparentaban las “cabezas” de Puerto Rico, que una vez se llamó San Juan Bautista, el nombre que originalmente le dio Cristóbal Colón. Por ende, en 1880 se fundó este faro en Fajardo, que por un tiempo sirvió como la “entrada” de la Isla Grande.

Tras la Guerra Hispano-Estadounidense en 1898, los estadounidenses heredaron el proyecto y lo finalizaron en 1900, manteniendo mucha de la arquitectura original.

Aunque el huracán María dejó sus estragos en la infraestructura del faro, fue rehabilitado y, de manera subsiguiente, reabierto al público a finales del 2023.

Hoy día, los visitantes son testigos de la vista impresionante desde la altura del faro, el que cada 14 segundos aún alumbra hacia el mar.

Date la vuelta

El recorrido es catalogado como nivel 1. Es decir, es relativamente fácil participar en él y toda persona puede participar de él. Todo menor debe estar acompañado de un adulto.

Para participar, se recomienda reservar llamando al 787-722-5882 o comunicándose a través de reservaciones@pln.org. El precio para adultos es de $15. Pero, para adultos mayores y estudiantes, es de $11.

Si los participantes forman parte de un grupo de sobre 20 personas, el precio se reduce a $12.50 por persona y $9.50 para adultos mayores y estudiantes.

Con el fin de garantizar un disfrute óptimo, se recomienda vestir con calzado cómodo y cerrado, gafas y un sombrero o gorra. También, se aconseja a los visitantes utilizar protector solar y cargar una botella de agua reusable.

La reserva abre todos los días de 9:00 a.m. a 5:00 p.m.